Alejandro V. García
http://www.huelvainformacion.es/77202_ESN_HTML.htm
HASTA hace poco el debate se centraba en fijar si el mercado inmobiliario era una burbuja o una pelota maciza. Tras el descalabro de la sociedad Astroc, y el subsiguiente desplome de la mayor parte de las inmobiliarias que cotizan en Bolsa, ya nadie duda de que la poderosa apariencia del mercado es, en gran medida, un glóbulo artificialmente hinchado y, por tanto, inconsistente y saltadizo.
Peligrosamente frágil, diríamos, pues su explosión puede arrastrarnos a todos, incluidos los que nada, absolutamente nada, tenemos que ver con el vértigo especulativo.
Incluso hay quien habla ya de burbujas, en plural. Los analistas, en su afán por hallar las causas del derrumbe, abocetar sus consecuencias y tranquilizar a los inversores, han explicado que lo que
ha estallado no es la burbuja inmobiliaria sino la burbuja especulativa, un globo de orden subalterno que albergaba ciertos títulos bursátiles que habían multiplicado exageradamente su valor en los últimos tiempos. Se trataría, por tanto, de un reajuste
circunscrito solo a ciertos valores de la Bolsa pero que
no afectaría a la Gran Burbuja Inmobiliaria o Burbuja Matriz que, según esta tesis, sigue flotando como un globo aerostático y despachando su ominoso (y deseado) predominio sobre la economía doméstica con la misma estabilidad que hace una década.
Pero no son las únicas burbujas, desde luego, que han acompañado el grandioso proceso especulativo. En realidad la primera burbuja inmobiliaria que estalló fue la
burbuja moral. Su explosión dejó al descubierto un panorama desalentador.
Cientos de especuladores de todos los tamaños masticando ávidamente los frutos de un negocio exterminador; codiciosos personajes moviendo los hilos de un ejército de asistentes encargado de facilitar mediante tretas legales la ocupación de suelo; ayuntamientos infectados por la bacteria del cohecho, y millones de hectáreas de espacios verdes convertidas en moles de hormigón.
El estallido de la burbuja moral tuvo su reflejo en el
aumento de los atestados policiales y en un discreto acrecentamiento del celo de las autoridades encargadas de supervisar el crecimiento urbanístico. Pero poco más, pues su poder explosivo no traspasa el grueso muro que separa el interés especulativo de la honestidad o el pudor. Y aún estábamos contabilizando
imputados y cohechos cuando la segunda burbuja se volvió grávida y extendió su amenaza con esa crueldad ciega que acompaña los desbarros del capitalismo salvaje. Mal sobre mal. Burbuja sobre burbuja.
A la espera del gran eructo.