voy a responder a este estulto, con un poema de un señor llamado Félix G. Olmedo y dice así:
Suena un silbido estridente
que ningún eco repite,
parte el tren bajo un torrente
de fuego que nos derrite.
Ni un bosque, ni una montaña
sólo vemos al pasar
alguna humilde espadaña
como vela en alta mar,
o algún castillo distante
que en la vaga lejanía
parece una estatua orante
sobre una tumba vacía.
Grandes rastrojos, un carro
un pozo, un árbol, un huerto
algunas casas de barro
y la calma del desierto.
Esta es Castilla la vieja,
la de los viejos castillos
la de los usos sencillos
la de la fe y habla añeja
la que, fiel a sus monarcas
luchó con turcos y jovenlandeses
hasta agotar los tesoros
de su sangre y de sus arcas.
Como criada en trabajos
era recia, algo bravía
pero noble no sabía
tener sentimientos bajos
creía sin presunción
que no le faltaba nada
mientras tuviese una espada
una almena y un pendón.
Dábale temple de acero
su fe robusta y sencilla
y donde entraba Castilla
entraba la cruz primero
ponía a sus gustos tasa
su fortuna mala o buena,
nunca buscaba en la ajena
lo que tenía en su casa
Hoy Castilla es esa torre
que se inclina desplomada
esa aldea abandonada
y esa fuente que no corre
ese árbol que no da fruto
ni sombra, esa cruz caída
esa mujer mal vestida
y esa vestida de luto.
Adiós Castilla, la vieja
la de los viejos castillos
la de los usos sencillos
la de la fe y habla añeja
si alguno, al verte tan pobre
quiere tus tierras comprar
por un puñado de cobre
dile: más habéis de dar.
Por dos puñados o tres
de esta tierra, ¡ved que loco!
me dio un mundo un genovés
y aún pensó que daba poco