La naturaleza de la Monarquía Danubiana queda bien reflejada por boca de uno de los personajes de la novela de Joseph Roth La Cripta de los Capuchinos:
—En esta monarquía —contestó el conde Chojnicki, que era el mayor de todos nosotros— nada es extraño. Si no fuera por los fulastres de nuestro gobierno (a él le gustaban las expresiones fuertes) estoy seguro de que sería completamente natural, incluso visto desde fuera. Quiero decir con esto que lo que se dice extraño es lo natural para Austria-Hungría, es decir, que solamente a la loca Europa de las nacionalidades y los nacionalismos le parece extraña la evidencia. Naturalmente son los eslovenos, los polacos y rutenos de Galitzia, los judíos de Kaftan de Boryslao, los comerciantes de caballos de Bacska, los mahometanos de Sarajevo, los castañeros de Mostar, los que cantan «Dios guarde al Emperador»; mientras, los estudiantes alemanes de Brünn y Eger, los dentistas, los boticarios, los ayudantes de peluqueros, los fotógrafos artísticos de Linz, Graz y Knittelfeld y los muermos de los valles alpinos cantan germánicamente «La Guardia en el Rin». Con esa fidelidad nibelunga, Austria se hundirá, señores, la esencia de Austria no es el centro sino la periferia. A Austria no se la encuentra en los Alpes, allí hay rebecos y rosas blancas de los Alpes, y gencianas, pero ni sombra del águila bicéfala. La esencia de Austria se nutrirá y se completará siempre en las comarcas del reino.