A lo largo de la Pequeña Edad de Hielo, el mundo experimentó también una actividad volcánica elevada. Cuando un
volcán entra en erupción, sus cenizas alcanzan la parte alta de la atmósfera y se pueden extender hasta cubrir la tierra entera. Estas nubes de ceniza hacen que no llegue la radiación solar entrante, llevando a una
disminución de la temperatura a nivel mundial. Pueden durar hasta dos años después de una erupción. Asimismo, se emitió durante las erupciones
azufre en forma de gas SO2. Cuando este gas alcanza la
estratosfera, se convierte en partículas de
ácido sulfúrico que reflejan los rayos del sol, reduciendo la cantidad de radiación que alcanza la superficie de la tierra. En
1815 la erupción de
Tambora en
Indonesia cubrió la atmósfera de cenizas; el año siguiente,
1816, fue conocido como el
año sin verano, cuando hubo hielo y nieves en junio y julio en
Nueva Inglaterra y el norte de
Europa.