Por supuesto que las manifestaciones no sirven para nada. Ningún político va a hacer nada al verlas, entre otras cosas porque no hay nada que puedan hacer para solucionar el problema del precio de la vivienda, aunque quisieran.
Por supuesto que las manifestaciones no van a hacer nada para pinchar la burbuja. La burbuja se está pinchando sola por motivos económicos; llamar la atención sobre los problemas que causa no tiene ningún efecto económico.
Por supuesto que a las manifestaciones también van idiotas que no se dan cuenta de lo anterior, gente que se apunta sólo por armar gresca o quejarse contra todo, y otros que se suben al carro con la intención de promover sus intereses políticos.
Las manifestaciones denuncian una injusticia colosal. Aunque muchos aún no lo saben, los que no pueden acceder a una vivienda son los afortunados, los que por suerte, por edad o por cabeza no firmaron un contrato mefistofeliano entregando su alma a un banco a cambio de una infravivienda con tarima flotante (nunca he sabido que era eso, y siempre me ha sonado raro -¿flotando sobre qué?-, pero me sugiere una metafora de la situación de esta generación esclavizada, condenados a moverse con un cuidado infinito sobre el fino hielo de su tarima, 30 o 40 años a merced del Euribor o el mercado laboral, atrapados en la ratonera por la bajada de precios que se avecina y con la menor perturbación haciendo temblar todo el castillo de naipes).
Esta estafa gigantesca se ha podido perpetrar en España porque los españoles son muy prácticos y bastante egoístas, y solo piensan en sí mismos. Nadie protesta contra una injusticia que no le afecta directamente, nadie se esfuerza en hacer cosas que no sirven para nada. Nos educan para mirar nuestro interés y despreocuparnos de lo demás. El interés general sólo existe cuando se trata de fútbol.
Los que van a las manifestaciones no son, en esta ocasión, las mayores víctimas de esta injusticia (esos serían los pepitos, que aún se creén triunfadores; así de bueno ha sido el timo). A las manifestaciones van, salvo algún despistado, los que se niegan a ser victimas de la estafa, los que consideran que firmar el pacto de sangre que les esclaviza no es una forma digna de acceder a una vivienda, los que no quieren entrar en la rueda. Nadie espera que el gobierno le regale una vivienda, o haga bajar el precio de las casas; pero saben que este timo se ha llevado a cabo al amparo de leyes imperfectas y valores aceptados por la sociedad; y protestan contra la injusticia resultante. Y siguen protestando, siete meses después, aunque saben que no sirve para nada. No se ha visto algo así en España desde los ochenta. Si más gente reclamara lo que les parece justo, sin pensar en si eso va a servirles para algo, a lo mejor no tendríamos los valores sociales y las leyes que han calentado la burbuja.
Por supuesto quienes no quieran venir, allá éllos; razones hay a miles, y cada uno tiene la suya. Pero un respeto hacia los que salen a la calle, que aunque no vayan a pinchar esta burbuja, quizá consigan que se entienda que esto es mucho más que un simple tema económico, y ayuden a lograr los cambios estructurales necesarios para evitar otras burbujas en el futuro.