«Si hubiésemos estudiado también estaríamos en paro». La Verdad
En la década de los 90 muchos eran los estudiantes que, atraídos por un buen salario, dejaron a un lado los libros para coger un ladrillo. Con la explosión de la burbuja inmobiliaria, la mayoría perdió su empleo y hoy abarrotan las oficinas del paro. La mayor parte de ellos buscan un trabajo «de cualquier cosa», ya que muchos han tenido tiempo para formarse en otras oficios como el de electricista, carpintero, pintor... Muchos también se han alejado del ámbito de la construcción y han optado por entrar en el sector servicios como camareros o dependientes.
El trabajo de corta duración y los empleos precarios suelen ser ahora la tónica general de su vida laboral y con las mismas, de vuelta a las oficinas del Servicio de Empleo y Formación. Estos trabajadores en paro se ven ahora en una situación muy distinta a la que afrontaban en la época dorada de la construcción. Muchos de ellos se compraron una casa que aún tienen que pagar y formaron una familia. Ahora se ven sin empleo y con la necesidad de sacar a los suyos adelante mientras hacen frente a las deudas acumuladas en la etapa de bonanza.
Suelen ser hombres jóvenes entre los 25 y los 35 años, casi todos con hijos e incansables a la hora de buscar trabajo. Cursos de formación, talleres y especialización en otras ramas suelen ser habituales en sus currículos. A todo ello se le suma la desesperación porque estos cursos no vayan acompañados de prácticas en empresas donde poder demostrar su valía y optar a un puesto de trabajo. Lo que también les caracteriza es la urgencia de obtener ingresos. Con este panorama, muchos muestran desesperación y rabia. Como Carlos, que culpa de la situación a políticos e pagapensiones, o como Isaí, que se queja de la poca eficacia de las oficinas de empleo.
Los que fueron las manos que movían el motor económico del país, se encuentran a día de hoy en una situación de desamparo. En un entorno que crecía a base del ladrillo, los que estudiaron pensando en el futuro y no en el presente tampoco lo tienen fácil ahora. La crisis azota a todos los sectores e incluso las empresas han ido buscando a gente con poca formación. Pese a esto, Carlos quiere que sus hijos «estudien para tener un futuro diferente al de su padre». La mayoría piensan que la formación académica es necesaria, quizá porque no se ven en la situación de tener una o varias carreras y, pese a eso, seguir en el paro, como por desgracia es la tónica habitual de la juventud española. Por otro lado, también creen que una mayor preparación les dará más posibilidades.
Muchos de ellos se sienten ya muy mayores para volver a un aula, pero darían una vuelta atrás en el tiempo y retomarían sus estudios. Otros admiten que a la edad se le suma la «falta de ganas», como le sucede a Juan Antonio. También los hay que necesitan dinero rápido y no pueden «perder el tiempo» en unos estudios que tampoco les aseguran un puesto de trabajo. Éste es el caso de Isaí, que siente cómo el tiempo juega en su contra y considera que «volver a estudiar sería un gasto que no me puedo permitir, lo que necesito ahora es ganar dinero, no gastarlo».
Estas personas son los juguetes rotos de unos modelos económicos y urbanísticos efímeros que dieron ingresos mientras había dinero para llevarlos a cabo. Hoy todos estos parados y ven cómo edificios que ellos ayudaron a construir se quedan vacíos mientras muchos temen perder su casa. La paradoja no es baladí, ya que no fueron pocos los trabajadores que optaron por meterse al por aquel entonces «negocio» de la construcción.
La realidad les ha dado una bofetada y ninguno tiene esperanzas de volver «a lo suyo», a ese trabajo necesario que es lo que mejor saben y más les gusta hacer. Con una capacidad de reconvertirse laboralmente envidiable y con muchas ganas de salir adelante afrontan el presente y el futuro de unas vidas que, lejos de ser sus propias vidas, las destinan por entero a mantener a sus familias.
En la década de los 90 muchos eran los estudiantes que, atraídos por un buen salario, dejaron a un lado los libros para coger un ladrillo. Con la explosión de la burbuja inmobiliaria, la mayoría perdió su empleo y hoy abarrotan las oficinas del paro. La mayor parte de ellos buscan un trabajo «de cualquier cosa», ya que muchos han tenido tiempo para formarse en otras oficios como el de electricista, carpintero, pintor... Muchos también se han alejado del ámbito de la construcción y han optado por entrar en el sector servicios como camareros o dependientes.
El trabajo de corta duración y los empleos precarios suelen ser ahora la tónica general de su vida laboral y con las mismas, de vuelta a las oficinas del Servicio de Empleo y Formación. Estos trabajadores en paro se ven ahora en una situación muy distinta a la que afrontaban en la época dorada de la construcción. Muchos de ellos se compraron una casa que aún tienen que pagar y formaron una familia. Ahora se ven sin empleo y con la necesidad de sacar a los suyos adelante mientras hacen frente a las deudas acumuladas en la etapa de bonanza.
Suelen ser hombres jóvenes entre los 25 y los 35 años, casi todos con hijos e incansables a la hora de buscar trabajo. Cursos de formación, talleres y especialización en otras ramas suelen ser habituales en sus currículos. A todo ello se le suma la desesperación porque estos cursos no vayan acompañados de prácticas en empresas donde poder demostrar su valía y optar a un puesto de trabajo. Lo que también les caracteriza es la urgencia de obtener ingresos. Con este panorama, muchos muestran desesperación y rabia. Como Carlos, que culpa de la situación a políticos e pagapensiones, o como Isaí, que se queja de la poca eficacia de las oficinas de empleo.
Los que fueron las manos que movían el motor económico del país, se encuentran a día de hoy en una situación de desamparo. En un entorno que crecía a base del ladrillo, los que estudiaron pensando en el futuro y no en el presente tampoco lo tienen fácil ahora. La crisis azota a todos los sectores e incluso las empresas han ido buscando a gente con poca formación. Pese a esto, Carlos quiere que sus hijos «estudien para tener un futuro diferente al de su padre». La mayoría piensan que la formación académica es necesaria, quizá porque no se ven en la situación de tener una o varias carreras y, pese a eso, seguir en el paro, como por desgracia es la tónica habitual de la juventud española. Por otro lado, también creen que una mayor preparación les dará más posibilidades.
Muchos de ellos se sienten ya muy mayores para volver a un aula, pero darían una vuelta atrás en el tiempo y retomarían sus estudios. Otros admiten que a la edad se le suma la «falta de ganas», como le sucede a Juan Antonio. También los hay que necesitan dinero rápido y no pueden «perder el tiempo» en unos estudios que tampoco les aseguran un puesto de trabajo. Éste es el caso de Isaí, que siente cómo el tiempo juega en su contra y considera que «volver a estudiar sería un gasto que no me puedo permitir, lo que necesito ahora es ganar dinero, no gastarlo».
Estas personas son los juguetes rotos de unos modelos económicos y urbanísticos efímeros que dieron ingresos mientras había dinero para llevarlos a cabo. Hoy todos estos parados y ven cómo edificios que ellos ayudaron a construir se quedan vacíos mientras muchos temen perder su casa. La paradoja no es baladí, ya que no fueron pocos los trabajadores que optaron por meterse al por aquel entonces «negocio» de la construcción.
La realidad les ha dado una bofetada y ninguno tiene esperanzas de volver «a lo suyo», a ese trabajo necesario que es lo que mejor saben y más les gusta hacer. Con una capacidad de reconvertirse laboralmente envidiable y con muchas ganas de salir adelante afrontan el presente y el futuro de unas vidas que, lejos de ser sus propias vidas, las destinan por entero a mantener a sus familias.