Conducir algo
más de 3.000 kilómetros hasta la frontera de
Polonia con Ucrania para recoger a cuatro personas que huyen de la guerra. Ese era el objetivo de Francisco José González. Fran, como le llama todo el mundo, tiene 34 años y vive en un
santuario de animales ,
Dharma , que fundó hace un año en Ciudad Real. El pasado jueves a mediodía decidió coger su coche eléctrico y poner el navegador hasta la ciudad polaca de Przemyśl.
El motivo de este viaje no era otro que
ofrecer comida caliente, agua y un techo donde dormir a cuatro ucranianos que lo necesitaran. «Tenemos cuatro habitaciones en el santuario, que normalmente ocupan los voluntarios que vienen a echar una mano los fines de semana. Allí vivimos mi pareja y yo y estamos dispuestos a acogerles el tiempo que haga falta», confiesa el joven a
ABC .
Con múltiples paradas para
cargar su coche eléctrico y un viaje de varios días, llegó el pasado domingo a su destino y recogió a dos mujeres y dos niñas. A su llegada le sorprendió la
cantidad de ropa de abrigo que había por todos lados . «Fue todo más rápido de lo que pensaba, lo primero que hice fue ir a la estación de Przemyśl y después conduje hasta la misma frontera», confiesa. Allí se encontró un centro comercial desde el que se juntan las personas que llegan
ofreciendo un viaje y los refugiados que huyen. «Llegué, dije que había venido en coche y que tenía sitio para
cuatro personas de vuelta a España , además de ofrecer alojamiento.
Me dieron una pulserita de 'driver' (conductor) y me mandaron al pabellón de viajes con destino España», explica Fran.
Finalmente, localizó a estas cuatro mujeres con las que se encuentra ya
de regreso al santuario . «Nuestra idea era salir el pasado lunes por la mañana para poder descansar esa noche, pero las niñas estaban
llorando y muy nerviosas por la situación que les ha tocado vivir», relata. Por ese motivo, emprendieron su viaje hacia la medianoche y dos horas después, en un sitio más tranquilo, pararon a dormir.
Además, en su viaje de ida Fran
ha recogido ropa de abrigo, alimentos no perecederos y demás
donaciones por las ciudades por las que pasaba, que también ha portado hasta la frontera. «La carretera estaba llena de coches y furgonetas que, al igual que yo, llevaban ayuda», explicaba a través de las redes sociales.
Reconoce ahora, una vez conseguido su objetivo, que al principio todo
fue un malentendido . «Unos compañeros se ofrecían para acoger gente en su casa, yo entendí que iban a ir allí a buscarles y ya se me metió
la idea en la cabeza », aclara. En cuanto a las reacciones de sus familiares al enterarse de lo que iba a hacer confiesa que al principio a sus padres no les hizo «ninguna gracia», aunque finalmente le apoyaron.