Mateo77
Laico católico
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De manera más o menos explícita diversas corrientes de pensamiento interpretan la figura de Cristo y su legado (el Nuevo Testamento) en ruptura con la revelación dada a los alubios. Esto ya está presente desde la misma denominación del texto en su conjunto, "nuevo" como contraposición a "antiguo", y de ahí, "nuevo" en contraposición a "obsoleto". Si estamos hablando de una nueva manera de relación entre Dios y el hombre, una nueva alianza, ¿qué queda de los modos anteriores? ¿Qué entendía un judío contemporáneo a Cristo cuando se le ofrecía un nuevo pacto que traía la plenitud no presente en los anteriores?, y ¿qué entendía en cambio un griego o un romano? Pienso que en el proceso de evangelización de los gentiles está siempre presente la tendencia al imperialismo de los romanos y la tendencia al platonismo o al materialismo aristotélico propios del pensamiento heleno. Hay bendiciones específicas en cada criatura, que han de ser purificadas de los restos del pecado original, y de ahí que la Iglesia haya apreciado las grandes bendiciones de la cultura clásica y las haya limpiado de impureza para emplearlas en la tarea de construcción del Reino. Pero en estas expresiones de la potencialidad de la criatura al margen de Cristo siempre está rondando el mal que contribuyó a darles forma.
Para los alubios la cruz era escándalo. Cristo, el Mesías anunciado, habría de triunfar según los criterios del mundo, que los judíos habían abrazado progresivamente en el devenir de su existencia. Y sin embargo Jesús, en primera instancia su Mesías, ofrece una puerta de entrada al Reino escandalosa en su debilidad y crudeza, una verdadera prueba de fe que muchos rechazaron escandalizados. Para entrar en el Reino hay que renunciar a la confortabilidad de un orden bueno, para confrontar la crudeza de la Cruz. No sirve el consuelo temporal de unas estructuras ordenadas pero aun incompletas. Hay que confrontar la realidad del mal que impregna todo y, en una suprema prueba de fe, atravesar el umbral de la mano de Dios. Escándalo para muchos de los bienpensantes de aquella época, y lección para la nuestra.
En cambio, para el pensamiento antropocéntrico, esta Cruz es locura. Los paganos compran el favor de los dioses con los mismos bienes que esperan recibir, les dan gloria señalándolos como raíces de dichos bienes. La Cruz supone en cambio enfrentarse precisamente a lo que se pretende evitar. Los romanos asientan su esperanza en un mundo ordenado en torno al imperio de la ley humana, y el camino individual de la Cruz es amenazante por dar lugar a sujetos independientes con conciencias bien formadas que rechazan la ley humana cuando esta se equivoca. Los griegos ponen su esperanza en la sabiduría humana para lograr una existencia mejor, ya sea mediante el germen aristotélico de la confianza en la ciencia, como en la deriva gnostica que condena la carne como obra corrupta de un demiurgo malvado al que es preciso derrotar mediante ingenio y desprecio a lo material. Para los primeros el camino de Cristo es irracional, para los segundos es odioso.
Y sin embargo, el texto bíblico nos muestra que el Paraíso es una región escondida presente en el dominio de Adán, y Cristo mismo contesta al buen ladrón que ese mismo día estará con Él en el Paraíso (no en un "cielo" etéreo que trasciende nuestra realidad humana). Pienso que se hace imprescindible diferenciar mundo de Creación. El mundo sería el dominio corrupto que Adán ejerce sobre lo que le ha sido dado. Este dominio está corrupto desde el momento en que Adán escoge a Eva y la influencia que esta traía de la serpiente, acusando luego a Dios y a la misma Eva, alienando asi lo que le fue dado y entregándolo a la acción desordenada del mal. La Creación en cambio procede exclusivamente de Dios, y Dios mismo la llama "buena". La Creación está sujeta a Adán para quien se mantiene en Adán (al menos la porción que se le concedió a este), pero está sujeta a Cristo para quien se mantiene en Cristo.
Entiendo que no es legítimo interpretar a Cristo en ruptura con lo que le precede sino como plenitud del proceso gradual de redención del ser humano que Dios detalla a lo largo de toda la Revelación y que se despliega en el tiempo hasta el punto final de la Segunda Venida. El Juicio Final restaura el orden asignando a cada criatura dotada de libertad su posición definitiva, de acuerdo a sus propias obras, dentro de la gran armonía de la Creación. El Reino de los Cielos es el Reino de Dios sobre la región material de la Creación asignada a Adán. No es una nueva Creación que deje atrás la primera, como si se tratase de un error de Dios. No es una ruptura, sino que es plenitud. Es el reino de Dios sobre una humanidad purificada de todo mal, y en el que hasta la propia materia de Adán (la carne) se ve restaurada y librada de enfermedad y muerte.
La Iglesia desde el principio sufre intentos de interpretar a Cristo en ruptura. Los ortodoxos asumen que todos los apóstoles eran iguales, rechazando el primado de Pedro. El resultado es que el mundo ortodoxo ha estado sujeto a lo largo de la historia a poderes temporales contrarios a Cristo: el Islam y el comunismo. Los protestantes rechazan primeramente a María, la propia idea de comunión de los santos en una única Iglesia (según la disposición de Dios para el Reino nuevo). El resultado es que se ven privados del sustento sobrenatural que dan los sacramentos temporales (eucaristía, reconciliación, etc) y sin esto acaban regresando al error antropocentrista, poniendo su confianza en la ley, en la ciencia, y en una espiritualidad a la carta. Y finalmente, el desafío presente, que pretende romper con el pasado contaminando la misma relación paternal, la relación con Dios Padre. Si los ortodoxos se desligan de la bendición del orden temporal al negar la primacía de Pedro y los protestantes pierden la bendición de la maternidad de María, ahora se trata de tentar a los fieles para que pierdan la bendición de la paternidad de Dios confiando nuevamente en los ídolos (ciencia/tecnología, ley/democracia) para crear una nueva humanidad desligada de Dios (como si esto fuera posible). De ahí el presentar a Jesús como primer comunista o primer revolucionario, una figura prometéica que lucha contra el Demiurgo, el Dios iracundo y odioso del Antiguo Testamento, para robarle el fuego y entregarlo a la humanidad sin distinción, igualitariamente, con independencia de las obras de cada cual. Por supuesto, para sostener esta interpretación (y cualquier otra interpretación en ruptura) hay que leer el Nuevo Testamento en diagonal, rechazando los fragmentos que claramente se oponen a ello.
Jesús es el Mesías esperado por los alubios, y por la ceguera de estos (anticipada por Dios) es dado como redentor de toda la humanidad. Él es quien trae un nuevo orden sobre la Creación. Adán rechazó el reinado de Dios escogiendo a Eva y la tentación de la serpiente. Jesús trae de nuevo el Reino de los Cielos sobre la tierra, mediante una nueva vinculación filial a Dios por el Espíritu Santo, con María de madre. Lo que no alcanza el hombre por si mismo lo puede lograr ahora con el auxilio del Espíritu de Dios. Ante esto quedan dos opciones, o mantenerse bajo el paraguas de Adán, en el mundo caído, o entrar en la nueva alianza siendo hermanos de Cristo ("mi hermano es el que hace la voluntad del Padre"). La Cruz de Cristo la comparte toda la humanidad, cada persona sufre la acción del mal ya sea por sus propios pecados o por los de terceros. Junto a Cristo crucificado tenemos a María sufriendo por causa de los que matan a su Hijo, y a los dos ladrones. En ellos se nos muestra que el mero compartir la Cruz no vincula a Cristo, sino que es el tomar la Cruz y seguirle lo que establece esta relación. Un ladrón, desde su cruz, le sigue, pero el otro le rechaza. Esto es el criterio para juzgar todo el sufrimiento del mundo: el sufrimiento por si mismo no vincula a Dios. No dignifica al hombre. Tan solo lo prueba para poner en evidencia quién es, cuál es su opción vital. A uno lo acerca a Dios, a otro lo lleva a maldecirle. La Cruz es la espada que divide, restaurando el orden divino sobre la Creación: la bendición del Reino para unos, la maldición de una existencia lejos de la presencia de Dios para otros.
No se puede entender a Cristo en ruptura con lo anterior. Hay que entenderlo en cambio con la mentalidad de los judíos, pero, a diferencia de ellos, superando el escándalo por medio de la fe. Esto nos encamina al reino de los Cielos ya presente entre nosotros pero oculto a la vista y al entendimiento de quien lo rechaza, ya sea por escándalo ante el aparente desorden del camino como un rechazo por la aparente locura de sus propuestas contrarias a la sabiduría humana. El reino de los Cielos está entre nosotros, y si bien solo ha de manifestarse en toda su plenitud tras el Juicio restaurador del orden divino, ya ofrece sus primicias aquí y ahora a quienes lo encuentran. Y lo encuentran los que lo buscan, lo reciben los que lo piden, entran los que llaman. Por supuesto, hay que buscar el Reino, pedir el Reino y llamar a la puerta del Reino, no a cualquier otra puerta.
Finalmente, como advertencia para quienes pretenden apoderarse por la fuerza de la bendición de Dios, es decir, para los poderes temporales revolucionarios, tenemos por ejemplo la historia de Jacob y Labán. Con Dios no se juega. Lo que se adquiere ilegítimamente, se pierde, pertenece al reino de la carcoma y el gusano. El daño que se inflige al inocente se paga con creces, como bien conoce Judas. El obstáculo que se alza contra la acción de Dios cae como los muros de Jericó. Al Reino solo se entra mediante Cristo, con obrar de acorde a Cristo, por los caminos que Él nos ha dejado. Todo lo demás es el verdadero escándalo y la verdadera locura. Magia, tecnología, ley positiva, todo tiende a lo mismo, ofrecer un bien al que carece de él con independencia de su disposición moral. Dios envía el sol y la lluvia sobre buenos y malos, cierto, pero el fruto que estos dan es distinto en unos y otros. Una misma cosa aprovecha a unos y perjudica a otros. No hay manera de engañar a Dios. No se puede construir nada bueno ni perdurable sin la piedra angular que es Cristo. De nada sirve perseguir abundancia material para todos (y mucho menos por caminos ilícitos) si no se les educa al tiempo en la Verdad. La piedra angular es Cristo, y Cristo es Dios, y Dios es el mismo en el Antiguo Testamento y en el Nuevo.
Para los alubios la cruz era escándalo. Cristo, el Mesías anunciado, habría de triunfar según los criterios del mundo, que los judíos habían abrazado progresivamente en el devenir de su existencia. Y sin embargo Jesús, en primera instancia su Mesías, ofrece una puerta de entrada al Reino escandalosa en su debilidad y crudeza, una verdadera prueba de fe que muchos rechazaron escandalizados. Para entrar en el Reino hay que renunciar a la confortabilidad de un orden bueno, para confrontar la crudeza de la Cruz. No sirve el consuelo temporal de unas estructuras ordenadas pero aun incompletas. Hay que confrontar la realidad del mal que impregna todo y, en una suprema prueba de fe, atravesar el umbral de la mano de Dios. Escándalo para muchos de los bienpensantes de aquella época, y lección para la nuestra.
En cambio, para el pensamiento antropocéntrico, esta Cruz es locura. Los paganos compran el favor de los dioses con los mismos bienes que esperan recibir, les dan gloria señalándolos como raíces de dichos bienes. La Cruz supone en cambio enfrentarse precisamente a lo que se pretende evitar. Los romanos asientan su esperanza en un mundo ordenado en torno al imperio de la ley humana, y el camino individual de la Cruz es amenazante por dar lugar a sujetos independientes con conciencias bien formadas que rechazan la ley humana cuando esta se equivoca. Los griegos ponen su esperanza en la sabiduría humana para lograr una existencia mejor, ya sea mediante el germen aristotélico de la confianza en la ciencia, como en la deriva gnostica que condena la carne como obra corrupta de un demiurgo malvado al que es preciso derrotar mediante ingenio y desprecio a lo material. Para los primeros el camino de Cristo es irracional, para los segundos es odioso.
Y sin embargo, el texto bíblico nos muestra que el Paraíso es una región escondida presente en el dominio de Adán, y Cristo mismo contesta al buen ladrón que ese mismo día estará con Él en el Paraíso (no en un "cielo" etéreo que trasciende nuestra realidad humana). Pienso que se hace imprescindible diferenciar mundo de Creación. El mundo sería el dominio corrupto que Adán ejerce sobre lo que le ha sido dado. Este dominio está corrupto desde el momento en que Adán escoge a Eva y la influencia que esta traía de la serpiente, acusando luego a Dios y a la misma Eva, alienando asi lo que le fue dado y entregándolo a la acción desordenada del mal. La Creación en cambio procede exclusivamente de Dios, y Dios mismo la llama "buena". La Creación está sujeta a Adán para quien se mantiene en Adán (al menos la porción que se le concedió a este), pero está sujeta a Cristo para quien se mantiene en Cristo.
Entiendo que no es legítimo interpretar a Cristo en ruptura con lo que le precede sino como plenitud del proceso gradual de redención del ser humano que Dios detalla a lo largo de toda la Revelación y que se despliega en el tiempo hasta el punto final de la Segunda Venida. El Juicio Final restaura el orden asignando a cada criatura dotada de libertad su posición definitiva, de acuerdo a sus propias obras, dentro de la gran armonía de la Creación. El Reino de los Cielos es el Reino de Dios sobre la región material de la Creación asignada a Adán. No es una nueva Creación que deje atrás la primera, como si se tratase de un error de Dios. No es una ruptura, sino que es plenitud. Es el reino de Dios sobre una humanidad purificada de todo mal, y en el que hasta la propia materia de Adán (la carne) se ve restaurada y librada de enfermedad y muerte.
La Iglesia desde el principio sufre intentos de interpretar a Cristo en ruptura. Los ortodoxos asumen que todos los apóstoles eran iguales, rechazando el primado de Pedro. El resultado es que el mundo ortodoxo ha estado sujeto a lo largo de la historia a poderes temporales contrarios a Cristo: el Islam y el comunismo. Los protestantes rechazan primeramente a María, la propia idea de comunión de los santos en una única Iglesia (según la disposición de Dios para el Reino nuevo). El resultado es que se ven privados del sustento sobrenatural que dan los sacramentos temporales (eucaristía, reconciliación, etc) y sin esto acaban regresando al error antropocentrista, poniendo su confianza en la ley, en la ciencia, y en una espiritualidad a la carta. Y finalmente, el desafío presente, que pretende romper con el pasado contaminando la misma relación paternal, la relación con Dios Padre. Si los ortodoxos se desligan de la bendición del orden temporal al negar la primacía de Pedro y los protestantes pierden la bendición de la maternidad de María, ahora se trata de tentar a los fieles para que pierdan la bendición de la paternidad de Dios confiando nuevamente en los ídolos (ciencia/tecnología, ley/democracia) para crear una nueva humanidad desligada de Dios (como si esto fuera posible). De ahí el presentar a Jesús como primer comunista o primer revolucionario, una figura prometéica que lucha contra el Demiurgo, el Dios iracundo y odioso del Antiguo Testamento, para robarle el fuego y entregarlo a la humanidad sin distinción, igualitariamente, con independencia de las obras de cada cual. Por supuesto, para sostener esta interpretación (y cualquier otra interpretación en ruptura) hay que leer el Nuevo Testamento en diagonal, rechazando los fragmentos que claramente se oponen a ello.
Jesús es el Mesías esperado por los alubios, y por la ceguera de estos (anticipada por Dios) es dado como redentor de toda la humanidad. Él es quien trae un nuevo orden sobre la Creación. Adán rechazó el reinado de Dios escogiendo a Eva y la tentación de la serpiente. Jesús trae de nuevo el Reino de los Cielos sobre la tierra, mediante una nueva vinculación filial a Dios por el Espíritu Santo, con María de madre. Lo que no alcanza el hombre por si mismo lo puede lograr ahora con el auxilio del Espíritu de Dios. Ante esto quedan dos opciones, o mantenerse bajo el paraguas de Adán, en el mundo caído, o entrar en la nueva alianza siendo hermanos de Cristo ("mi hermano es el que hace la voluntad del Padre"). La Cruz de Cristo la comparte toda la humanidad, cada persona sufre la acción del mal ya sea por sus propios pecados o por los de terceros. Junto a Cristo crucificado tenemos a María sufriendo por causa de los que matan a su Hijo, y a los dos ladrones. En ellos se nos muestra que el mero compartir la Cruz no vincula a Cristo, sino que es el tomar la Cruz y seguirle lo que establece esta relación. Un ladrón, desde su cruz, le sigue, pero el otro le rechaza. Esto es el criterio para juzgar todo el sufrimiento del mundo: el sufrimiento por si mismo no vincula a Dios. No dignifica al hombre. Tan solo lo prueba para poner en evidencia quién es, cuál es su opción vital. A uno lo acerca a Dios, a otro lo lleva a maldecirle. La Cruz es la espada que divide, restaurando el orden divino sobre la Creación: la bendición del Reino para unos, la maldición de una existencia lejos de la presencia de Dios para otros.
No se puede entender a Cristo en ruptura con lo anterior. Hay que entenderlo en cambio con la mentalidad de los judíos, pero, a diferencia de ellos, superando el escándalo por medio de la fe. Esto nos encamina al reino de los Cielos ya presente entre nosotros pero oculto a la vista y al entendimiento de quien lo rechaza, ya sea por escándalo ante el aparente desorden del camino como un rechazo por la aparente locura de sus propuestas contrarias a la sabiduría humana. El reino de los Cielos está entre nosotros, y si bien solo ha de manifestarse en toda su plenitud tras el Juicio restaurador del orden divino, ya ofrece sus primicias aquí y ahora a quienes lo encuentran. Y lo encuentran los que lo buscan, lo reciben los que lo piden, entran los que llaman. Por supuesto, hay que buscar el Reino, pedir el Reino y llamar a la puerta del Reino, no a cualquier otra puerta.
Finalmente, como advertencia para quienes pretenden apoderarse por la fuerza de la bendición de Dios, es decir, para los poderes temporales revolucionarios, tenemos por ejemplo la historia de Jacob y Labán. Con Dios no se juega. Lo que se adquiere ilegítimamente, se pierde, pertenece al reino de la carcoma y el gusano. El daño que se inflige al inocente se paga con creces, como bien conoce Judas. El obstáculo que se alza contra la acción de Dios cae como los muros de Jericó. Al Reino solo se entra mediante Cristo, con obrar de acorde a Cristo, por los caminos que Él nos ha dejado. Todo lo demás es el verdadero escándalo y la verdadera locura. Magia, tecnología, ley positiva, todo tiende a lo mismo, ofrecer un bien al que carece de él con independencia de su disposición moral. Dios envía el sol y la lluvia sobre buenos y malos, cierto, pero el fruto que estos dan es distinto en unos y otros. Una misma cosa aprovecha a unos y perjudica a otros. No hay manera de engañar a Dios. No se puede construir nada bueno ni perdurable sin la piedra angular que es Cristo. De nada sirve perseguir abundancia material para todos (y mucho menos por caminos ilícitos) si no se les educa al tiempo en la Verdad. La piedra angular es Cristo, y Cristo es Dios, y Dios es el mismo en el Antiguo Testamento y en el Nuevo.
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