Yo soy un lonchafinista extremo, no rozando sino entrando de lleno en el talibanismo. Para mí ahorrar tiene más valor que un mandato directo de Dios. Miro precios y comparo. Apunto gastos y hago estadísticas de andar por casa. No gasto más que en lo estrictamente necesario. Cuando entro en una tienda, como Séneca, no veo más que cosas que no necesito. Compro ropa una vez al año (rebajas) y no siento la más mínima tentación a cambiar ese hábito. Tengo un armario aireado sin llegar a pobre y sin perder variedad. Y todo esto sin ser un miserias. Salgo con amigos a cenar. Tengo un buen ordenador. El otro día me compré una estilográfica TWSBI, maravilla de maravillas que recomiendo encarecidamente a todo hombre de bien que disfrute el noble arte de la escritura a mano (¡oh, ah, cuán generoso soy conmigo mismo!).
No tengo novia formal. Pero la sola idea de que alguien pueda meter la mano en mi bolsillo y despilfarrar el sagrado fruto de mi trabajo me retuerce las tripas.
Conozco a mujeres, mujeres en plural y plural abundante, ¿eh?, que es cobrar y se gastan pastizales en ropa, baratijas de echarse las manos a la cabeza y en salir. Una vez tuve el dudoso honor de acompañar a unas amigas de compras y aún me cuesta conciliar el sueño de las barbaridades que tuve que contemplar. Tuve una novia que era una despilfarradora nata.
La mujer es un ser extraño.