En efecto. A mi hermano le contaron hace ya muchos años que su casa nueva en un pueblo junto a Burgos valía entonces 27 kilos.
Yo me eché las manos a la cabeza porque me parecía una tontería.
Pues nada, fundamentalmente por la cabezonería de mi cuñada, siguieron esperando y esperando unos dos años y no iba casi nadie ni a verlo. Finalmente, y cuando la vivienda ya se había apreciado un poco (lo normal en épocas no burbujistas) y bajando un par de kilos, lo pudieron vender.
Y les tuvimos que dar los hermanos un par de toques, porque como pensaban haberlo vendido mucho antes, estaban financiando el piso que se compraron en otra ciudad con 10 kilos de cada pareja de padres durante unos 6 meses, y hubo que decirles que vendieran de una vez, que a los carrozas les hacía falta la pasta (al menos a los míos, porque era para pagar las fases de una casa que se estaba haciendo mi padre en el pueblo), y total por querer mantener un precio que se había demostrado imposible durante 2 años.
El precio lo pusieron ellos, pero los de la inmobiliaria les comieron el coco para ponerlo alto, y con esto les hicieron la frutada del siglo.