Instrumentos de liberación
Un día de veinticuatro horas tiene 1,440 minutos o 86,400 segundos. Tenemos pensamientos que duran de cinco a treinta segundos, si tomamos como promedio veinte, podemos decir que al día tenemos unos 4,320 y si descontamos unos cuantos por las horas que dormimos (aunque durante ese tiempo también pensamos) podemos creer que tenemos entre dos mil y cuatro mil pensamientos por día.
De todos estos pensamientos la inmensa mayoría son repetidos e irrelevantes y pasan desapercibidos pues solamente repiten o reportan una información evidente, como dando cuenta de lo que pasa en nuestro entorno: Voló la mosca, el semáforo está en rojo, está nublado, el chico pasa en bicicleta, el avión se mueve, tengo que lavar mi ropa, hace frío. Son pensamientos descriptivos de situaciones externas o internas desprovistos de toda carga emocional. A estos les llamamos pensamientos neutros. Otro pequeño grupo de pensamientos se dedica a evocar recuerdos hermosos, a admirar, a celebrar, a honrar la belleza en todas sus manifestaciones, a ellos llamamos pensamientos positivos.
Finalmente existe otro grupo de pensamientos que se especializan en criticar, denigrar, insultar, distorsionar, menospreciar o entristecer la realidad. A estos llamamos pensamientos negativos.
Cada ser humano sobre la tierra tiene estos tres tipos de pensamientos y la gran diferencia entre cada uno de nosotros está en qué cantidad de tiempo invertimos en generar pensamientos de los tres diferentes grupos. Partamos de una persona promedio, que genera diariamente 80% de pensamientos neutros, 10% de pensamientos positivos y 10% de pensamientos tóxicos. Aunque suene un poco duro, es un perfecto candidato a la intrascendencia; Gurdjieff diría a la extinción. Probablemente no sabe a dónde va, pero tampoco le interesa. Su felicidad depende mayoritariamente de los sucesos externos y extrae su felicidad de las capas más superficiales de la vida; va guiado por los instintos más primarios como sobrevivir (comer y beber), reproducirse (sesso sin amor) y expresarse, que en su versión más primitiva significa hablar por hablar o someter a los demás con su interpretación de la vida.
El camino consciente comienza cuando uno empieza a intervenir sobre la cantidad y la calidad de nuestros pensamientos. Debemos reducir al mínimo los pensamientos tóxicos que generan neuropéptidos y neurotoxinas que producen estados emocionales negativos y aumentar al máximo los pensamientos que generen hormonas y neurotransmisores que sean verdaderas medicinas para todo nuestro ser. Esta es la verdadera ciencia y la verdadera religión.
¿Qué es lo que buscamos en las plantas sagradas que no podemos encontrar adentro? ¿queremos que ellas hagan el trabajo que a nosotros nos da flojera realizar?
Las plantas sagradas te pueden llegar a mostrar una realidad como esta, pero no pueden modificar permanentemente la calidad de tus pensamientos. Esto es un privilegio que solo tú puedes reclamar. Pues es la evolución de tu consciencia. Pero ¿consciencia de qué? De tus pensamientos.
Una vez que logras comprender la importancia que tiene hacia dónde diriges tu mente y creas tu propio sistema de “alertas” que detectan y reparan el mal uso de la mente (cada vez que te intoxicas), vas creando algo así como un sistema de navegación que más allá del “mal tiempo” te permite mantener el curso y no caer en la ilusión de la realidad neurotóxica.
Además del famoso THC existen muchos cannabinoides como la anandamina que nos llevan a estados de felicidad inefable. Recientemente se ha descubierto que existen los cannabinoides endógenos es decir, los que produce tu propio sistema pero en menor cantidad. Muchas sustancias como esta -incluido el DMT- pueden ser producidas por nuestro sistema glandular que es el sistema que trabaja más estrechamente con nuestros centros energéticos.
Nuestro mundo está compuesto de pensamientos y emociones. Así como existen pensamientos neutros me cuesta mucho imaginar emociones “neutras”, la carga emocional siempre esta polarizada en positivo o negativo y aquí está el secreto de la vida: en nuestras emociones. A pesar que energéticamente van antes que nuestros pensamientos son más difíciles de detectar, de percibir, de definir, justamente porque nos identificamos tanto con ellas que nos es imposible verlas cuando están manifestándose.
Sin embargo con la suficiente perseverancia y entrenamiento uno puede empezar a decidir que emoción permito y cuál no quiero volver a tener. El precio es renunciar a disfrutar de nuestros estados negativos, el precio es no permitir que el ego se salga siempre con la suya. Debemos revisar los circuitos que utilizamos y no aceptar cada emoción mal oliente que se nos ofrece como la única alternativa.
Esto no se logra de la noche a la mañana y menos con un par de ceremonias, pero si nunca empiezas, nunca terminas.
Es la única oportunidad real y concreta que veo de cómo transformar nuestra vida normal en una celebración permanente del divino Ananda.
Extraído de "Los Cuatro Altares. El libro de la Liberación", de Alonso del Río.