Yops
Madmaxista
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Un país de obreros de derechas
Antonio López del Moral - 26 de mayo del 2003
En fin, uno creía que aún había esperanza para la población española, que a pesar de Operación Triunfo, Gran Hermano y Hotel Glamour, la lobotomía colectiva practicada desde los círculos de poder a través de la televisión todavía era reversible. Desgraciadamente, parece que no ha sido así.
¿Qué valoración, si no, hacer de los resultados electorales que acaban de producirse? ¿Qué tiene que hacer el PP para que la gente deje de mostrarle la grupa? ¿Acaso es necesario que después de pisotearnos nos escupan y orinen encima para que por fin reaccionemos? La única explicación más o menos evidente es que ha votado el bolsillo. Resulta vergonzoso y vergonzante que asuntos como la falta de democracia, el recorte de libertades, la represión, la paulatina supresión de los servicios públicos, el reparto de los mismos entre empresas privadas adjudicadas a dedo y como consecuencia de ello la menguante calidad de la sanidad, de la educación, de los transportes, el disparate de la vivienda, la sangrante precariedad laboral, la ignominia de la televisión pública, la lamentable actitud del gobierno antes, durante y después de la guerra, la dejación de responsabilidades ante el desastre ecológico del Prestige, resulta patético, digo, que todas estas cuestiones pesen menos en la balanza que la coyuntural y temporal bonanza económica de la que unos pocos disfrutan. Dicen que no hay nada más fulastre que un obrero de derechas. Esa es la triste realidad de la España de hoy: somos un país de obreros de derechas.
Porque no nos engañemos: obreros son, aunque quieran dárselas de otra cosa votando al PP, todos esos pequeños y medianos empresarios que forman parte sustancial de su tejido electoral.
Obreros de derechas son los peperos que regentan videoclubes, asadores de pollos, fruterías, bares, obreros de derechas son los porteros del barrio de Salamanca de Madrid que se inclinan al abrir las puertas de los Mercedes de los que descienden sin mirarles los señores a los que votan, obreros de derechas son los dueños de las peluquerías que no quisieron cerrar durante la huelga, y que esgrimen argumentos tan egocéntricos como 'a mí no me regalan nada los de la izquierda', obreros de derechas son también los trabajadores de a pie que no votan porque 'son todos unos ladrones', obreros de derechas son los taxistas que dicen que 'a la izquierda no, que me quitan lo que yo gano con mi esfuerzo'. Un obrero de derechas es aquel que no ve o no quiere ver más allá de los cuatro céntimos que ha reunido, y al que lo único que interesa es poner el aire acondicionado o la tarima de su pisito del extrarradio. También lo son los empleados de banca que se han visto obligados a hacerse un plan de pensiones privado, porque la seguridad social ya no las garantiza, y que, temerosos de perder sus ahorros, apoyan la opción conservadora.
Obreros de derechas son los contratados temporalmente que justifican la precariedad laboral con el argumento de que 'hay mucho vago que vive del cuento', obreros de derechas son los que entienden que las privatizaciones de los hospitales, de los transportes o de los colegios mejoran su funcionamiento porque así 'esos mangantes que no dan ni golpe ya no tienen garantizado el puesto'. Qué pena, Dios, qué pena. Y mientras tanto la verdadera derecha, la que se llena los bolsillos a raudales con la especulación inmobiliaria, con la información financiera privilegiada, con las prebendas políticas, con las OPAs hostiles, la derecha de los bancos, de los holdings, de Gescartera, toda esa auténtica derechona frotándose las manos. A estos idiotas, pensarán, les podemos quitar la seguridad laboral, el derecho a la huelga, la libertad de información, les podemos quitar hasta los pantalones y el orgullo, porque luego les dejamos que rebañen la cazuela y laman el plato, les damos las sobras y se conforman. Y encima llaman guapo a Aznar.
Si es que no se puede estar más ciego...
Antonio López del Moral - 26 de mayo del 2003
En fin, uno creía que aún había esperanza para la población española, que a pesar de Operación Triunfo, Gran Hermano y Hotel Glamour, la lobotomía colectiva practicada desde los círculos de poder a través de la televisión todavía era reversible. Desgraciadamente, parece que no ha sido así.
¿Qué valoración, si no, hacer de los resultados electorales que acaban de producirse? ¿Qué tiene que hacer el PP para que la gente deje de mostrarle la grupa? ¿Acaso es necesario que después de pisotearnos nos escupan y orinen encima para que por fin reaccionemos? La única explicación más o menos evidente es que ha votado el bolsillo. Resulta vergonzoso y vergonzante que asuntos como la falta de democracia, el recorte de libertades, la represión, la paulatina supresión de los servicios públicos, el reparto de los mismos entre empresas privadas adjudicadas a dedo y como consecuencia de ello la menguante calidad de la sanidad, de la educación, de los transportes, el disparate de la vivienda, la sangrante precariedad laboral, la ignominia de la televisión pública, la lamentable actitud del gobierno antes, durante y después de la guerra, la dejación de responsabilidades ante el desastre ecológico del Prestige, resulta patético, digo, que todas estas cuestiones pesen menos en la balanza que la coyuntural y temporal bonanza económica de la que unos pocos disfrutan. Dicen que no hay nada más fulastre que un obrero de derechas. Esa es la triste realidad de la España de hoy: somos un país de obreros de derechas.
Porque no nos engañemos: obreros son, aunque quieran dárselas de otra cosa votando al PP, todos esos pequeños y medianos empresarios que forman parte sustancial de su tejido electoral.
Obreros de derechas son los peperos que regentan videoclubes, asadores de pollos, fruterías, bares, obreros de derechas son los porteros del barrio de Salamanca de Madrid que se inclinan al abrir las puertas de los Mercedes de los que descienden sin mirarles los señores a los que votan, obreros de derechas son los dueños de las peluquerías que no quisieron cerrar durante la huelga, y que esgrimen argumentos tan egocéntricos como 'a mí no me regalan nada los de la izquierda', obreros de derechas son también los trabajadores de a pie que no votan porque 'son todos unos ladrones', obreros de derechas son los taxistas que dicen que 'a la izquierda no, que me quitan lo que yo gano con mi esfuerzo'. Un obrero de derechas es aquel que no ve o no quiere ver más allá de los cuatro céntimos que ha reunido, y al que lo único que interesa es poner el aire acondicionado o la tarima de su pisito del extrarradio. También lo son los empleados de banca que se han visto obligados a hacerse un plan de pensiones privado, porque la seguridad social ya no las garantiza, y que, temerosos de perder sus ahorros, apoyan la opción conservadora.
Obreros de derechas son los contratados temporalmente que justifican la precariedad laboral con el argumento de que 'hay mucho vago que vive del cuento', obreros de derechas son los que entienden que las privatizaciones de los hospitales, de los transportes o de los colegios mejoran su funcionamiento porque así 'esos mangantes que no dan ni golpe ya no tienen garantizado el puesto'. Qué pena, Dios, qué pena. Y mientras tanto la verdadera derecha, la que se llena los bolsillos a raudales con la especulación inmobiliaria, con la información financiera privilegiada, con las prebendas políticas, con las OPAs hostiles, la derecha de los bancos, de los holdings, de Gescartera, toda esa auténtica derechona frotándose las manos. A estos idiotas, pensarán, les podemos quitar la seguridad laboral, el derecho a la huelga, la libertad de información, les podemos quitar hasta los pantalones y el orgullo, porque luego les dejamos que rebañen la cazuela y laman el plato, les damos las sobras y se conforman. Y encima llaman guapo a Aznar.
Si es que no se puede estar más ciego...