Michael Pettis es estadounidense, nació en Zaragoza hace 62 años y lleva media vida viviendo en China. Algunas veces se le acusa de estar al servicio del régimen chino y otras de ser un agente americano, unas credenciales inmejorables para un debate desbordado por la propaganda. Es profesor en la prestigiosa Guanghua School of Management de la Universidad de Pekín y está entre los economistas más respetados por los sinólogos y por los corresponsales extranjeros en Asia.
Acaba de publicar junto a Matthew C. Klein
uno de los ensayos del año: 'Las guerras comerciales son guerras de clase: cómo el aumento en la desigualdad distorsiona la economía global y amenaza la paz internacional'. Ha sido calificado como el "
el libro más polémico de la temporada" y alabado por figuras tan influyentes como
Dani Rodrik, Adam Tooze o Martin Wolf.
En esta larga entrevista con El Confidencial, Pettis explica la tesis de su libro, pero también desgrana de forma pedagógica por qué los salarios en el mundo desarrollado son cada vez más desiguales, advierte contra la futorología con China e
insiste en la superioridad de la democracia frente a la autocracia a la hora de resolver crisis a largo plazo. "
Donald Trump y el resto de líderes europeos son un desastre necesario para que nuestras élites salgan de su complacencia", asegura.
PREGUNTA. La principal tesis de su libro es que el aumento de la desigualdad dentro de los países aumenta los conflictos comerciales entre ellos. También dice que las guerras comerciales no son conflictos entre países, sino guerra de clases, sobre todo entre banqueros y dueños de grandes activos financieros por un lado y la clase media y los trabajadores por otro. ¿Podría desarrollar su teoría?
RESPUESTA. En el libro, explicamos que en un ambiente de comercio mundial efectivo los
desequilibrios comerciales persistentes son imposibles porque, al final, siempre se ajustan por sí solos. Si un país produce de forma más eficiente que sus socios comerciales y tiene superávit, provocará ajustes monetarios o cambiarios que permitirán consumir más a la gente del país y aumentar sus importaciones, ajustando los equilibrios comerciales de nuevo.
La competitividad alemana no es la eficiencia en su producción, sino sus bajos salarios en comparación con la productividad
Pero eso no es lo que está ocurriendo hoy. Los desequilibrios comerciales persistentes no surgen de diferencias en la eficiencia de la producción, sino en los ingresos mal distribuidos del país que tiene superávit. Piensa, por ejemplo, en que el alemán, de media, produce aproximadamente un 70-75% del PIB en comparación con un estadounidense y un 110-115% en comparación a un inglés. Y, sin embargo, recibe menos del 60% del salario medio de un estadounidense y más o menos lo mismo que un inglés. La verdadera fuente de la
competitividad alemana, en otras palabras, no es la eficiencia en su producción, sino sus bajos salarios en comparación con la productividad. Además, su elevada tasa de ahorro no se produce por la frugalidad de los hogares, sino por los altos beneficios de las empresas. Lo mismo ocurre con
China, cuyos trabajadores son aproximadamente un 15% productivos en comparación con un trabajador estadounidense medio y un 20-25% como un británico, pero sus ingresos apenas alcanzan el 10% de un estadounidense y el 15-20% de un británico.
Mientras que los alemanes o los chinos cobren un salario tan bajo en comparación con lo que producen, no podrán aumentar su cuota de consumo total y, por tanto, seguirán produciendo más de lo que consumen. Eso hará que el desequilibrio —junto con
el exceso de ahorro— deba ser exportado. Si no fuera por esta diferencia de salarios, los alemanes y los chinos podrían exportar todo aquello en lo que fueran relativamente más eficientes al producir, pero un mayor consumo [derivado del aumento de los salarios] significaría que esas exportaciones se igualarían con la importación de bienes extranjeros en vez de con la exportación del exceso de ahorro. El desequilibrio comercial se ajustaría