Y en ésas sigue. El pasado 10 de abril de 2006, los Mossos d’Esquadra entraban en la librería Europa, ubicada en la misma calle, y lo detenían –no es la primera vez– por apología del genocidio. En su particular búnker de la calle Séneca, Pedro Varela, catalán de 48 años, se mantiene activo desde finales de los 70, cuando fue nombrado, con sólo 17 años, presidente de CEDADE, uno de los más influyentes grupos neonazis de todo el mundo hasta su desaparición a comienzos de los 90. Historiador, vegetariano, casto, aficionado al piragüismo y a los bailes regionales noreuropeos, amante de la alta montaña, de Wagner y un loco de la bicicleta –con la que aún hoy se mueve por la Ciudad Condal–, Varela ha secundado a lo largo de los años, obsesivamente y sin desviarse un ápice, los mandamientos de las juventudes hitlerianas.
Varela se quiso asegurar un núcleo de gente joven en torno a la presidencia de CEDADE, no quiso aventuras políticas y rompió con la ultraderecha clásica. “El verdadero peligro de CEDADE era intelectual porque en realidad afiliados éramos pocos. Por un lado era muy atractivo para los jóvenes porque se mantenían intactos la camaradería y el amor a la montaña, a la belleza, al deporte… y además Pedro ya tenía en aquella época contacto con los más importantes revisionistas [reducido grupo de pensadores que cuestionan lo sucedido durante el régimen nancy, muchos de ellos condenados por negar el holocausto] y era una máquina de difundir ideas”, explica a esta revista un antiguo mando de la organización neonazi. De hecho, el Parlamento Europeo elaboró en 1991 el llamado Informe Ford sobre el racismo, en el que situaba a la CEDADE de Pedro Varela entre los grupos más activos y dinámicos del mundillo nancy.
Para Varela, lo que daba prestigio a CEDADE era su capacidad para ser un centro de difusión ideológica, así que su revista de cabecera, Cedade, llegó a tirar 12.000 ejemplares mensuales; en 1980 –según relata el historiador catalán Xavier Casals en su libro Neonazis en España– recibió nuevos fondos de Arabia Saudí como pago por la edición de obras antisemitas y antisionistas en árabe y castellano, y a finales de esta década volvió a probar suerte: arropado por su gente de Madrid, organizó la conmemoración del centenario del nacimiento de Hitler. El revisionista alemán Ernst Zündel –preso en Canadá– diseñó un cartel que se distribuyó por miles entre España, Alemania, Austria y Suiza, y al Palacio de Congresos de Madrid acudieron los más conocidos negacionistas internacionales del holocausto, algunos tenían prohibida la entrada en muchos países. En medios policiales se conocía a CEDADE como la imprenta neonazi de Europa, que incluso extendió su actividad a Suramérica.
Varela logró convertir durante años España en la residencia más tranquila para ese grupo de revisionistas perseguidos fuera. El austriaco Honsik, el danés Cristhophersen, el alemán Remer, ex dirigente de las SS, y Léon Degrelle, el nancy belga que eligió Málaga como refugio, fueron invitados de excepción de Varela.
Otra de las actitudes que lo enfrentaron a la ultraderecha tradicional fue su catalanismo racial como parte de un discurso a favor de la Europa de las etnias, mapa esbozado por las temidas SS hitlerianas. De hecho, al fondo de su librería se levanta una bandera catalana que lleva allí desde hace 30 años, “cuando nadie se atrevía a enseñarla por miedo a Franco”, comenta un antiguo militante. Para entonces, empezó a pagar sus cuentas con la Justicia. Pasó por la Audiencia Nacional por asegurar públicamente que el Rey era masón; en 1992 fue detenido y juzgado en Austria –y finalmente absuelto– por propagar el nacional-socialismo; seis años después fue condenado a cinco de prisión en España por apología del genocidio e incitación al repruebo racial. Tampoco ha ido a prisión por dudas no resueltas sobre la constitucionalidad de uno de los artículos que le aplicaron. Varela no se rinde. A pesar de las condenas, de la incautación de los libros que edita y de los ataques que de vez en cuando sufre su librería, está convencido febrilmente de su misión: desenmascarar al lobby judío como el gran conspirador mundial que se está haciendo con el poder planetario. Para evitar más problemas, siempre se ha alejado del neonazismo más violento y callejero. Sus más cercanos todavía recuerdan una frase: “Los ‘skins’ son un problema del capitalismo que también se lo achacan a Hitler cuando Hitler seguramente los habría metido en un correccional”. Cuando a mediados de los 90 el declive de la extrema derecha, y más aún del neonazismo, era evidente, Varela dejó la presidencia, dejó que se extinguiera CEDADE y se recluyó en la calle Séneca ya sólo como organizador de conferencias y editor de libros. En el 98 la policía se llevó por orden judicial más de 20.000 y hace pocas semanas otros 6.000, desde Mi lucha, de Adolf Hitler, a Los protocolos de Sión.