Una mujer se suicida en la universidad

Heteropatriarca

Madmaxista
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Las mujeres de la generación de cristal, muy empoderadas ellas, se deprimen al descubrir el mundo real, con sus exigencias y competitividad. El artículo usa el término inclusivo "estudiantado" pero los ejemplos concretos son (excepto uno) de mujeres, como muestra la imagen inicial.

Presión, ansiedad y un futuro incierto: el día a día en la Universidad lleva al 30% del alumnado a tener pensamientos suicidas

Todos los estamentos que conviven en los campus se ven cada vez más afectados por la exigencia de obtener resultados; los rectorados empiezan a preocuparse por los efectos que esta creciente competitividad tiene sobre las personas mientras cada vez salen más a la luz casos que llegan hasta el suicidio.

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Un pequeño altar de flores en la puerta de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid recordaba hasta hace unos días la tragedia de la estudiante que se quitó la vida allí mismo hace unas semanas. Es el último caso (conocido) de un suicidio en un campus, un asunto sobre el que no se habla –la UCM comunicó en X que la joven había “fallecido”– pero muy real.

Por un lado, la mayoría de las personas está en una edad complicada en sí misma, explican expertos en el tema. Sobre todo para el estudiantado, que ve cómo se mezcla un momento vital difícil en el que se cambia instituto por universidad y se pasa de alguna manera de una vida adolescente a otra preadulta. Empieza a crecer la presión, la competitividad, la preocupación por un futuro que ya no parece tan lejano ni luce amable. Las notas, el mercado laboral que asoma en el horizonte, el techo bajo el que vivir. El mundo se encoge y oprime.


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Si no estás entre los mejores, recuerda la doctoranda y presidenta de la Federación de Jóvenes Investigadoras (FJI/Precarias), Cristina Rodríguez, toca transitar la pista de piedras. En su caso, cerca de la treintena, los tres años que le ofrece el contrato predoctoral que acaba de firmar para hacer su tesis es el periodo de estabilidad más largo del que ha disfrutado nunca, explica, y si no se le da muy bien, cuando mire hacia atrás dentro de varios aún lo recordará como una de sus mejores épocas.

Las universidades poco a poco van tomando conciencia de la situación y montan unidades de atención psicológica o las refuerzan si ya existían para atender las dos casuísticas. Se intenta formar al profesorado o a estudiantes con el fin de que estén atentos a las señales que emiten sus pares, y que se sepan cómo afrontarlas. Porque todo se junta en la academia.

Por otro lado, a los cambios internos se suman los externos. “Existen problemas específicos del ámbito académico”, continúa Deus. “Típicamente, problemas de adaptativos de tipo ansioso. Problemas reactivos al modelo, al sistema de aprendizaje y a todo lo que es entrar en el mundo universitario. Son unos problemas que observamos mayoritariamente y de forma creciente. Los estudiantes necesitan un periodo mayor de adaptación al sistema universitario y al sistema educativo propiamente dicho”.


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Paula tiene 24 años y está en la recta final de una Ingeniería en Tecnologías de la Telecomunicación. Ya mira al futuro con aprensión. “Me preocupa que, cuando salga de la carrera, nadie me contrate por no tener la experiencia suficiente después de todo el esfuerzo”, admite. El ambiente en clase tampoco ayuda y además le ha costado un peaje personal: “He perdido amistades durante la carrera , principalmente por la competitividad que hay”. Una competitividad que le lleva a agobiarse cuando no rinde como ella misma espera.

Esta futura ingeniera cree que las universidades deberían tener servicios de orientación para el estudiante, igual que en los institutos. “Hay muchos aspectos en esta etapa que merman nuestra salud mental y por muy fuerte que seas la presión te puede pasar factura”.

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Un servicio de orientación habría necesitado también Natalia cuando acabó el máster que cursó. “Lo que más me preocupaba era no saber cuál iba a ser mi próximo paso”, recuerda. Puede parecer algo banal, pero a esta matemática esa incertidumbre le abrió las puertas de la ansiedad. “La poca información sobre qué opciones existen para encaminar mi vida me pareció muy frustrante, y parece que si pierdes un año para probar diferentes opciones y así poder elegir con cierta seguridad te estás quedando atrás. Se siente mucha presión por el entorno, el mercado laboral y la sociedad en general”, opina. Ha acabado haciendo un doctorado y es perfectamente consciente de que su elección no le va a facilitar la vida.

'Predocs', 'postdocs'... Siempre estás pensando en la siguiente convocatoria. Hasta los 40 años o así la carrera académica es una olimpiada.

Lo sufrió Carmen (ha preferido mantenerse en el anonimato por temor a represalias) en sus carnes cuando preparaba su doctorado. Estaba en su último año de contrato y la tesis no avanzaba como ella quería, por lo que decidió dejar de dar clases –otra de las tareas que hacen los doctorandos–. Ahí empezaron sus problemas. “Comenzaron los ataques de mi director. En una videoconferencia me dijo que estaba ''jugando sucio'', que mis clases estaban ''de sobra preparadas''...que ''solo sería mes y medio''...que ''si tenía problemas para dormir y de ansiedad era porque necesitaba tomar pastillas porque tenía un problema''... Tuve varios ataques de ansiedad, vi que mi tesis no le importaba nada”, recuerda. Carmen habla de “abuso laboral, control emocional”. Habla de ataques “sistemáticos” por la calidad de su escritura, de su trabajo.

Y luego está la excelencia. “Los niveles que se pretende alcanzar están desquiciados”, sostiene Alicia. “Son imposibles de compatibilizar con una vida normal, exigen plena dedicación. La gente está trabajando a unos niveles que no son normales”, advierte.
 
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Cada vez leo más por todos lados la expresión "la generación de cristal". Y sinceramente creo que es una definición cada vez más acertada.
 
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