A
Agustí Roig
Guest
Esos "aliados" que habría que cuidar tanto, según las voces histéricas
de algunos contertulios, se están cargando el planeta a pasos
agigantados. Empero, según la vicesecretaria de Estado Paula
Dobriansky, "la ciencia no nos dice qué constituye un nivel peligroso
de calentamiento".
Y aquí paz y allá gloria.
(Fijaros en quién subvenciona a los más de de cuarenta "think tanks"
yanquis que niegan que la actividad humana tenga nada que ver con el
calentamiento global, según el artículo que os copio de La Vanguardia:
eso se llama apoyo desinteresado a la ciencia, seguramente.)
********************************************
El último glaciar
Las previsiones indican que en el 2030 no quedará ninguno de los 27
glaciares con 7.000 años de antigüedad de Montana
Los geólogos advierten que el ritmo del deshielo de los glaciares de
Estados Unidos se está acelerando
Ni el Boulder ni el Grinnell pueden ya considerarse glaciares: son
demasiado pequeños y ya no se desplazan
ANDY ROBINSON - 26/05/2005
Glaciar Park (Montana). Enviado especial
Habrá que buscar otro nombre para el parque nacional Glaciar Park, en
la frontera del estado de Montana (EE.UU.) con Canadá. Los 27
glaciares del parque tienen 7.000 años, pero no quedará ninguno en el
2030, probablemente antes. Había 150 en 1850 y tras la inauguración
del parque en 1910, miles de turistas viajaban desde la Costa Este y
desde California para ver los glaciares. Desde entonces la temperatura
media anual ha subido 1,6 grados, el doble de la media mundial, y
glaciares como Boulder Glacier, que se deslizaba durante milenios por
las faldas de los picos más altos de las montañas Rocosas, se han
detenido para siempre.
Últimamente el ritmo del deshielo no es precisamente glacial: "Justo
antes del fin, el deshielo se está acelerando (…) si no es en el 2030
será antes", dice Dan Fagre, responsable de glaciares del Instituto de
Estudios Geológicos del gobierno federal. Fagre y su equipo escalaron
hasta el glaciar Grinnell el año pasado y descubrieron que ya mide
sólo 0,67 kilómetros cuadrados, un 24% menos que en 1993. En 1850
medía 2,3 kilómetros cuadrados. Ni el Boulder ni el Grinnell pueden ya
definirse como glaciares porque son demasiado pequeños y han dejado de
desplazarse.
Pero Montana no está sola. Fagre acaba de regresar de la conferencia
de la Unión Geofísica de Canadá, donde científicos de las montañas
Rocosas canadienses le advirtieron de la aceleración del deshielo de
los cientos de glaciares existentes en el país vecino. En el Estado de
Washington, al oeste de Montana, donde hay 368 glaciares, pasa lo
mismo.
En Alaska, la desaparición de glaciares se suma al encogimiento del
permafrost -terreno permanentemente congelado-, cuya temperatura sube
rápidamente por primera vez en milenios, lo que ha forzado a
comunidades de esquimales a abandonar sus pueblos. En el Himalaya
también una comunidad entera está amenazada por la retirada de un
glaciar. En los Alpes suizos, donde hay más dinero, se ha intentado
conservar un glaciar envolviéndolo en material aislante, para evitar
problemas con las estaciones de esquí.
La desaparición de los glaciares genera verdaderos quebraderos de
cabeza a los múltiples lobbies que niegan la existencia o la gravedad
del efecto invernadero en Estados Unidos, país que genera un 20% de
las emisiones de los gases responsables pero, junto con Australia, el
único del mundo que no se ha comprometido a reducirlas. El declive de
los glaciares coincide con un periodo de subidas disparadas del C0 y
de aumentos correspondientes de las temperaturas. Es más, los otros
factores, como la inf luencia del océano Pacífico en los ciclos de
frío y humedad -citados por quienes niegan en EE.UU. el efecto
invernadero- son irrelevantes para los glaciares. "El glaciar es un
baremo perfecto del calentamiento terrestre; no responde apenas a
ciclos cortos, deja poco margen de interpretación y es apolítico",
dice Fagre.
Esto es importante porque el debate sobre el calentamiento terrestre
en Estados Unidos es mucho más político que científico. Pese a las
conclusiones inequívocas de casi toda la comunidad científica
internacional y del Panel Intergubernamental sobre el Cambio
Climatológico de la ONU, quienes consiguen horas de televisión en
EE.UU. son polemistas como Michael Crichton, novelista multimillonario
que niega la excepcionalidad del acelerado calentamiento en este siglo
y acusa a los ecologistas de defender "ideología camuflada de
ciencia". Su última novela, State of antiestéticar,va de un complot
internacional de verdes.
Según una investigación de la revista Mother Jones,cuarenta think
tanks como TechcentralStation.com o el Science and Environmental
Policy Project, que niegan que el calentamiento sea inducido por las
emisiones, han recibido más de ocho millones de dólares de la
multinacional petrolera ExxonMobil. La vicesecretaria de Estado Paula
Dobriansky, por su parte, dijo al semanario New Yorker que "la ciencia
no nos dice qué constituye un nivel peligroso de calentamiento".
Pero este comentario suena a ligereza o algo peor ante la desaparición
de glaciares de 7.000 años en un Estado tan querido por la América
media como Montana . Otra celebridad escéptica con la tesis del
calentamiento terrestre, el presentador británico de televisión y
biólogo David Bellamy, entendía el daño que los glaciares hacen a su
causa y -según descubrió el ecologista británico George Monbiot-
fabricó datos para respaldar su argumento de que hay tantos glaciares
en crecimiento como los que mueren, una idea descabellada para
cualquier científico, como Fagre, que haya estudiado el fenómeno.
Glaciar Park en Montana seguirá existiendo tras la muerte del último
glaciar, dice Fagre. Pero el ecosistema de la alta montaña cambiará.
Los glaciares conservan el agua como un depósito y son la única fuente
de agua en las últimas semanas de verano, lo que ayuda a combatir
incendios ya endémicos en periodos de sequía, un peligro agravado
porque el calentamiento permitirá que más árboles crezcan en las zonas
más altas. A la vez, la supervivencia de especies como la trucha toro,
autóctona de esta zona, depende de que los glaciares sigan enfriando
los ríos. Ya corre peligro de extinción.
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Agustí Roig
de algunos contertulios, se están cargando el planeta a pasos
agigantados. Empero, según la vicesecretaria de Estado Paula
Dobriansky, "la ciencia no nos dice qué constituye un nivel peligroso
de calentamiento".
Y aquí paz y allá gloria.
(Fijaros en quién subvenciona a los más de de cuarenta "think tanks"
yanquis que niegan que la actividad humana tenga nada que ver con el
calentamiento global, según el artículo que os copio de La Vanguardia:
eso se llama apoyo desinteresado a la ciencia, seguramente.)
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El último glaciar
Las previsiones indican que en el 2030 no quedará ninguno de los 27
glaciares con 7.000 años de antigüedad de Montana
Los geólogos advierten que el ritmo del deshielo de los glaciares de
Estados Unidos se está acelerando
Ni el Boulder ni el Grinnell pueden ya considerarse glaciares: son
demasiado pequeños y ya no se desplazan
ANDY ROBINSON - 26/05/2005
Glaciar Park (Montana). Enviado especial
Habrá que buscar otro nombre para el parque nacional Glaciar Park, en
la frontera del estado de Montana (EE.UU.) con Canadá. Los 27
glaciares del parque tienen 7.000 años, pero no quedará ninguno en el
2030, probablemente antes. Había 150 en 1850 y tras la inauguración
del parque en 1910, miles de turistas viajaban desde la Costa Este y
desde California para ver los glaciares. Desde entonces la temperatura
media anual ha subido 1,6 grados, el doble de la media mundial, y
glaciares como Boulder Glacier, que se deslizaba durante milenios por
las faldas de los picos más altos de las montañas Rocosas, se han
detenido para siempre.
Últimamente el ritmo del deshielo no es precisamente glacial: "Justo
antes del fin, el deshielo se está acelerando (…) si no es en el 2030
será antes", dice Dan Fagre, responsable de glaciares del Instituto de
Estudios Geológicos del gobierno federal. Fagre y su equipo escalaron
hasta el glaciar Grinnell el año pasado y descubrieron que ya mide
sólo 0,67 kilómetros cuadrados, un 24% menos que en 1993. En 1850
medía 2,3 kilómetros cuadrados. Ni el Boulder ni el Grinnell pueden ya
definirse como glaciares porque son demasiado pequeños y han dejado de
desplazarse.
Pero Montana no está sola. Fagre acaba de regresar de la conferencia
de la Unión Geofísica de Canadá, donde científicos de las montañas
Rocosas canadienses le advirtieron de la aceleración del deshielo de
los cientos de glaciares existentes en el país vecino. En el Estado de
Washington, al oeste de Montana, donde hay 368 glaciares, pasa lo
mismo.
En Alaska, la desaparición de glaciares se suma al encogimiento del
permafrost -terreno permanentemente congelado-, cuya temperatura sube
rápidamente por primera vez en milenios, lo que ha forzado a
comunidades de esquimales a abandonar sus pueblos. En el Himalaya
también una comunidad entera está amenazada por la retirada de un
glaciar. En los Alpes suizos, donde hay más dinero, se ha intentado
conservar un glaciar envolviéndolo en material aislante, para evitar
problemas con las estaciones de esquí.
La desaparición de los glaciares genera verdaderos quebraderos de
cabeza a los múltiples lobbies que niegan la existencia o la gravedad
del efecto invernadero en Estados Unidos, país que genera un 20% de
las emisiones de los gases responsables pero, junto con Australia, el
único del mundo que no se ha comprometido a reducirlas. El declive de
los glaciares coincide con un periodo de subidas disparadas del C0 y
de aumentos correspondientes de las temperaturas. Es más, los otros
factores, como la inf luencia del océano Pacífico en los ciclos de
frío y humedad -citados por quienes niegan en EE.UU. el efecto
invernadero- son irrelevantes para los glaciares. "El glaciar es un
baremo perfecto del calentamiento terrestre; no responde apenas a
ciclos cortos, deja poco margen de interpretación y es apolítico",
dice Fagre.
Esto es importante porque el debate sobre el calentamiento terrestre
en Estados Unidos es mucho más político que científico. Pese a las
conclusiones inequívocas de casi toda la comunidad científica
internacional y del Panel Intergubernamental sobre el Cambio
Climatológico de la ONU, quienes consiguen horas de televisión en
EE.UU. son polemistas como Michael Crichton, novelista multimillonario
que niega la excepcionalidad del acelerado calentamiento en este siglo
y acusa a los ecologistas de defender "ideología camuflada de
ciencia". Su última novela, State of antiestéticar,va de un complot
internacional de verdes.
Según una investigación de la revista Mother Jones,cuarenta think
tanks como TechcentralStation.com o el Science and Environmental
Policy Project, que niegan que el calentamiento sea inducido por las
emisiones, han recibido más de ocho millones de dólares de la
multinacional petrolera ExxonMobil. La vicesecretaria de Estado Paula
Dobriansky, por su parte, dijo al semanario New Yorker que "la ciencia
no nos dice qué constituye un nivel peligroso de calentamiento".
Pero este comentario suena a ligereza o algo peor ante la desaparición
de glaciares de 7.000 años en un Estado tan querido por la América
media como Montana . Otra celebridad escéptica con la tesis del
calentamiento terrestre, el presentador británico de televisión y
biólogo David Bellamy, entendía el daño que los glaciares hacen a su
causa y -según descubrió el ecologista británico George Monbiot-
fabricó datos para respaldar su argumento de que hay tantos glaciares
en crecimiento como los que mueren, una idea descabellada para
cualquier científico, como Fagre, que haya estudiado el fenómeno.
Glaciar Park en Montana seguirá existiendo tras la muerte del último
glaciar, dice Fagre. Pero el ecosistema de la alta montaña cambiará.
Los glaciares conservan el agua como un depósito y son la única fuente
de agua en las últimas semanas de verano, lo que ayuda a combatir
incendios ya endémicos en periodos de sequía, un peligro agravado
porque el calentamiento permitirá que más árboles crezcan en las zonas
más altas. A la vez, la supervivencia de especies como la trucha toro,
autóctona de esta zona, depende de que los glaciares sigan enfriando
los ríos. Ya corre peligro de extinción.
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Agustí Roig