Cuando en 1936 el general fascista Franco encabezó una rebelión contra el gobierno republicano izquierdista de Madrid. La insurrección que hubo en España recibió la bendición de la Iglesia Católica como si fuera una santa cruzada. Con el tiempo, de acuerdo con el escritor C. L. Sulzberger, Hitler y Mussolini enviaron 85.000 tropas para apoyar el ejército de Franco. Aviones alemanes bombardearon ciudades españolas.
Antonio Bahamonde, ayudante principal de uno de los generales de Franco, al comentar sobre el derramamiento de sangre y la matanza en masa de prisioneros, dijo que los generales de Franco “sabían muy bien que solo por la fuerza del terror [...] podrían dominar a la gente [...] Se trata de terror so pretexto de orden, y el orden es el orden del cementerio”. Otro general lo expresó sin rodeos: “La gente común son cerdos. ¡Hay que matarlos como a cerdos!”.
Estos hombres fueron oficiales de un ejército conquistador que era mayormente católico. En nombre de la conveniencia política, aprobaron el asesinato.
Como ocurre en todas las guerras, ambos lados cometieron atrocidades. De nuevo el fruto de la política inspiradora de repruebo y respaldada por la religión salió a la superficie. La gente pagó el precio. La Guerra Civil Española, que duró tres años, causó la fin a más de un millón de personas.
La violencia engendra violencia y llegamos a la situación actual en la que mentes perturbadas siguen cometiendo crimenes.