El tema de la Memoria Histórica tiene como hijo legítimo el deseo casi iracundo de muchos "jóvenes" de acabar con el R78 por su origen "franquista". Se ha permitido -como todo lo que propone la izquierda en lo socio-cultural- el desarrollo sin límites de un relato que condena explícitamente a las fuerzas políticas que cediendo su poder pacíficamente, se ven ahora como los mayores apestados de la historia de España y quedando retratados al modo de Hitler y Mussolini pero ignorando que éstos perdieron sus guerras en tanto Franco, los nacionales, las fuerzas católicas, ganaron la suya y a la muerte de Franco aceptaron la Transición a la Democracia poniendo en marcha una Ley de Amnistía que haciendo tabla rasa de los delitos cometidos de acuerdo con la anterior legitimidad, ponía a todos los españoles a trabajar por un futuro que dejaba atrás la guerra y la humillación de los derrotados.
Con buen criterio, desde el minuto uno de aquella transición aprobada por la inmensa mayoría de los españoles, se toleró sin mayor problema un relato diferente y alternativo al que durante cuarenta años había sostenido el bando triunfante, que pasando el tiempo y según lo recuerdo, fue superado en todos su extremos por una propaganda que si había empezado a contarnos lo suyo con cierta humildad, fue ganando una virulencia en absoluto parecida a la que recibíamos los niños de entonces por parte de los gobiernos de Franco y su famosa asignatura "Formación del Espíritu Nacional".
¿Se han preguntado cómo fue posible el apoyo masivo a la Transición y años después al PSOE?. Eso no hubiera sido posible si en la mente de los que "disfrutaron" la posguerra y sus hijos existiera la idea propagandista de que la izquierda era definitivamente peligrosa y nos llevaría de nuevo a los escenarios terribles del enfrentamiento civil.
Los más osados, los menos en número e influencia, quisieron hacernos pensar que ese apoyo era la consecuencia de darle voz a un pueblo sometido y humillado por el "dictador". Aunque yo era adolescente por esa época, si recuerdo cosas y preocupaciones pero también la alegría de muchos estudiantes comunistas cuyas fiestas y celebraciones en ningún momento les causaron el menor problema en el pueblo mediano en el que yo vivía. La llegada de personajes desde el exilio, la aceptación de todos los partidos marxistas y maoístas, la caída en desgracia de los partidos que ayudaron a Franco a ganar la guerra, la formación de un Estado Monárquico... anunciaron un tiempo anterior a la guerra y a la República como un darnos los españoles la oportunidad de volver a empezar de cero olvidando la crueldad y el sufrimiento que trajo a nuestro país el triunfo discutido de la República y la guerra civil.
Ese tiempo inicial de la transición cubría la necesidad de que todos pudieran hablar de lo suyo con total libertad y lo que fue un tímido entrar en escena, al alcanzar la madurez en poco tiempo, se convirtió en una arrogancia por parte de los derrotados que no ha parado de crecer hasta nuestros días. Zapatero supuso el punto culminante de una labor de propaganda progresiva y progresista que al parecer ya no tenía suficiente con contar su versión sino que quería además ahogar todo relato contrario, promulgando una ley de "memoria" que implica -ya no es posible seguir negándolo- borrar de nuestra memoria colectiva todo cuanto se opongo a su versión monolítica de aquellos hechos. Si pensábamos que escuchando dos versiones distintas podemos encontrar los principios de la verdad, estábamos equivocados. El "ministerio de la verdad", como sucede en las distopías más increibles, estaba en marcha y si alguna vez pensamos que tanto carrete asumido y aceptado por la "otra parte" tendría el positivo efecto de dejar aquel periodo en un empate técnico de relatos en los que ya abrían desaparecido los buenos y los malos, estábamos y estamos equivocados.
El pueblo español no ha participado en todo este incremento de la tensión y si acaso se le puede culpar de algo es de ser todavía muy ingenuo -lo cual por otra parte y a pesar de la historia, es síntoma de nobleza-, pero en algún momento deberá pronunciarse masivamente en contra de unos personajes y actitudes que ya no ocultan su intención de acabar con todo y no será ésto la corrupción, la desigualdad social, la falta de futuro de los jóvenes y en definitiva, de hacer de nuestro país una nación fuerte y armónica que nos permita mirar al futuro y a la competencia con otros países mientras se está gestando un tiempo diferente, con la ilusión de haber hecho los deberes que decidirán nuestro lugar en el mundo.
No es culpa del R78 el haber llegado a esta situación. Es culpa del "hombre" su tendencia a la corrupción y a corromper para ser el tuerto en un mundo de ciegos, para oler a casi nada en un entorno que apesta. El R78 "es", antes que otra cosa -o así pretendió ser desde el principio- la reconciliación de todos los españoles cuyas memorias particulares podrían obligarlos de nuevo a enfrentarlos.
Son precisamente los partidos más en contra del R78, con alguna notable excepción, los que pretenden desarrollar y ampliar una ley de "desmemoria" que convierta a podencos en galgos y a churras en merinas sin que nadie pueda decir sin temor que esos cambiazos no son dignos en nadie que pretenda dirigir los destinos de nuestra nación. Es imposible aceptar de esos "desmemoriados" que sus banderines de enganche significados en la lucha contra la corrupción y los desequilibrios sociales, tenga alguna credibilidad cuando su manera de participar en política es de suyo corrupta, pues es corrupción suprema dividir al pueblo en buenos y malos corrompiendo y obligando a corromper los débiles lazos de aquella reconciliación que para ellos es intolerable... Han ganado los espacios públicos, las escuelas, institutos y universidades y no obstante les parece intolerable esa reconciliación que se lo ha consentido y hasta regalado.
Llevamos demasiado tiempo viviendo en una urgencia insoslayable e insoportable que nos obliga a decidir entre extremos que cada cual considerará el mal menor: la unidad de la patria a cambio de los desequilibrios sociales, o superar -supuestamente- esos desequilibrios a cambio de mirar para otro lado mientras se liquida nuestra patria.
¿Qué hicimos para merecer ésto?. Terrible panorama.