He estado una semana fuera y quiero decir que he sentido vergüenza ajena de los españoles que veía por allí. Afortundamente, eran pocos, porque no se trata de un destino tipo Praga, tan generalizado aquí en pancetolandia.
He visto parejas paletas,paseando por los monumentos su brutalidad. Mal vestidas, malcaradas, mal peinadas, mal habladas, vociferantes, vulgares, groseras, incultas, burdas, ignorantes, bestiales. Gente antiestética, gente juca.
He visto gente pobre pero digna absolutamente elegante, discreta, educada, culta, hablando bajo y con mesura. Y he visto paletos mal afeitados, con su ropa grosera, sus narizotas, sus mochilas atestadas de bocatas fétidos, consumiendo aturdidamente, colándose de la gente, adulterando el orden y el equilibrio, arruinando el mal gusto.
He visto parejas paletas presumiendo de su acento andalú, prodigándose en "quillos" atrasados, buscando un bobo patriotismo en mi persona, inmediatamente eludido con un fingido extranjerismo avergonzado. He visto paletas que destinan meses a devorar catálogos de azulejos, pasar como un malo de rápidas ante un icono deslumbrante o ante una pared atestada de joyas de la pintura.
He visto a matrimonios catalanes balbuceando vocablos ininteligibles y butifarrosos para bochorno de propios y extraños, haciendo gala de un orgullo de terruño y cebolletas repulsivas llamadas calçots.
He visto ralea que me da vergüenza.
He sentido vergüenza y pena.