También es cierto que, los procesos de fermentación sociales, políticos o territoriales, tienen su "tempo"; se van advirtiendo desde las pequeñas movidas a las movilizaciones periódicas que sirven de termómetros para palpar el estado de ánimo social, laboral o político. Procesos que se desbordan después de mucho hervor ciudadano, como ha ocurrido en Egipto y Tunez. Cosa que no ha sucedido en Libia ni en Siria.
En cuanto a las protestas en Siria, ya se intuye la sobreactuación de cara a mostrar al exterior, hechos que no ocurren o, en todo caso se exageran hasta lo patético, y que algunos no dudan en utilizarlas para sacar provecho y emprender una campaña por un «cambio de régimen», como han hecho importantes voces de la esfera neo-con yankee.
En Deraa, que debe ser el epicentro de la llamada revuelta, y que está cercano a la frontera con Jordania, una detención por hacer pintadas provocó las protestas locales en esa localidad y en las vecinas Jassem e Inkhil, una región mayoritariamente suní y donde la estructura tribal es muy fuerte.
Posteriormente, también hubo movidas en Baniyas, donde hay polémica en torno a escuelas mixtas y surrumurrus en torno a concesiones eléctricas -de las que se beneficia una familia ligada al antiguo viceprimer ministro sirio, Abdul halim Khaddam, hoy en el exilio y enemigo declarado del presidente Bashar al-Assad- que provocaron manifestaciones. Por su parte, en las manifestaciones de Damasco (poca movilización) estaban vinculadas con asuntos mercantiles y en demanda del fin de la corrupción.
Desde esas piezas deslabazadas se han pretendido impulsar supuestas acciones coordinadas para poner fin al régimen, al tiempo que, curiosamente, no no traspasan sus fronteras las grandes manifestaciones de apoyo al régimen en las principales ciudades sirias.
Las bases del poder actual en Siria se sustentan en el sistema de apoyos tejido durante estos años y en los poderosos aparatos de seguridad y militares. Una compleja red de lazos familiares, estructuras del partido Baaz, junto a otros poderes regionales y comunales, así como algunos miembros de la vieja guardia, han contribuido a mantener firme el sistema actual. Evidentemente, y al igual que en otros países de la región, el papel de los militares y del abanico de aparatos de la seguridad también ha sido claves.
Lo que se puede denominar oposición es algo bastante débil y dividido. Son intereses e ideologias muy dispares, sin incidencia y con poco eco entre la población.
Por un lado está la oposición islamista, en torno a los Hermanos fieles a la religión del amor (HM), que tras la represión de los ochenta bajaron mucho el perfil, abandonando oficialmente la lucha armada, tras lograr un acuerdo con Arabia Saudí, arrancándoles el final de toda colaboración con los HM a cambio de permitir la apertura de más mezquitas y centros religiosos. Algo que ha introducido que en el país se comiencen a ver manifestaciones en el vestir ligadas al islamismo saudí (aunque no son algo generalizado) y al mismo tiempo ha posibilitado al régimen un cierto control sobre esa esfera religiosa y política.
Últimamente, al hilo de la coyuntura internacional, han detectando presencia de jihadismo, así como algunos clérigos tras esas tendencias. De hecho, en torno a los incidentes de estos días algunas fuentes locales señalan la presencia de grupos armados ajenos a la población que buscarían el enfrentamiento con las fuerzas policiales, así como algunos discursos levantiscos por parte de algún clérigo originario de Qatar.
Después, tenemos a los opuestos al presidente en el propio régimen y sobre todo entre los denominados miembros de la «vieja guardia» con cierto poder e influencia en la cosa militar o familiar y tribal. Su decadencia, cuentas pendientes con el presidente, viejas rencillas y la crisis económica son los caballos de batalla de esta gente.
Otro sector estaría formado por los llamados «internacionalistas», partidarios de una intervención extranjera para acabar con el régimen, , en el exilio la mayoría, y, quienes apuestan por reformas, los llamados «gradualistas». La diversidad de estos grupos impide una acción común, aunque, en su mayor parte se declaran nítidamente contrarios a cualquier apoyo hacia la política «imperialista de Estados Unidos y sus aliados».
Al final tienes a los kurdos, otro opositor importante, perseguidos y excluidos. Los acontecimientos en Turquía o Irak han incentivado en ocasiones las demandas kurdas locales y la respuesta del régimen siempre ha sido la represión. Mientras otras minorías, como los drusos, ismaelitas o cristianos han logrado un estatus especial en Siria (fruto de las alianzas forjadas por Hafez al-Assad), jugando un importante papel en el ejército las dos primeras y en la economía la tercera, los kurdos siguen siendo ciudadanos de segunda.
Así mismo, hay hechos negativos, como el deterioro económico, (la producción petrolera, la crisis agrícola ligada a las sequías y al control del agua, los movimientos migratorios hacia las ciudades y el desempleo). A ello suma los problemas ecológicos (desertificación, polución, deforestación), a lo que se une además los problemas de vivienda, agravados por la llegada masiva de refugiados iraquíes.
Osease: d momento es poco probable que al-Assad siga a Mubarak o Ben Ali, ya que todavía tiene el respaldo de buena parte de la población, y algunos le consideran como parte de la solución y no el problema. Pero no debemos perder de vista las maniobras que algunos actores pueden estar gestando para lograr un objetivo común, que Siria se una a la lista de «cambios de régimen» para producir un equilibrio distinto en la región.