Los muertos en los campos de concentración se debieron mayoritariamente al tifus y a la desnutrición. A medida que la derrota alemana se hacía inevitable ante el avance del Ejército soviético esta penosa situación no hizo más que agravarse. Los fallecimientos no fueron exclusivamente de internos judíos -como la industria del Holocausto pretende hacernos creer-, sino de toda una pléyade de disidentes e indeseables del régimen Nacional-Socialista que allí estaban reclusos. También soldados de la Wehrmacht y las SS se vieron afectados por la inminente catástrofe de avituallamiento.
El III Reich cometió graves errores en la contienda, como hoy resulta evidente. Uno de ellos fue el de ningunear a los polacos ante sus legítimos deseos de conservar su patria (nación milenaria que ni alemanes ni soviéticos tenían derecho alguno de aniquilar en su afán expansionista). El Amirante Józef Unrug, que era alemán de nacimiento y luchó en la Kaiserliche Marine por la victoria Reich en la PGM, habría sido un magnífico Mariscal de la nueva Polonia soberana (una Polonia sin acceso al mar tras la anexión del Corredor de Danzig; el regente húngaro Horthy también fue almirante de un país sin mar). El General alemán Johannes Blaskowitz redactó demoledores informes denunciando las matanzas de las Einsatzgruppen SS contra judíos y polacos, lo que le granjeó graves problemas entre los gerifaltes del Reich. Aún así, el laureado Mariscal Gerd Von Runstedt volvió a convocarle al servicio por su notoria valía militar. No me cabe la menor duda de que otro de los infaustos errores de Hitler fue designar a Reihard Heydrich como Reichsprotektor de Bohemia y Moravia (factor que, como es sabido, acabó costándole la vida), territorio que debió dejar en paz tras la ansiada incorporación de los Sudetes al Reich. Heydrich habría tenido una importante labor que desarrollar en el Reichsgau Wartheland de Posen, donde había tantísimos judíos y polacos que deportar y neutralizar como primera prueba de ensayo para el Lebensraum (espacio vital) alemán. Su misión debió centrarse en la asimilación de los Russlanddeutsche soviéticos (repatriación favorecida por Stalin tras el Pacto Ribbentrop-Mólotov) y los Volkedeutsche provenientes de otros lugares de Europa del Este y en la deportación de los polacos más allá de los confines de Litzmannstadt (Łódź). Tan ingente tarea suponía un campo de ensayo de primera magnitud del ansiado Lebensraum. Una tarea que encajaba perfectamente con las atribuciones y aptitudes del Reichsprotektor Heydrich, quien estaba destinado a ser el futuro Reichsführer de las SS. Sin embargo el valioso Heydrich acabó siendo carne de cañón por la miopía bélica del Führer, así como los valerosos soldados que murieron congelados y hambrientos en Stalingrad liderados por el felón Mariscal Friedrich Paulus.
Amenazados por el expansionismo germano-soviético, estoy convencido de que Polonia habría aceptado, aunque fuera de mala gana, perder un cuarto de sus territorios y su acceso al Báltico con tal de asegurar su supervivencia como nación. El avance alemán sobre el Este podría haberles otorgado el control cobre Wilno (Vilna), Lwów (Leopolis) y Grodno. Asimismo la inestimable ayuda que pudieron aportar las tropas de la ROA del General Vlasov fue desdeñada por un infatuado Hitler, quien ni siquiera fue capaz de coordinar un ataque coordinado sobre la URSS en dos frentes con sus aliados japoneses sobre la Manchuria soviética, hasta el punto que estos firmaron un acuerdo de paz con Stalin en vísperas de la Operación Barbarroja.