Es a comienzos del siglo XX cuando tres científicos, desconocidos uno del otro, creen haber descubierto las leyes que determinan las cualidades hereditarias. Ignoraban que ya habían sido encontradas, con anterioridad de pocos años, por otro investigador. Los científicos son: el holandés Vries y los alemanes Lorrens y von Tschermak. Pero otro alemán había descubierto esto mismo 25 años antes, Greogor Mendel, de Brünn, pueblo de la Moravia. Desde entonces, las leyes de la transmisión de las cualidades hereditarias pasaron a conocerse como Leyes de Mendel.
Cuando Hitler llegó al poder en Alemania, serán el profesor Hans Günther y Walter Darré quienes, con Alfred Rosenberg, se pondrán a aplicar social y políticamente los postulados del mendelismo en el pueblo y raza de los alemanes. El genio de Walter Darré logra transformar con sus postulados de sangre y suelo a la juventud y al campesinado alemán en las bases genéticas de la nueva Alemania. El mismo confiesa que había sido un ignorante de la verdad iluminadora del Mito del Siglo: la raza y la sangre. Y afirma:
"Es fácil ya comprender que la cuestión judía no es más una cuestión religiosa sino una cuestión racial". El y Günther se levantan contra los principios liberales, lamarckianos y marxistas, que creen posible modificar las cualidades del hombre por la influencia de las condiciones naturales, económicas, o del medio, de su hábitat. Y Darré agrega: "Durante todo el siglo XIX se ha discutido si el judío, valiéndose de alguna influencia del medio, podría ser convertido en indoeuropeo, en ario. Pero las influencias exteriores no pueden modificar la herencia. Esto mismo es válido para el criminal".
Y continúa:
"Jamás ha surgido un verdadero genio, en cualquier pueblo, que no haya poseído cualidades y predisposiciones que no puedan ser comprobadas fehacientemente ya entre sus antepasados. No negamos que el genio deba su presencia a un especial don divino, pero afirmamos que un genio sólo puede manifestarse plenamente dentro del marco de posibilidades que por herencia le han legado sus antepasados".
Continúa Darré:
"La ilusión del siglo XIX en el progreso ininterrumpido puede tener validez, quizás, únicamente en las cosas que el hombre inventa y construye (Siempre que tenga raza, decimos nosotros, de ahí la creencia en que "los americanos construyeron antes que los rusos ciertos inventos, porque se llevaron más alemanes al finalizar la guerra". Von Braun lo prueba). Pero esto no es válido para la evolución del hombre mismo, porque éste encuentra un límite en las cualidades hereditarias y condiciones de su raza. Los alemanes en el futuro seremos capaces de realizar y de crear sólo aquello que pueda ser hecho a través de la sangre de nuestros hijos y nietos. La comunidad popular es una comunidad étnica. Lo que somos y lo que como pueblo aún podemos llegar a ser, eso lo decide nuestra composición étnica".
Esto que era válido para Alemania también lo es para las restantes naciones blancas. Pensemos en la explosión creadora que la política y el cuidado genético del cuerpo y del alma de Alemania produjo en tan breve tiempo, durante el corto período del hitlerismo. Ya hemos relatado en "El Cordón Dorado" cómo los aliados y los rusos, que entraron a saco en los inventos y patentes industriales y científicas del Tercer Reich, cubrieron con creces los gastos de toda la guerra. Si no lo han puesto todos en práctica es por incapacidad genética, precisamente, y por no desarticular un imperio económico judío montado sobre el petróleo, la electricidad, la ganancia y la explotación.
Y Darré se vuelve contra la concepción burguesa y decimonónica de Oswald Spengler, su organicismo mecanicista, su falta de racismo mágico, que hace feliz a los judíos, que siempre han deseado y propiciado la "decadencia de Occidente":
"Nos hemos acostumbrado", dice, "a ver el surgimiento y la decadencia de los pueblos como algo inevitable. Especialmente desde "La Decadencia de Occidente", de Oswald Spengler, toda una escuela pseudocientífica se ha construido sobre estas líneas del pensar; una escuela que hace surgir, madurar y morir a los pueblos, igual que a los individuos. Lo falso de estos postulados se comprueba con la misma historia que hoy vivimos, en 1941, cuando nuevamente Alemania se encuentra en medio de una guerra mundial. Y esto no se debe a que estamos en decadencia, sino que esta guerra nos ha sido impuesta porque el resto del mundo nos envidia la fuerza vital de nuestro pueblo y la teme. No se nos combate porque estamos acabados sino porque nos hemos atrevido a realizar una de las revoluciones más integrales de la historia de la humanidad. Y así y todo, nuestro pueblo es históricamente el más antiguo de Europa. Los pueblos que nos combaten son todos más jóvenes, históricamente hablando. La teoría de Spengler y las causas biopolíticas de esta guerra se contradicen".
Walter Darré contribuyó fundamentalmente a purificar la vida y las costumbres de los alemanes, limpiándolos de ese sentido judaico-cristiano del pecado y del horror al cuerpo. Lo logró con su "fuerza por la alegría" en la juventud. Cita las reflexiones de Tácito sobre los germanos: "Exclusivamente en el hogar crece la juventud hasta alcanzar la constitución y porte corporal que nosotros admiramos". Y a César, en su "Guerra de las Galias":
"Desde la niñez se inclinan hacia el endurecimiento por medio de los ejercicios. El que por más tiempo se abstiene de la relación sensual cosecha el mayor aprecio. Se piensa que aumenta la energía y la estatura física y moral. El haber tenido relaciones con una mujer antes de los veinte años pertenece a los delitos más infamantes. Sin embargo, no existe ninguna hipocresía en las cosas del cuerpo, dado que hombres y mujeres se bañan juntos y desnudos en los ríos y se visten de manera tal que una gran parte del cuerpo permanece desnuda".
La separación entre el alma y el cuerpo es absolutamente desconocida por el ario, por el nórdico, por el germano, hasta la introducción del cristianismo, que ha venido a tener consecuencias fatales y degenerantes en los países escandinavos, con el puritanismo, al extremo que la observación hecha por Julius Evola, que desea aportar como prueba a los suecos, daneses y noruegos para su teoría de las razas del cuerpo, del alma y del espíritu, asegurando que esos descendientes de vikingos no son hoy nada, a pesar de su más pura raza biológica, "por carecer de una raza del espíritu", cae por su base. La degeneración no es de dentro afuera, sino al revés, por la imposición de una concepción judaica del mundo que, con costumbres ajenas, creó una dicotomía entre el alma y el cuerpo y un sentimiento del pecado, cristiano judaico, destruyendo la base vital sobre la que una raza sana puede crecer y desarrollarse. Habría vuelto a florecer y a sanar rápidamente si Hitler, Darré y Knut Hamsun hubiesen ganado materialmente la guerra, si no hubiesen debido "ganar perdiendo", por el momento.
Toda la concepción evoliana de las razas se desmorona como innecesaria si tenemos en cuenta la verdad fundamental de que para el hombre ario jamás ha existido esa división entre cuerpo, alma y espíritu. El cuerpo incluye a los demás y viceversa. Porque el cuerpo y la naturaleza son sólo símbolos de Otra Cosa que fuera corrompida por el Demiurgo. Con la encarnación aria, hiperbórea, se plantea la obligación de transmutar, partiendo del punto dramático en que el proceso de la involución se encuentra. El cuerpo, la raza, son fundamentales; actuando desde ellos y sobre ellos se alcanza lo demás. No hay otro camino ni otra posibilidad aquí. Esto lo ignoraron los cátaros y los gnósticos.
La concepción de Evola se está edificando sobre la artificial división judaica y latina de la vida, sobre la dicotomía artificial de cuerpo, alma y espíritu. Algo completamente ajeno a la encarnación nórdica, hiperbórea, polar, que crea, recrea, su propio cuerpo, su Estradivario. Una fatídica imposición en nuestro ser, grabada a sangre y fuego por el cristianismo judío, nos ha hecho olvidar el origen también divino del cuerpo —de todos los cuerpos— del ario. Este es el Madero de Sión sobre el que se crucificara al hombre germano y a sus Dioses paganos. Y también a nosotros, los chilenos. Y a nuestros Dioses Blancos. Pero cuando hay voluntad hay un camino, dice Darré. Y cita el poema de las Edda:
"La propiedad muere y mueren las estirpes
Tú mismo, como ellas morirás.
Pero yo sé de algo que vive eternamente:
Los héroes y la gloria de sus hechos.
¡Ellos habrán de perdurar!".
Walter Darré fue el Ministro de Agricultura de Hitler. El mismo es la prueba más clara de lo que aquí hemos explicado sobre la raza como un ideal, que trató de obtener para los hombres de ascendencia germánica de su siglo. Darré es apellido francés. Nació en la Argentina. Sus padres llegaron a esta nación a fines del pasado siglo. El nombre es hugonote, como muchos otros que después de la masacre de los protestantes de ascendencia germana en Francia, en la llamada "Noche de San Bartolomé", huyen a Prusia y también a América. (La familia de mi mujer, Rosselot, son hugonotes que abandonan la Bretaña en dirección a Suiza, Argentina y Chile. El ministro de De Gaulle, Couve de Murville, era un gigante rubio hugonote).
Walter Darré nace en 1895, se gradúa en Agricultura en Inglaterra, donde le sorprende la Primera Guerra Mundial. Siempre se sentirá alemán y, con la llegada de Hitler al poder, se convierte en su Ministro de Agricultura, cargo que desempeñó hasta 1942. Es él quien aplica en toda la amplitud de "suelo y sangre" la ciencia de la biopolítica. Prácticamente es su creador, su realizador genial en el Tercer Reich. Amigo y colaborador de Darré es el etnólogo y profesor Hans Günther.
Hans Günther afirma que "mientras más se retrocede en la historia de los pueblos indogermánicos tanto más se halla una tradicional atención a la herencia y a la selección, también en el hombre y no sólo en sus animales domésticos, con la certeza de que la procedencia lo decide casi todo". "En nuestro caso, lo que importa es un modelo para la selección" (Auslese-vorbild). "Y este modelo fue encontrado en el tipo del hombre nórdico, rubio, dolicocéfalo, de ojos azules. A él se tendió con toda la energía del hombre germánico, como a un ideal.
Y Günther continúa: "La concordia y la unidad de un pueblo sólo pueden promoverse mediante el reconocimiento unánime por parte del mismo de un modelo común anímico-orgánico del ser noble. Una "imagen-meta". "Sólo el que es noble puede ennoblecer". "La palabra Adel, nobleza, deriva de Odal (la Runa de Odín) que también quiere decir predio hereditario, campo, tierra, suelo. La nobleza germánica fue siempre labriega". "Por esto un Estado sabio debe crear para las familias seleccionadas el cortijo hereditario, en el cual puedan crecer y mantenerse. Con esto se señala el problema de sangre y suelo". "Sólo el campo es un estamento alimentador, todos los demás son estamentos consumidores", decía Bismark.
El proceso incendiario que estamos acostumbrados a llamar cultura, arrastra a las ciudades a los mejores, los que allí se esterilizan. Por esto hace falta una capa de familias de buena raza firmemente asentadas en el agro. De allí provendrán los descendientes que puedan llegar a ser los conductores natos del pueblo. Un pueblo se genera en el campo y se extingue en las ciudades. Para el Estado liberal el campo significa únicamente votos, incluido en el proceso económico, es decir, en las intenciones de lucro de las ciudades, en la mentalidad de la Bolsa. Lo que un Estado hace por el campesinado lo hace por su vigorización y no existe otro medio duradero para ello".
Las SS planeaban crear, después de la guerra, una suerte e Estados agrarios, dirigidos por guerreros-campesinos, como los antiguos templarios y caballeros teutónicos, en las fronteras del Este, para proteger a la raza blanca contra la enorme marea asiática. Así vivieron también los primeros conquistadores visigodos de Chile, con el arma al brazo y cultivando la tierra. Este fue el campo tradicional que destruyeron los judíos Chonchol y Allende por instintiva compulsión. Este fue el campo de los colonos alemanes del sur, que fueron capaces de extender más allá de la antigua frontera de Arauco y que ha sido destruido ahora por el sistema económico también judío de la Escuela Monetarista de Chicago, con el libre cambio, el intermediario, el préstamo y la usura. La nobleza agraria es el tema del libro de Darré, "Der Neuadel aus Blut und Boden", (La Nueva Nobleza de la Sangre y del Suelo), publicado en 1930.
"El pensar aristocrático sólo puede surgir del pensar del hombre del campo", dice Günther. "Nietzsche tiene razón cuando desconfía ante la idea de una aristocracia del espíritu". "Donde se habla de la aristocracia del intelecto, no faltan razones para desconfiar de que se trata de ocultar algo", escribía, "es sabido que constituye una palabra favorita entre los judíos ambiciosos. El intelecto solo no ennoblece; por el contrario, se necesita algo que ennoblezca al intelecto. ¿Qué es lo que se necesita para ello? La sangre".
Así, el trabajo de un Günther, de un Darré, de un Rosenberg, de un Himmler, de un Wirth, se dirigió a crear una tensión entre la realidad presente y una imagen-meta, la del hombre nórdico ario original, hacia la que se tendía con el sentimiento más tenso y se buscaba alcanzar por los procedimientos de la eugenesia y de la aristogenesia, valiéndose de las leyes hereditarias de Mendel. Esta tensión había sido debilitada, así como el interés tradicional prestado a la cría de la raza noble por los pueblos indogermánicos de la edad primigenia, por la imposición forzada de las doctrinas religiosas cristianas, que separaron el cuerpo del alma. En cambio, en la enfatización de lo congénito hereditario se encuentra una premonición o certidumbre de aquella unidad cuerpo-alma, que corresponde al pensar indo-germánico y que fue recuperada y reforzada por la investigación de la vida biológica de los etnólogos del Tercer Reich.
Después de la última guerra todo esto ha pasado a ser tabú. De nuevo, y por todos los medios a disposición del Estado esclavo democrático de los alemanes de hoy, se está cumpliendo con las órdenes recibidas de los amos de Sión: destruir la raza, bastardearla con el mestizaje y el mulatismo e introducir de nuevo el sentido de pecado y culpa, con la invención del genocidio del "pueblo elegido de Dios". Alemania hoy es un país ocupado, vejado, esclavizado, sin un tratado de paz, después de casi cuarenta años de terminada la guerra. Pero el ejemplo de aquellos inmensos logros del Tercer Reich hitleriano será imborrable, imperecedero.
El lamarckismo y el marxismo aseguraron que era posible mejorar al ser humano, perfeccionando el medio en que vive, con la doctrina de la importancia decisiva del mundo circundante. De ahí las propuestas para la elevación de la educación, de la instrucción para todos en el Estado liberal, características decimonónicas y que se mantienen hasta hoy, dogmas masónicos, como si con ello fuera posible crear nuevos seres humanos. Es la quimera, la manía de la instrucción generalizada -un absurdo para los Inkas-. La igualdad de derechos. Todo esto se halla ligado a las escuelas biológicas del siglo XIX. En cambio, la posición tradicional aristocrática enseña que el conocimiento es asunto racial y que un hombre puede no saber leer ni escribir y ser un sabio. Es más, la instrucción de la escuela le haría perder esa sabiduría. Así pasaba con los reyes y los nobles, que sabían por su sangre, por su herencia.
Del mismo modo sucedió en Chile con la nobleza campesina y con la verdadera aristocracia visigoda de la Colonia. Lo sé por experiencia propia de mi familia, donde las profesiones liberales fueron mal vistas, así como el trabajo remunerado. Las cosas se sabían desde el nacimiento, por la sangre. Y el trabajo se cumplía por el trabajo, no para ganar dinero con él, sino para vivir, viviéndolo. Para no perder la sabiduría, los parientes se casaron entre ellos, como los Inkas, como los faraones egipcios. Si hubiera sido posible, nos habríamos casado entre hermanos. Nos hemos sentido siempre como distintos. Y éste es un sentimiento natural, sin que exista desprecio o menosprecio por los demás. Al contrario. Se trataba de vivir y dejar vivir, manteniendo las barreras insalvables. Pero estábamos solos, cada vez más solos, en un mundo adverso y difícil, en el "Nuevo Mundo" americano de tonalidad.
Pensemos en Hitler. Su educación fue la de un rey, la de un aristócrata de los antiguos tiempos de la raza de los hiperbóreos. Fue la de un autodidacta. En ausencia de profesores sabios en las escuelas y universidades, donde se le rechazó siempre, se educó a sí mismo. Y su saber de genio genético no ha tenido parangón. El sabía absolutamente todo y en todo innovó, en la paz como en la guerra, en las artes, en la industria y también en la educación, transformándola en eugenesia, en aristogenesia racista. Sin él, tampoco Günther ni Darré podrían haber sentado las bases para producir la cría racial del pueblo alemán.