Como terminó el subprime a domicilio
Estimados foreros, mucha agua ha corrido bajo el puente en estos aciagos años.
Yo casi no ya aparezco por éste foro, que representa una parte de mi historia un poco antigua, aunque sigo ojeando un poco por aquí y por allá de tanto en tanto. Me causa cierta sensación indefinible comprobar que la historia que dio origen a éste hilo –y que fue uno de los motivos por el que decidí registrarme en burbuja.info- ya ha cumplido ocho años.
Sin embargo, en una tarde de sábado de un fresco día de invierno como ayer, una serie de acontecimientos se conjuraron para que, revisando algunas cosas viejas en mi ordenador, apareciera una referencia aquél hilo (o sea, éste) que abrí hace ya unos cuantos años, y me picara la nostalgia.
Además, como tenía de fondo un solo de piano de Michael Nyman un tanto melancólico y las nubes del anochecer presagiaban lluvia, le daban a la situación un marco muy escenográfico y apropiado, sabrán comprender.
Entonces entré al foro y busqué el hilo, que había quedado congelado en mayo de 2011, hace ya casi cuatro años, y lo desenterré con el cariño con el que imagino Champollion habría limpiado la piedra de Rosetta. Y los últimos posts, que habían quedado allí pidiendo novedades sin que nadie atendiera aquellos clamores, resonaron en mi aletargada memoria como un estertor extemporáneo que me empujó a finalizar mi historia.
Por lo tanto, aquí va.
Y a medida que lo escribo, me doy cuenta que esta pequeña historia es como un botón de muestra de lo que sucedió en éste país en estos años, un resumen revelador de lo que iba a ocurrir, y de los muertos que quedaron al borde del camino. Y como muchas cosas que ocurrieron hace muy poco ya son historia, puedo ahora revelar cuál era la administradora de fincas y la caja que se confabularon, verdes de avaricia, para perpetrar uno más de los pelotazos con que se iban a hinchar los bolsillos y que terminó con la liquidación de ambas.
Así que retomo la historia.
Luego de aquél momento en el que el relato se vio interrumpido, seguí yo habitando aquél piso, cuyo contrato finalizaba en diciembre de 2012. Estábamos, como recordarán, a principios de 2011, y por lo tanto disponía yo aún de más de un año y medio de plazo antes que expirara.
Antes que nada debo decir que nunca contraoferté la propuesta de aquél director de sucursal. Unos meses después volvió a presentarse con cara de abatido; lo que sumado a que yo no tenía ningún interés en ese piso (a ningún precio), hizo que dejara morir su propuesta dignamente. Me pareció que estaba en una situación verdaderamente complicada, y no tenía ganas de decirle que de hacer una contraoferta, sería por menos del 50% del precio que sugería.
También me puse un poco al tanto de cómo había sido la operación de compra de aquél edificio. La administradora de fincas que ahora llevaba la nuestra (y casi otras 900 fincas en Barcelona, de modo que estamos hablando de una empresa señera y de bastante entidad), había decidido que ser administradora de fincas era una cosa de pringados, y seducida por el canto de sirenas, decidió dar el salto y convertirse en agente de inversión inmobiliaria.
Sí, como lo leéis; esto ocurría a fines de 2006, cuando por aquí –y otros sitios- ya estábamos celebrando el turning-point burbujil (qué nostalgia, con la emoción que nos producía leer las primeras expresiones de desconcierto ladrillero en los mass-media). Digo esto, para que se den una idea de la cantidad de linces que puede haber en el concejo de dirección de una empresa que tenía un montón de empleados, y que llevaba décadas de existencia funcionando razonablemente bien.
La cuestión fue que estos listos convencieron a pequeños inversores, pasapiseros particulares y demás fauna del submundo ladrillero apañó, que junto a recursos propios y con el inestimable apoyo de una conocida caixa, decidieron –sí, lo repito, a fines de 2006- que el cielo se abriría en sus propias manos de triunfadores himberzores pofezionales.
El resto y final de éste culebrón, lo dejo para el siguiente post.