La guerra del Real Madrid en Valencia: el rencor de España contra Vinícius y la justicia ciega
El Real Madrid sufrió el arbitraje de Gil Manzano en Mestalla con un gol final que desapareció gracias a la actuación del colegiado. Vinícius Júnior volvió a ser juzgado en el estadio che
La madre le coge al niño la frente y le besa: ya pasó hijo, ya pasó. Todo está bien. No te preocupes. Nunca volveremos a Valencia. El miércoles jugaremos contra el Leipzig. En el Bernabéu, nuestra casa. En Europa, nuestro hogar. Con nuestras normas y el silencio de nuestro público que para nosotros es la radiación primigenia del universo. Lo mejor de Valencia, es la carretera hacia Madrid, decía Alfredo Di Stéfano, general en jefe, cuyos gestos y palabras crearon el relato merengue.
Siempre hay cuentas pendientes en la capital del Turia. El fútbol se alimenta de emociones entre el amor y la guerra: venganzas, despechos, rencores eternos, pequeños desprecios y grandes aspavientos. El último collar de la cuenta fue el asunto Vinícius. Ya saben. La España provincial (o sea, todo lo que no es el barrio de Chamartín) decidió que un chico neցro con una sonrisa como un saco de perlas no podía hacerle un túnel a un honrado canterano.
Iba por ahí provocando a los sencillos jugadores de la España plural; ellos, que dignifican el fútbol. Y parecía reírse de esas aficiones que apenas pueden llegar a fin de mes. Regate tras regate, patada tras patada, Vinicius se convirtió en el amuleto antimadridista que la liga del rencor llevaba un tiempo buscando. El brasileño era una perversión de las normas. Vale que el Madrid pueda ganar, pero que encima no disfrute. Y menos con ese tipo de humillaciones. Al fin y al cabo los caños y las gambetas las repitan a todas horas en las televisiones. Y madre y padre no tienen por qué soportar que un desclasado con la camiseta blanca ponga en entredicho el honor de la familia.
Los equipos que no son el Madrid se alimentan de ese honor. El orgullo comarcal. La pulsión del ser. Da igual el Atleti o el Athletic, el Mallorca o el Sevilla. El sentido de pertenencia lo es todo, y más cuando los títulos y la belleza del juego, siempre están en otra parte. Y el sentido de pertenencia necesita de un rival para levantar murallas frente a él, para consolidar el grupo y para perdonarse a sí mismo. Y ese rival siempre es el Madrid. Así está configurado el estado en España y el estado no es más que el correlato legislativo de la arquitectura mental de un pueblo.
El rival siempre es el Madrid
Mono le llamaron las masas ché a Vinícius el año pasado. Y en muchos otros campos fue el mismo cántico orquestado; pequeñas variaciones pero fondo idéntico. Es una blasfemia, pero la blasfemia está permitida ante una iglesia blanca que —se supone— todo lo maneja y todo lo pervierte. Así se mira el Madrid y así se perdonan los pecados que se cometen contra él. Alrededor de Vinícius se levantó esa confusión tan ibérica, que iguala víctima y verdugo en un mismo baile envenenado.
Es maravilloso, porque el Madrid siempre decanta la situación, lleva al límite la psique de la masa rival y acaba poniéndola ante un espejo. Quien quiera saber lo que es España, que mire la forma de comportarse del antimadridismo. Lo que es España en su parte oscura, reptante, lo que se oculta a las visitas. Cada país tiene una corriente subterránea que solamente algunos artistas logran detectar.
Aquí es el Madrid el que hace emerger el río de lodo. Luego pasan los blancos y vuelve la máscara. Aquellos momentos de Figo y el cochinillo en el Camp Nou, estadio que pasaba por exquisito y únicamente amante de lo sublime. Señores de Barcelona de clase alta haciendo la yihad. Una guerra santa de fin de semana una vez al año. Malo para el cutis pero ideal para ventilar un corazón lleno de roña.
Ese era el ambiente del principio del partido entre el Valencia y el Madrid. No exactamente de alegría por ver un espectáculo, incluso de alegría feroz, que es el mejor combustible del fútbol. No, no era eso, era un rencor a la que salta. Un linchamiento en la medida de lo posible. Una electricidad desde el despecho. Pero dentro de las normas. Algo que pasa constantemente y a lo que este Madrid del tercer año de Ancelotti, no se acaba de acostumbrar.