Si yo fuese inglés odiaría a España por envidia, por haber sido el imperio colonial más grande de la historia, por haber gobernado en Inglaterra el rey Felipe II, por haber intentado imponer el catolicismo, por haber intentado invadir mi país con una temible armada.
Si yo fuese francés odiaría a España por vergüenza, por haberse perdido el dominio conquistado por Napoleón, por haber sido derrotado el ejército más poderoso de la época por una banda de campesinos, una mujer con un cañón y un niño con un tambor.
Si yo fuese holandés odiaría a España por frustración, por haber perdido la final del mundial de 2.010 por culpa del gol que metió un câlvô bajito, por recordar que en el pasado el rey Felipe II dominó mi país y tuvimos que dedicarnos a la piratería con nuestros compinches ingleses.
Si yo fuese chino odiaría a España por hacerme sentir dependiente, por los cientos de miles de chinos que dependen del comercio en España, por la cantidad de turistas chinos que eligen España como destino y porque en el pasado China levantó su economía gracias a la plata del comercio español.
Si yo fuese de un país hispano odiaría a España por los crímenes y el expolio que cometieron los conquistadores españoles sin darme cuenta que esos conquistadores eran en realidad mis antepasados que vinieron a América y no los antepasados de los españoles peninsulares.
Si yo fuese Estadounidense odiaría a España por ver cómo su lengua y su cultura se extienden cada vez más por mi país con una gran vitalidad sin darme cuenta de que la mitad de mi país fue el territorio que le robamos a México, la gran nación hermana de España.
Así que, ciertamente, es posible que algunos países odien a España. Pero yo también ôdio al Sol cuando me deslumbra y me quema la espalda.