Yo en la uni me lié con una gordi que tenía mucho gancho y un papá cacique. Creo que le debí chulear más de siete millones de pesetas, entre regalos de los gordos y gorroneos de su vida de niña asquerosamente rica. Me puso un coche, varios viajes...
Dos años enteros, anduve tomándole el pelo, entrando y saliendo de su vida y encasquetándole en cada sencillada una cornamenta de reno de Santa Claus donde lo viera todo el puñetero mundo, hasta que su padre me mandó a un detective y yo al detective lo mandé al hospital con una llave de judo en todo el pavimento, pero eh, a la chavala la tuve que dejar en paz, que ya estaba bien. Tampoco era plan de que me mandará a cuatro detectives y la cosa acabara mal para mí.
Nunca me he sentido orgulloso de aquello (ni de casi nada de lo que hacía yo por aquel entonces, para qué mentir); cuando dejé de ser un niñato desaprensivo y me hice más mayor, empecé a llevarlo mal y a sentirme medio carcomido por la culpa y los recuerdos, así que un día, tras tirarme un verano entero currando, me planté delante de ella dispuesto a pedir perdón y hasta a devolver buena parte de lo que le había levantado. Mantuvimos una conversación de cinco minutos que me dejó alucinando acerca de lo poco que la conocía, me hice con suficiente información como para cambiar de parecer y largarme sin devolverle un duro, por hijaputa. Creo que, de haber sabido bien la clase de tía que era, le habría levantado el doble de pasta.