Cumbres Borrascosas
Madmaxista
- Desde
- 26 Jun 2012
- Mensajes
- 47
- Reputación
- 33
Os dejo un artículo de Miguel Moreno Muñoz, profesor de la universidad de Granada:
La determinacin gentica del comportamiento humano.
Pego la conclusión:
Jensen consiguió poner de moda otra vez el hereditarismo; su artículo y el debate posterior fue la señal que esperaban los partidarios del determinismo biológico en muchas de sus versiones para dar a conocer sus trabajos. Así, el determinismo biológico encontró su mejor precursor en las teorías hereditaristas de la inteligencia, estrechamente asociadas a propuestas sociales de corte eugenésico y meritocrático, y desde los 60 la genética de la conducta constituye su prolongación natural.
Pero hemos visto también que la genética de la conducta y la etología se han distanciado enormemente de las tesis y postulados deterministas defendidos por los partidarios del carácter hereditario de la inteligencia. Más bien, estas disciplinas ha proporcionado nuevas evidencias, algunas muy recientes, sobre el papel que desempeñan los factores ambientales en el desarrollo de la inteligencia y en todo el comportamiento humano. Sin duda, la poca confirmación que sus datos iniciales han recibido de la genética molecular ha contribuido decisivamente al cambio de perspectiva. La razón está en la complejidad de los procesos y fenómenos moleculares, que obliga a descartar explicaciones de la conducta y de las capacidades cognitivas de índole determinista. Los intentos de explicación que postulan el determinismo genético de la conducta sólo tienen en cuenta una presentación simplificada de los procesos relacionados con la transcripción y expresión del material genético, así como de sus funciones y niveles de interacción. Las investigaciones en genética de la conducta han fomentado, en parte, una mayor cautela a la hora de proponer estrategias de intervención social o educativa, y han descalificado todos los intentos de atribuir a causas genéticas las diferencias cognitivas y económicas entre grupos sociales.
La discusión sobre la influencia de lo genético/hereditario en los coeficientes de inteligencia siempre ha tenido más elementos políticos que científicos. Decidir si los recursos educativos deben prestar atención especial a los niños con más bajo coeficiente de inteligencia para intentar reducir distancias sociales es una cuestión de política social, no de genética de la conducta. Esta disciplina intenta describir lo que hay, pero nada dice sobre lo que podría o lo que debería haber si se alteran tanto los factores genéticos como los ambientales en una población dada. Lo que debería haber implica valores, y con ellos entramos en el dominio de la política social. La apelación en estos casos a la genética no se hace para mostrar la ineficacia de la educación o de la atención sanitaria, que siempre son más o menos eficaces; se hace para justificar el recorte en gastos sociales que algunos responsables políticos consideran inútiles, en comparación con otros destinos más atractivos y productivos para esos fondos (subvenciones a fábricas y empresas, inversiones en infraestructuras, apoyo a la exportación, etc.). Por otro lado, aunque entre clase social e inteligencia puedan establecerse correlaciones, de aquí no se sigue lógicamente que nuestra sociedad se organiza en clases porque existen diferencias de CI entre sus miembros. Incluso si el CI fuese altamente heredable y las correlaciones entre clase social e inteligencia indiscutibles, tampoco eso implica que nuestra sociedad sea una meritocracia natural, porque había que demostrar primero la igualdad de oportunidades para todos.
Los problemas sociales presentados como efectos de causas genéticas adquieren inmediatamente el color de lo inalterable, de lo innato, contra lo que nada puede hacerse. Pero lo cierto es que cuanto más se conoce genética y ambientalmente sobre una alteración de rasgos fenotípicos (sean enfermedades, problemas de aprendizaje, coeficiente de inteligencia, etc.) tanto más probable es que puedan diseñarse estrategias racionales de intervención o prevención. De momento, sólo hemos acumulado una larga y rica experiencia en relación con las intervenciones ambientales (educativas, sanitarias, sociales), mientras que estamos dando los primeros pasos en intervenciones de tipo genético o biológico. La eficacia la justicia, la solidaridad exige seguir recurriendo a las primeras, y la prudencia la ética, la sensatez evitar las segundas.
La determinacin gentica del comportamiento humano.
Pego la conclusión:
Jensen consiguió poner de moda otra vez el hereditarismo; su artículo y el debate posterior fue la señal que esperaban los partidarios del determinismo biológico en muchas de sus versiones para dar a conocer sus trabajos. Así, el determinismo biológico encontró su mejor precursor en las teorías hereditaristas de la inteligencia, estrechamente asociadas a propuestas sociales de corte eugenésico y meritocrático, y desde los 60 la genética de la conducta constituye su prolongación natural.
Pero hemos visto también que la genética de la conducta y la etología se han distanciado enormemente de las tesis y postulados deterministas defendidos por los partidarios del carácter hereditario de la inteligencia. Más bien, estas disciplinas ha proporcionado nuevas evidencias, algunas muy recientes, sobre el papel que desempeñan los factores ambientales en el desarrollo de la inteligencia y en todo el comportamiento humano. Sin duda, la poca confirmación que sus datos iniciales han recibido de la genética molecular ha contribuido decisivamente al cambio de perspectiva. La razón está en la complejidad de los procesos y fenómenos moleculares, que obliga a descartar explicaciones de la conducta y de las capacidades cognitivas de índole determinista. Los intentos de explicación que postulan el determinismo genético de la conducta sólo tienen en cuenta una presentación simplificada de los procesos relacionados con la transcripción y expresión del material genético, así como de sus funciones y niveles de interacción. Las investigaciones en genética de la conducta han fomentado, en parte, una mayor cautela a la hora de proponer estrategias de intervención social o educativa, y han descalificado todos los intentos de atribuir a causas genéticas las diferencias cognitivas y económicas entre grupos sociales.
La discusión sobre la influencia de lo genético/hereditario en los coeficientes de inteligencia siempre ha tenido más elementos políticos que científicos. Decidir si los recursos educativos deben prestar atención especial a los niños con más bajo coeficiente de inteligencia para intentar reducir distancias sociales es una cuestión de política social, no de genética de la conducta. Esta disciplina intenta describir lo que hay, pero nada dice sobre lo que podría o lo que debería haber si se alteran tanto los factores genéticos como los ambientales en una población dada. Lo que debería haber implica valores, y con ellos entramos en el dominio de la política social. La apelación en estos casos a la genética no se hace para mostrar la ineficacia de la educación o de la atención sanitaria, que siempre son más o menos eficaces; se hace para justificar el recorte en gastos sociales que algunos responsables políticos consideran inútiles, en comparación con otros destinos más atractivos y productivos para esos fondos (subvenciones a fábricas y empresas, inversiones en infraestructuras, apoyo a la exportación, etc.). Por otro lado, aunque entre clase social e inteligencia puedan establecerse correlaciones, de aquí no se sigue lógicamente que nuestra sociedad se organiza en clases porque existen diferencias de CI entre sus miembros. Incluso si el CI fuese altamente heredable y las correlaciones entre clase social e inteligencia indiscutibles, tampoco eso implica que nuestra sociedad sea una meritocracia natural, porque había que demostrar primero la igualdad de oportunidades para todos.
Los problemas sociales presentados como efectos de causas genéticas adquieren inmediatamente el color de lo inalterable, de lo innato, contra lo que nada puede hacerse. Pero lo cierto es que cuanto más se conoce genética y ambientalmente sobre una alteración de rasgos fenotípicos (sean enfermedades, problemas de aprendizaje, coeficiente de inteligencia, etc.) tanto más probable es que puedan diseñarse estrategias racionales de intervención o prevención. De momento, sólo hemos acumulado una larga y rica experiencia en relación con las intervenciones ambientales (educativas, sanitarias, sociales), mientras que estamos dando los primeros pasos en intervenciones de tipo genético o biológico. La eficacia la justicia, la solidaridad exige seguir recurriendo a las primeras, y la prudencia la ética, la sensatez evitar las segundas.