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Juventud, ¿divino tesoro?
JUAN BENGOECHEA JESÚS FERRERO
Para aquéllos que hemos franqueado la barrera de los 50, la juventud constituye a veces una tierra mítica. Un tiempo entretejido de melancolía y aventuras imposibles. Pero todo esto no son más que fantasías: ser joven nunca ha sido una ganga. Ni siquiera está claro lo que significa, ya que es un concepto relativo. Hoy llamamos jóvenes a personas bordeando la treintena, algo que en otros tiempos hubiese despertado la sonrisa de más de uno. Y es que la población española, a pesar de la savia nueva de la inmi gración, envejece a pasos agigantados. Somos más viejos; pero, afortunadamente, el país en que viven nuestros hijos es mucho mejor que el nos vio nacer a nosotros. España es hoy una democracia consolidada, forma parte de la UE y tiene un nivel de renta similar a la media europea. Y, aún así, el mundo al que se enfrenta esta generación nacida con la libertad poco tiene que ver con el que algún día soñamos para ellos.
Esos sueños no han sido ajenos al enorme esfuerzo realizado en materia educativa, que ha convertido a esa generación en la más preparada de nuestra historia. El analfabetismo ha sido erradicado, se ha alargado la enseñanza obligatoria y la Universidad ha dejado de ser un reducto para privilegiados. De hecho, somos uno de los países del mundo que cuenta con mayor número de titulados superiores entre los jóvenes, especialmente entre las mujeres. Pero estas conquistas se han logrado a costa de crear un sistema educativo desequilibrado, en el que sólo parecen existir alternativas extremas. Hay muchos universitarios, pero también son muchos los que dejan de estudiar tras cubrir el tramite de la educación obligatoria. Y lo hacen, según la OCDE, con un unos conocimientos cuya calidad es manifiestamente mejorable. A esto se une el abandono en que ha caído la Formación Profesional, convertida en una opción para malos estudiantes.
La transición de la educación al trabajo nunca ha sido empeño fácil para los jóvenes, debido a la tradicional rigidez de nuestro mercado laboral. En los diez últimos años, sin embargo, esa rigidez se ha corregido parcialmente, lo cual ha hecho posible la creación de más de seis millones de nuevos empleos. Aunque todavía existe un amplio margen de mejora, lo cierto es que esa bonanza ha originado una disminución significativa de la tasa de paro juvenil. El desafío ahora consiste en mejorar la calidad del empleo, ya que los contratos temporales de muy corta duración se ceban en este colectivo. También preocupa el creciente desajuste que se registra entre la oferta de universitarios y las necesidades de un sistema productivo volcado en actividades de bajo valor añadido. Este desajuste, que incide con particular intensidad en las carreras de humanidades y de ciencias jurídicas y sociales, da lugar a que seis de cada diez titulados ocupen puestos por debajo de su cualificación.
En general, se observa una estrecha relación entre nivel salarial y educación, aunque la prima por estudios universitarios sea en nuestro caso inferior a la de otros países. Aún más, como consecuencia de la sobreabundancia de titulados, esa prima se ha reducido desde 1997 a 2004 en un 40%. Ha nacido así una nueva especie de joven: licenciado con idiomas y otros títulos académicos, que apenas sale adelante en las ciudades con un sueldo de unos 1.000 euros mensuales. Es la especie de los 'mileuristas' que, además de ser un fenómeno de larga duración, afecta con especial relevancia a las mujeres. Esto se debe a que los mercados laborales internos de numerosas empresas siguen pecando de machismo, obviando el hecho de que las jóvenes de hoy en día están mejor preparadas que sus coetáneos masculinos. Prueba de esa discriminación es que, en las profesiones asociadas a títulos universitarios, su salario sólo representa el 73% del de los hombres.
La precaria situación laboral de los jóvenes ha contribuido al retraso de su edad de emancipación, que ya ronda los 30 años. En la última década es muy probable, sin embargo, que el acceso a la vivienda -un derecho constitucional, no hay que olvidarlo- haya desempeñado un papel aún más relevante, debido a que su precio se ha multiplicado por más de seis. Tras las recientes subidas de los tipos de interés, la compra de una vivienda libre le exigiría destinar a un joven el 69% de su salario al pago de la hipoteca -el 85% en el caso del País Vasco-. A esto hay que añadir los años de ahorro requeridos para satisfacer la diferencia entre el precio de compra y el principal de la hipoteca, ya que ésta no suele cubrir por completo el valor de tasación. Esto explica que la mayoría espere a encontrar pareja para emanciparse, ya que la compra de una vivienda difícilmente puede realizarse sin el concurso de dos sueldos... y sin la generosa ayuda de los solícitos padres.
Sin embargo, en contra de lo que cabría esperar, las encuestas nos muestran una juventud satisfecha. Esta paradoja probablemente responda a que ha incorporado las desfavorables condiciones del entorno. Aunque también cabe la posibilidad de que, después de todo, consideren que no se vive tan mal en el hogar familiar. De todas maneras, tal y como sugiere un reciente informe de la OCDE, sería deseable que el Gobierno continuase las reformas ya iniciadas en materia educativa y laboral.
Hay que asegurar, entre otras cosas, que los jóvenes acaban su educación con las habilidades requeridas por el mercado. Asimismo, en aquellos ámbitos en que las competencias están compartidas -como ocurre con la vivienda-, hay que articular un sistema de coordinación institucional que minimice las disfunciones actuales. En definitiva, debemos preocuparnos por el bienestar de aquéllos que, a la postre, son los garantes de nuestras futuras pensiones.