I. de A.
Madmaxista
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CIACRACIA
En 1966 se descubrió que la CIA financiaba en secreto y pastoreaba a la intelectualidad europea e hispanoamericana, de derechas e izquierdas, a través del Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC).
Thomas Braden (llegado a la CIA en 1950, encargado de organizar la División Internacional de Oposición al Comunismo) confirma el financiamiento oculto del Congreso en un artículo con título provocador: Me siento orgulloso de que la CIA sea amoral.
Los españoles exiliados como consecuencia de la Guerra Civil iban a participar activamente en los trabajos del CLC y entre éstos cabe enumerar a los ex miembros del partido revolucionario independiente, POUM [Partit Obrer d’Unificació Marxista], miembros del ala «caballerista» [vinculados a Largo Caballero] del PSOE en el exilio, así como intelectuales y escritores liberales. Mención especial se merece el ex poumista Julián Gorkin, que durante años ocupó el cargo de la secretaría latinoamericana del CLC y promovió importantes iniciativas antifranquistas, en esta última tarea auxiliado por el escritor europeísta Salvador de Madariaga y por otro ex poumista, Enrique Adroher Gironella, secretario del Consejo Federal del Movimiento Europeo.
En una carta del escritor y ciácrata a sueldo Raditsa a Josselson, jefe del CLC y agente de la CIA, de 5 de enero de 1959, lo urgía: «La liberación intelectual de España debe ser el trabajo del Congreso».
El plan desembocó en la realización del IV Congreso del Movimiento Europeo, que se reunió en Múnich del 5 al 8 de junio de 1962 con el objeto de discutir la situación española bajo el lema "Europa y España". Paga la CIA.
Entre los intelectuales financiados por la CIA y miembros del Comité Español se encontraban Dionisio Ridruejo, Julián Marías, Enrique Tierno Galván, José Luis Cano, Josep Maria Castellet, José Luis Aranguren, Pedro Laín Entralgo, Marià Manent, Lorenzo Gomis, Fernando Chueca, Pablo Martí Zaro, Carlos María Bru, Domingo Garcia Sabell, Marià Manent, Raúl Morodo, José Luis Cano, J. Caro Baroja, Fernando Chueca, Paulino Garagorri, José Antonio Maravall, Antonio Menchaca Careaga, Jesús Prados Arrarte, Ruiz Gimenez, José Luis Sampedro, Josep Benet, Josep Maria Castellet, Lorenzo Gomis, Albert Manent, Josep M. Vilaseca Narcet, Vicente Ventura y Fernando Vicente–Arche, Jaime García Añoveros, Luis Michelena, Eduardo Chillida, Carlos Santamaría, Antonio Buero Vallejo, Miguel Delibes y Ramón Piñeiro.
En España, las conferencias internacionales organizadas por el CLC se anunciaban bajo el patronazgo de la UNESCO, la AECI, las cátedras universitarias (como la de Derecho de Aranguren en la Universidad Complutense, o la de Economía de Sureda en la Universidad de Barcelona), u organismos culturales extranjeros, como el Institut Français.
El CLC colaboró de forma muy estrecha con Ínsula, Revista de Occidente y Cuadernos para el diálogo (el periódico que vociferaba contra Solschenitzin cuando visitó España).
El contubernio de Munich, uno de los trabajos del CLC, y donde la CIA impuso a España la sarama que padecemos:
El 5 de julio de 1978 durante el Pleno del Congreso de los Diputados, el ciácrata Tierno Galván desvela, en la tribuna de oradores, que el reparto de España entre “nacionalidades y regiones” no es fruto del consenso entre los parlamentarios reunidos en las ponencias; sino de un compromiso con el separatismo bastante anterior:
“¿Por qué no decirlo? –dice Tierno- ¿Por qué ocultar que se trata de un compromiso adquirido entonces? Es como si algunos se avergonzasen o sintieran un extraño pudor. Pues bien, yo proclamo aquí que en este punto lo que estoy haciendo es cumplir un compromiso contrído en tiempos de clandestinidad.”
En los debates de la comisión constitucional del Senado del 20 de agosto, el senador socialista Villar Arregui dijo que la palabra nacionalidades ya estaba acordada por la oposición en Munich en 1962.
El senador González Seara, de UCD, en esa misma sesión, dijo que el compromiso era anterior a las elecciones del 15 de junio, “porque las fuerzas democráticas se habían puesto ya de acuerdo en aceptar el término nacionalidades”.
Y ese mismo día, el ciácrata Aranguren escribía en El país: “El régimen de consenso está cumpliendo una función semejante a la que el régimen de pacto (de San Sebastián) cumplió antes de implantada la República de 1931; esa función consiste y consistió en definir cuáles son los partidos con derecho a gobernar, aquéllos a quienes se otorgan credenciales, republicanas entonces, democráticas ahora”.
Claro, que siempre habrá seres lacayunos como Eduardo Goligorsky, que publica en Libertad (sic) Digital, una babosada titulada Gracias, CIA.
(Hay bastante documentación sobre el CLC en internet; respecto a España, puede verse Causas y circunstancias del establecimiento del Comité español del Congreso por la libertad de la Cultura, de Olga Glondys.)
En 1966 se descubrió que la CIA financiaba en secreto y pastoreaba a la intelectualidad europea e hispanoamericana, de derechas e izquierdas, a través del Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC).
Thomas Braden (llegado a la CIA en 1950, encargado de organizar la División Internacional de Oposición al Comunismo) confirma el financiamiento oculto del Congreso en un artículo con título provocador: Me siento orgulloso de que la CIA sea amoral.
Los españoles exiliados como consecuencia de la Guerra Civil iban a participar activamente en los trabajos del CLC y entre éstos cabe enumerar a los ex miembros del partido revolucionario independiente, POUM [Partit Obrer d’Unificació Marxista], miembros del ala «caballerista» [vinculados a Largo Caballero] del PSOE en el exilio, así como intelectuales y escritores liberales. Mención especial se merece el ex poumista Julián Gorkin, que durante años ocupó el cargo de la secretaría latinoamericana del CLC y promovió importantes iniciativas antifranquistas, en esta última tarea auxiliado por el escritor europeísta Salvador de Madariaga y por otro ex poumista, Enrique Adroher Gironella, secretario del Consejo Federal del Movimiento Europeo.
En una carta del escritor y ciácrata a sueldo Raditsa a Josselson, jefe del CLC y agente de la CIA, de 5 de enero de 1959, lo urgía: «La liberación intelectual de España debe ser el trabajo del Congreso».
El plan desembocó en la realización del IV Congreso del Movimiento Europeo, que se reunió en Múnich del 5 al 8 de junio de 1962 con el objeto de discutir la situación española bajo el lema "Europa y España". Paga la CIA.
Entre los intelectuales financiados por la CIA y miembros del Comité Español se encontraban Dionisio Ridruejo, Julián Marías, Enrique Tierno Galván, José Luis Cano, Josep Maria Castellet, José Luis Aranguren, Pedro Laín Entralgo, Marià Manent, Lorenzo Gomis, Fernando Chueca, Pablo Martí Zaro, Carlos María Bru, Domingo Garcia Sabell, Marià Manent, Raúl Morodo, José Luis Cano, J. Caro Baroja, Fernando Chueca, Paulino Garagorri, José Antonio Maravall, Antonio Menchaca Careaga, Jesús Prados Arrarte, Ruiz Gimenez, José Luis Sampedro, Josep Benet, Josep Maria Castellet, Lorenzo Gomis, Albert Manent, Josep M. Vilaseca Narcet, Vicente Ventura y Fernando Vicente–Arche, Jaime García Añoveros, Luis Michelena, Eduardo Chillida, Carlos Santamaría, Antonio Buero Vallejo, Miguel Delibes y Ramón Piñeiro.
En España, las conferencias internacionales organizadas por el CLC se anunciaban bajo el patronazgo de la UNESCO, la AECI, las cátedras universitarias (como la de Derecho de Aranguren en la Universidad Complutense, o la de Economía de Sureda en la Universidad de Barcelona), u organismos culturales extranjeros, como el Institut Français.
El CLC colaboró de forma muy estrecha con Ínsula, Revista de Occidente y Cuadernos para el diálogo (el periódico que vociferaba contra Solschenitzin cuando visitó España).
El contubernio de Munich, uno de los trabajos del CLC, y donde la CIA impuso a España la sarama que padecemos:
El 5 de julio de 1978 durante el Pleno del Congreso de los Diputados, el ciácrata Tierno Galván desvela, en la tribuna de oradores, que el reparto de España entre “nacionalidades y regiones” no es fruto del consenso entre los parlamentarios reunidos en las ponencias; sino de un compromiso con el separatismo bastante anterior:
“¿Por qué no decirlo? –dice Tierno- ¿Por qué ocultar que se trata de un compromiso adquirido entonces? Es como si algunos se avergonzasen o sintieran un extraño pudor. Pues bien, yo proclamo aquí que en este punto lo que estoy haciendo es cumplir un compromiso contrído en tiempos de clandestinidad.”
En los debates de la comisión constitucional del Senado del 20 de agosto, el senador socialista Villar Arregui dijo que la palabra nacionalidades ya estaba acordada por la oposición en Munich en 1962.
El senador González Seara, de UCD, en esa misma sesión, dijo que el compromiso era anterior a las elecciones del 15 de junio, “porque las fuerzas democráticas se habían puesto ya de acuerdo en aceptar el término nacionalidades”.
Y ese mismo día, el ciácrata Aranguren escribía en El país: “El régimen de consenso está cumpliendo una función semejante a la que el régimen de pacto (de San Sebastián) cumplió antes de implantada la República de 1931; esa función consiste y consistió en definir cuáles son los partidos con derecho a gobernar, aquéllos a quienes se otorgan credenciales, republicanas entonces, democráticas ahora”.
Claro, que siempre habrá seres lacayunos como Eduardo Goligorsky, que publica en Libertad (sic) Digital, una babosada titulada Gracias, CIA.
(Hay bastante documentación sobre el CLC en internet; respecto a España, puede verse Causas y circunstancias del establecimiento del Comité español del Congreso por la libertad de la Cultura, de Olga Glondys.)