Se está comentando que la Iglesia post CVII se hizo comunista y que los jesuitas fueron su punta de lanza. Como es costumbre se mira al lado opuesto en el que uno está, que debe ser para cada cual el centro del universo, el centro de gravedad entorno al cual todo gira, como si fuera la posición más centrada y sensata posible. Se maneja un maniqueísmo francamente sorprende por su naturalidad y si la penetración comunista en Hispanoamérica ha sido penosa, entonces sus rivales tienen necesariamente que ser los buenos, independientemente de lo que hicieran contra su propio pueblo en abusos y sometimiento que serían inaceptables en Occidente.
Sorprende también el nivel de abstracción de algunos que luego tardan apenas segundos en ocupar su sitio en la trinchera según les afecten los hechos y los personajes. Pareciera que a imagen y semejanza de la leyenda negra, el comunismo llegó a aquellas tierras para acabar con la idílica vida de las personas bien dirigidas y mejor tratadas por los dictadores de estilo americano. Los abusos generan reacción y si les duele que se produzca, antes deberían mirar por no llegar a ser tan malvados.
A partir de ahí, ya no hay opinión sino condena y cuando ésta se produce sin haber tratado de entender los motivos del condenado, e incluso habiéndolos silenciado previamente, el espacio en el que podemos compartir distintos puntos de vista se convierte en una refriega de propaganda.
Esa lealtad a las ideas propias, que casi siempre se manifiestan en su ataque cerrado a las contrarias, da la dimensión de hasta qué punto uno es prisionero de ellas o su mercenario.
Respecto a la Escuela de Oviedo que se mencionó antes.
Da igual que uno crea en Dios o como dicen ellos, que no existe ni debe existir. Si van a tratar de analizar un hecho histórico despreciando los motivos de sus actores, por más que los crean imaginarios, no pueden ni deben poner en su lugar aquellos que en su materialismo creen que lo explica todo. Sería como decir que si los motivos de una persona fueran el amor por ejemplo, y como el amor no existe ni debe existir, no lo hizo entonces por amor sino por otras razones. Así, lo que se hiciera por ese constructo metafísico que es el amor -es solo un ejemplo-, ya no debe provocar admiración ni respeto sino sospecha. Si un hombre actúa movido por su Fe no hay en su intención ninguna otra motivación, pero como esa Fe es falsa porque cree en lo inexistente, las motivaciones bajan al terreno de la especulación materialista y quedan en locuras, en el mejor de los casos, o en intereses espurios de la peor calaña precisamente porque se parapetan detrás de los motivos más elevados.