Igualdad 7-2521
Madmaxista
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En el original hay bastantes enlaces. Os recomiendo que lo leáis allí.
HACE VEINTE AÑOS LOS ESCRITORES SE INSULTABAN Y ERA TODO MÁS DIVERTIDO | Patrulla de salvación
Venía Francisco Umbral y decía en su obra Las palabras de la tribu (Planeta, 1994) (*)cosas como estas de Rosa Chacel :
“Es una bruja cruzada de Mary Poppins”, y sigue más adelante: “En las últimas novelas madrileñas de Rosa Chacel hay mucho amor, demasiado, por las hijas de las porteras”. A una amiga suya, periodista donostiarra le previene en ocasión de una entrevista a la escritora: “Ten cuidado con las viejas encantadoras”. La periodista donostiarra, según Umbral, le confirmó tras la entrevista: “Cuánta razón tenías, Paco. La vieja se me ha insinuado”. En otras frases llega a decir: “Rosa Chacel es una vieja muy pulcra y anda con vagas poetitas evanescentes como Clara Janés”.
Rosa Chacel, a pesar de tener 96 años, respondía con energía y con un par, como merecía Paco:
“Tengo el derecho a que me critiquen, pero Umbral dice una ordinariez y una estupidez asquerosa e fulastre, como que yo pretendía seducir a una señorita”.”Hay que ser un tío inane”, “un verdadero fulastre, para decir una cosa así. No comprendo por qué una cochinada de ese género; que dijera que no le gusta mi literatura, qué le vamos a hacer. Eso es de un hortera, de esas personas secundarias de la literatura y no es cosa de un intelectual”.
Fuente: EL PAÍS 12/03/94
Camilo J. Cela por Chema Conesa
Saltaba tres días después Camilo José Cela y llamaba (aquí) “doncel tontuelo” a Antonio Muñoz Molina (AMM) y le recomendaba para su “esfínter contrariado enemas con una infusión templada de hiervas medicinales”. También llamaba a AMM “mozo lírico-cómico-bailable, sentimental aprovechadillo y sagaz”. Y lo acusaba de haber sufrido un “ataque de cuernos por la publicación de una novela por un no censado”. Refiriéndose a que Raul del Pozo, del que se acababa de presentar su nueva novela, no estaba en la entonces polémica lista de los “150 novelistas de Carmen Romero” que era como maliciosamente se calificaba a los escritores jóvenes y supuestamente cercanos al gobierno socialista. Lista de la que Cela decía que AMM se había autoproclamado caudillo.
Divertido ¿no?
Cela respondía así al artículo que seis días antes (9 de marzo de 1994) AMM había publicado en EL PAÍS con el título de Teoría del elogio insultante donde incluía párrafos como este:
A diferencia del lector común, el literato resabiado parece que sólo alimenta su capacidad de admiración con la energía vengativa de sus negaciones. Para admirar a Cela, Francisco Umbral lleva décadas insultando a Galdós y a Baroja con una saña que se le vuelve más virulenta y monótona a cada libro que escribe, como si lo sacara de quicio que, a pesar de su furia, ni Galdós ni Baroja hayan desaparecido de las bibliotecas. Se publica una novela de Raúl del Pozo y observo que ni en una sola de las crónicas de su presentación, apadrinada por Cela, ni en las reseñas entusiastas que le dedican sus colegas del columnismo diario, falta, junto a los elogios, el insulto correlativo a casi todos los demás novelistas españoles. Resulta, según leo, que el principal mérito del libro es humillar y desenmascarar, con el solo brillo de su perfección, a una vaga turba de escritores jovenes cuyos nombres nunca se dicen, pero que al parecer apenas saben redactar, no tienen dignidad ni lectores y viven de las subvenciones del Ministerio de Cultura, alentados y protegidos por Carmen Romero.
Julio LLamazares -otro joven autor de hace 20 años- también le metió caña a Cela en 1989 en su famoso artículo El arzobispo de Manila:
Tengo la impresión, no obstante, de que el bueno de don Camilo, emborrachado por la felicidad o por el propio incienso de los múltiples capones, y monagos que, desde el día de autos, le canta día y noche sin cesar -en tagalo, en gallego, en francés y en castellano- sus loas y alabanzas, no sólo se ha creído el Premio Nobel, sino también que, con el Nobel, los académicos suecos le han nombrado al mismo tiempo arzobispo de Manila, como era su deseo tantas veces confesado. Así, y de ninguna otra manera, podría uno explicarse el ataque de soberbia y onanismo intelectual que al escritor de Padrón de repente le ha dado. Un ataque que ya se hizo notar en la conferencia de prensa con la que se presentó ante el mundo aquella misma tarde y que tiene de momento, en lo que yo conozco, su punto de máxima inflexión en las declaraciones realizadas a la revista Tiempo hace ahora dos semanas. Afirmaciones como la de que “jorobar es entretenidísimo; si llego al cielo algún día, prefiero encontrarme angelitos con coño” o la de que “benditas sean las vaginas propicias y acogedoras y que Dios nos las conserve, pero no las aumente, porque uno ya no está para muchos trotes”:::: no tendrían, viniendo de quien vienen, otro interés que el meramente anecdótico si no fuera que en este país decir cachopo o jorobar ya no es ninguna osadía que vaya a escandalizar a nadie.
(…)
Pero afirmar públicamente, como el escritor gallego hace, que “en España sólo una minoría jorobamos mucho y bien”, o que “las berzas de las mujeres son para acariciárselas y el trastero para magreárselo” o, en fin, que “las mujeres más baratas son la pilinguis porque no aspiran a mucho: les das cuatro duros y salen dando saltos”, supone, además de una gran aportación intelectual, la creencia de su autor de que, en efecto, él es el arzobispo de Manila y todos los demás, monaguillos capones siempre dispuestos a reírle las gracias.
Llamazares venía un poco picado -hay que entenderlo- por las declaraciones de Cela sobre los jóvenes autores de la época:
“No los leo, ni creo que haya más de dos o tres que queden dentro de un tiempo. Hay algunos inteligentes, pero en general me parecen novelistas de catequesis, muy disciplinaditos, muy obedientes, con la mano siempre extendida para ver si el Estado les da unas perras. Hay que entenderlo: tienen que vivir, hombre. Pero no es explicable que la gente, para subsistir, pierda la dignidad. Yo he procurado no perderla. Yo no he tenido jamás una ayuda ni una beca”.
No me digan que no estaba el patio literario mucho más entretenido hace 20 años que ahora.
Marías por Loredano
Pero Javier Marías -al que tanto preocupa que ahora le puedan manchar su buen nombre como pulcro candidato al Nobel- también se tiró al barro como vulgar mujerzuela guerrera -parecía, salvando las distancias, una patrullera- hace unos años. Concretamente en su artículo en El Semanal de 4/08/96. Miren cómo arremetía contra Cela:
Y yo mismo, cuando nuestro actual premio Nobel recibió el premio Nobel que lo ha convertido en premio Nobel, declaré que me parecía la peor noticia posible para la literatura española, ya que suponía la entronización anacrónica de la novela más folklórica, castiza y rancia, contra cuya dictadura los escritores más jóvenes veníamos luchando hacía tiempo.
En aquel entonces, aunque algunos lamentaran tanto insulto, la literatura en castellano estaba viva. Y era de muchísima más calidad que la que hoy soportamos. Indudable. También es verdad que entonces los escritores estaban hechos de otro material. Tenían la piel más dura. Había casta. Hoy, cuando una viejecita agita su bastón de casi inválida para denunciar hechos comprobados, todos se asustan y se escandalizan. ¿Es tan mala la sargento Margaret por llamar “niña pija” a una editora? ¡¡hez de corrección política!!
Válgame el señor bendito.
Me aburro mucho.
¡¡Necesito escritores con sangre en las venas y con narices!!
(*) No confundir con el libro de Jose Ángel Valente con el mismo título.
HACE VEINTE AÑOS LOS ESCRITORES SE INSULTABAN Y ERA TODO MÁS DIVERTIDO | Patrulla de salvación
Venía Francisco Umbral y decía en su obra Las palabras de la tribu (Planeta, 1994) (*)cosas como estas de Rosa Chacel :
“Es una bruja cruzada de Mary Poppins”, y sigue más adelante: “En las últimas novelas madrileñas de Rosa Chacel hay mucho amor, demasiado, por las hijas de las porteras”. A una amiga suya, periodista donostiarra le previene en ocasión de una entrevista a la escritora: “Ten cuidado con las viejas encantadoras”. La periodista donostiarra, según Umbral, le confirmó tras la entrevista: “Cuánta razón tenías, Paco. La vieja se me ha insinuado”. En otras frases llega a decir: “Rosa Chacel es una vieja muy pulcra y anda con vagas poetitas evanescentes como Clara Janés”.
Rosa Chacel, a pesar de tener 96 años, respondía con energía y con un par, como merecía Paco:
“Tengo el derecho a que me critiquen, pero Umbral dice una ordinariez y una estupidez asquerosa e fulastre, como que yo pretendía seducir a una señorita”.”Hay que ser un tío inane”, “un verdadero fulastre, para decir una cosa así. No comprendo por qué una cochinada de ese género; que dijera que no le gusta mi literatura, qué le vamos a hacer. Eso es de un hortera, de esas personas secundarias de la literatura y no es cosa de un intelectual”.
Fuente: EL PAÍS 12/03/94
Camilo J. Cela por Chema Conesa
Saltaba tres días después Camilo José Cela y llamaba (aquí) “doncel tontuelo” a Antonio Muñoz Molina (AMM) y le recomendaba para su “esfínter contrariado enemas con una infusión templada de hiervas medicinales”. También llamaba a AMM “mozo lírico-cómico-bailable, sentimental aprovechadillo y sagaz”. Y lo acusaba de haber sufrido un “ataque de cuernos por la publicación de una novela por un no censado”. Refiriéndose a que Raul del Pozo, del que se acababa de presentar su nueva novela, no estaba en la entonces polémica lista de los “150 novelistas de Carmen Romero” que era como maliciosamente se calificaba a los escritores jóvenes y supuestamente cercanos al gobierno socialista. Lista de la que Cela decía que AMM se había autoproclamado caudillo.
Divertido ¿no?
Cela respondía así al artículo que seis días antes (9 de marzo de 1994) AMM había publicado en EL PAÍS con el título de Teoría del elogio insultante donde incluía párrafos como este:
A diferencia del lector común, el literato resabiado parece que sólo alimenta su capacidad de admiración con la energía vengativa de sus negaciones. Para admirar a Cela, Francisco Umbral lleva décadas insultando a Galdós y a Baroja con una saña que se le vuelve más virulenta y monótona a cada libro que escribe, como si lo sacara de quicio que, a pesar de su furia, ni Galdós ni Baroja hayan desaparecido de las bibliotecas. Se publica una novela de Raúl del Pozo y observo que ni en una sola de las crónicas de su presentación, apadrinada por Cela, ni en las reseñas entusiastas que le dedican sus colegas del columnismo diario, falta, junto a los elogios, el insulto correlativo a casi todos los demás novelistas españoles. Resulta, según leo, que el principal mérito del libro es humillar y desenmascarar, con el solo brillo de su perfección, a una vaga turba de escritores jovenes cuyos nombres nunca se dicen, pero que al parecer apenas saben redactar, no tienen dignidad ni lectores y viven de las subvenciones del Ministerio de Cultura, alentados y protegidos por Carmen Romero.
Julio LLamazares -otro joven autor de hace 20 años- también le metió caña a Cela en 1989 en su famoso artículo El arzobispo de Manila:
Tengo la impresión, no obstante, de que el bueno de don Camilo, emborrachado por la felicidad o por el propio incienso de los múltiples capones, y monagos que, desde el día de autos, le canta día y noche sin cesar -en tagalo, en gallego, en francés y en castellano- sus loas y alabanzas, no sólo se ha creído el Premio Nobel, sino también que, con el Nobel, los académicos suecos le han nombrado al mismo tiempo arzobispo de Manila, como era su deseo tantas veces confesado. Así, y de ninguna otra manera, podría uno explicarse el ataque de soberbia y onanismo intelectual que al escritor de Padrón de repente le ha dado. Un ataque que ya se hizo notar en la conferencia de prensa con la que se presentó ante el mundo aquella misma tarde y que tiene de momento, en lo que yo conozco, su punto de máxima inflexión en las declaraciones realizadas a la revista Tiempo hace ahora dos semanas. Afirmaciones como la de que “jorobar es entretenidísimo; si llego al cielo algún día, prefiero encontrarme angelitos con coño” o la de que “benditas sean las vaginas propicias y acogedoras y que Dios nos las conserve, pero no las aumente, porque uno ya no está para muchos trotes”:::: no tendrían, viniendo de quien vienen, otro interés que el meramente anecdótico si no fuera que en este país decir cachopo o jorobar ya no es ninguna osadía que vaya a escandalizar a nadie.
(…)
Pero afirmar públicamente, como el escritor gallego hace, que “en España sólo una minoría jorobamos mucho y bien”, o que “las berzas de las mujeres son para acariciárselas y el trastero para magreárselo” o, en fin, que “las mujeres más baratas son la pilinguis porque no aspiran a mucho: les das cuatro duros y salen dando saltos”, supone, además de una gran aportación intelectual, la creencia de su autor de que, en efecto, él es el arzobispo de Manila y todos los demás, monaguillos capones siempre dispuestos a reírle las gracias.
Llamazares venía un poco picado -hay que entenderlo- por las declaraciones de Cela sobre los jóvenes autores de la época:
“No los leo, ni creo que haya más de dos o tres que queden dentro de un tiempo. Hay algunos inteligentes, pero en general me parecen novelistas de catequesis, muy disciplinaditos, muy obedientes, con la mano siempre extendida para ver si el Estado les da unas perras. Hay que entenderlo: tienen que vivir, hombre. Pero no es explicable que la gente, para subsistir, pierda la dignidad. Yo he procurado no perderla. Yo no he tenido jamás una ayuda ni una beca”.
No me digan que no estaba el patio literario mucho más entretenido hace 20 años que ahora.
Marías por Loredano
Pero Javier Marías -al que tanto preocupa que ahora le puedan manchar su buen nombre como pulcro candidato al Nobel- también se tiró al barro como vulgar mujerzuela guerrera -parecía, salvando las distancias, una patrullera- hace unos años. Concretamente en su artículo en El Semanal de 4/08/96. Miren cómo arremetía contra Cela:
Y yo mismo, cuando nuestro actual premio Nobel recibió el premio Nobel que lo ha convertido en premio Nobel, declaré que me parecía la peor noticia posible para la literatura española, ya que suponía la entronización anacrónica de la novela más folklórica, castiza y rancia, contra cuya dictadura los escritores más jóvenes veníamos luchando hacía tiempo.
En aquel entonces, aunque algunos lamentaran tanto insulto, la literatura en castellano estaba viva. Y era de muchísima más calidad que la que hoy soportamos. Indudable. También es verdad que entonces los escritores estaban hechos de otro material. Tenían la piel más dura. Había casta. Hoy, cuando una viejecita agita su bastón de casi inválida para denunciar hechos comprobados, todos se asustan y se escandalizan. ¿Es tan mala la sargento Margaret por llamar “niña pija” a una editora? ¡¡hez de corrección política!!
Válgame el señor bendito.
Me aburro mucho.
¡¡Necesito escritores con sangre en las venas y con narices!!
(*) No confundir con el libro de Jose Ángel Valente con el mismo título.