Guía de medicina enteógena

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Madmaxista
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Guía de medicina enteógena (sanación holística a través de psicodélicos) | Pijamasurf

En español se hace una marcada diferencia entre medicamentos y drojas. Por costumbre las drojas tienen una connotación negativa, más allá de generalmente estar prohíbidas. Los medicamentos en cambio son sustancias cuyo uso es justificado y aceptado, en el supuesto de que si son administrados adecuadamente pueden producir un “bien” para el cuerpo. Cualquiera puede comprar medicinas en la farmacia, en cambio, para comprar drojas se tiene que aventurarse a la calle, a cortar “drojas” clandestinamente al campo o a burlar las lagunas legales y pedirlas por internet. La sociedad considera medicamentos sustancias como el Prozac, el Tafil o el Tamiflu, por mencionar sólo algunos; la sociedad considera drojas plantas como el peyote, la marihuana o las plantas que componen la ayahuasca, por mencionar sólo algunas. Alguien que viva alejado de este paradigma sociolingüístico seguramente se sorprendería de esta clasificación, de esta polarización. Incluso, inocentemente, podría pensar que la explicación más palusible es que alguien debió de haber invertido los papeles y que las drojas son estos duros medicamentos como el Haldol, el Neurotin, o el Ritalin (los “medicamentos” han apiolado a más de 1o mil personas en los últimos años) y las medicinas son la ayahuasca, el cannabis o los hongos psilocibe.

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Las razones que da un organismo como el Food and Drugs Administration (FDA) para clasificar una sustancia como controlada son fundamentalmente dos: que no tiene una aplicación médica y que produce daños a la salud. Bajo este razonamiento, la mescalina, la ayahusca, el DMT, la marihuana (en algunos estados y países), la psilocibina, el LSD, el MDMA no representan ningún beneficio a la salud y sí han probado ser perjudiciales para la misma. Tal vez tú, como yo, estés preguntándote qué entiende por salud un organismo como el FDA. Tal vez su extraña concepción de la salud pueda ser alumbrada por esta frase de J. Krishnamurti: “No es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma“. Podemos parafarsear el dicho popular y decir que las medicinas que tenemos son un reflejo de nuestra sociedad (de la misma forma que nos merecemos los políticos que tenemos). Quizá por eso muchos de nosotros, desadaptados e incomformes, en la adolescencia y en la juventud, recurrimos a las drojas psicodélicas (como una protesta política cósmica ante nuestra realidad psicosocial).

A veces la etimología nos otorga epifanías —como si hubiera un orden mágico en el origen de las palabras. En la lengua inglesa la palabra “health” (salud) se deriva de la raíz anglosajona “hal”, la misma de la que proceden “whole” (entero), “holy” (sagrado) y “heal” (sanar). A veces el lenguaje es lúdico y nos deja integrar aquí la raíz griega “holo” (todo), misma que compone palabras como holograma, holístico y holotrópico (lo cual más adelante relacionaremos con la medicina psicodélica). De esto podemos interpretar que entonces la salud es un estado que tiene que ver con un equilibrio entre todos los elementos de nuestro organismo, como si fueran un todo, una unidad que poderíamos considerar “sagrada”, un holograma en el que cada parte contiene y afecta a todas las otras partes. El plano de lo sagrado nos remite al concepto muchas veces formulado de “mi cuerpo es mi templo” y por extensión a la noción de que el cuerpo es sagrado, como un templo, porque es habitáculo —o interfaz— del espíritu o de lo espiritual, es, podríamos decir, el holograma del alma.

Empecemos a esbozar una teoría. ¿Es posible que la definición de la salud de nuestra sociedad, dictada por organismos como el FDA (que evidentemente sirven como catering de las farmacéuticas), esté formulada sin tomar en cuenta el aspecto espiritual (y aquí no necesitamos conjurar un alma inmortal, basta con una fuerza vital, ki, o bioenergía)? ¿Es posible que esta definición, como el mismo paradigma positivista-atomista sobre el cual se erigieron las ciencias modernas occidentales, esté concebida sin tomar en cuenta el aspecto integral de la salud y, en cambio, parezca estructuralmente concebida para separar y seccionar todo cuerpo? Tal vez esto nos ayude a entender un poco por qué, además de los intereses económicos y de control mental político, las plantas psicodélicas están prohibidas en el plano legal y ostracizadas en el plano social y por qué no son entendidas como medicinas.

Buena parte de nuestro edificio de conocimiento se ha fundado sobre el racionalismo, un sistema altamente efectivo para conquistar el mundo externo y producir máquinas y tecnología que apuntalan el “progreso” de la humanidad. No queremos distanciarnos demasiado del tema, pero una de las consecuencias del racionalismo cartesiano y posiblemente anterior, anclado en la filosofía griega, es que el cuerpo se divide del alma (o del espíritu) y es visto como un conjunto de distintos elementos mecánicos. Esta concepción ha llegado a formularse en términos seculares como la división del cuerpo y la mente: la medicina considera que lo que sucede en la mente no tiene un efecto directamente ligado al cuerpo y que cada parte del cuepro es independiente y puede ser tratada sin afectar a las demás. Yo no me puedo enfermar del riñón o provocar un cáncer por tener patrones de pensamiento enfermizos o curar por tener patrones de pensamiento curativos (aunque es verdad que existe una incipiente tendencia a incorporar y aceptar técnicas de mente-cuerpo como el yoga, la meditación y, la crux de este artículo, las sustancias psicodélicas).

Si consideramos que el cuerpo y el espíritu (o la mente) son condensaciones indisociables de una misma entidad, entonces debemos reformular nuestra definición de salud. “El hombre no tiene Cuerpo distinto de su Alma; ya que lo se llama Cuerpo es una porción del Alma discernida por los cinco Sentidos”, escribió el preclaro poeta inglés William Blake. En esta percepción se abre una grieta importante —la raya luminosa en el abismo— para las “drojas psicodélicas” como agentes y facilitadores de una salud de cuerpo-mente-espítritu. Por un momento las cosas se invierten y las drojas son las medicinas.

Como dijera el padre secreto de la medicina moderna, el alquimista suizo Paracelso, en ocasiones “el veneno es el antídoto”. Una sociedad profundamente enferma como la nuestra quizás se beneficiaría de tomar el veneno, en la dosis correcta, en el contexto adecuado y lanzarse al abismo a ver qué sucede.

El significado de la palabra “psicodélico” puede entenderse como “aquello que revela o hace manifiesto la mente”. Pero recordemos también que el prefijo psi entrelaza en su origen a la mente con el alma (Psique es la diosa griega del alma), de ahí que pueda tener un otro significado: “aquello que hace manifiesto el alma”. Una medicina integral necesita hacer surgir a la mente-alma de la profunda sombra del cuerpo de la historia, para tratarla como parte de un mismo proceso orgánico, si es que queremos en verdad sanar (y despertar de la pesadilla). Esta tal vez sea la clave de las sustancias psicodélicas: que develan, de manera a veces violenta, el cuerpo espiritual o cuerpo energético, un cuerpo que muchas veces nos atemoriza ver (“todo ángel es terrible”) y que en ese pánico, que violenta la realidad establecida, puede fragmentarnos aún más si no contamos con los “doctores del alma” o si nosotros mismos no sabemos operar y nos movemos por la selva sin poder ver las ramas (las almas). En este sentido la medicina psicodélica debe de fundirse con la psicología y hacer visible la sombra de nuestra persona, encararla, aceptarla y posiblemente sublimarla. Jung decía que hasta que no hacemos consciente lo inconsciente vivimos bajo su tiranía, sin poder leer los símbolos de nuestra propia escritura. Las sustancias psicodélicas —entre la magia y la mayéutica— son un acervo milenario de biotecnología especialmente apta para desocultar lo inconsciente, traer lo invisible (por bloqueado), los monstruos y los ángeles, a la superficie. Y entonces tenemos la espada y enfrentamos el dragón de nuestra propia mitología.

Para diferenciar de la clasificación peyorativa de drojas como la heroína o el crack algunas personas han empezado a llamar a las sustancias psicodélicas como “enteógenos” (que llevan a dios dentro, continuación del teonanacatl), empatógenos (en el caso de sustancias como el MDMA) e incluso holotrópicos (que actuán sobre la totalidad del organismo, siguiendo la terapia transpersonal del mismo nombre del brillante psicólogo Stan Grof). Más allá de estas poéticas y a veces útiles aunque pretenciosas clasificaciones, el interés de este artículo es argumentar que fundamentalmente estas sustancias son medicinas. Se puede creer que las plantas son espíritus y que al tomarlas se entabla una relación con una entelequia o un ancestro —según considera el biólogo Jeremy Narby de la ayahuasca en su libro seminal The Cosmic Serpent; se puede creer que las plantas contienen campos de información morfogenéticos, los cuales se activan al ser tomadas y hacen que revivamos experiencias milenarias que nos permiten realizar una especie de arqueología profunda de nuestra propia psique y de la psique planetaria —como sostiene en buena medida Terence Mckenna, quien también considera que existe un tipo de inteligencia astral en el hongo, por ejemplo; o se puede creer que simplemente detonan procesos neuroquímicos, encendiendo y apagando zonas que normalmente no se orquestan de esta forma en el cerebro, pero lo que nos parece indudable, a la luz de la evidencia, es que estas sustancias tiene un uso médico. Es posible incluso que sean las medicinas más poderosas de la naturaleza, en el sentido de que tratan al organismo humano de manera holística y lo acercan a un entendimiento holístico de sí mismo: medicinas que te enseñan a ser tu propio médico (porque puedes sentir tu espíritu).

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A continuación presentamos una lista de sustancias psicodélicas que tienen usos médicos y terapéuticos y que sin embargo están prohibidas en la mayor parte del mundo. La lista no es exhaustiva, es solamente un acercamiento a lo que podría llamarse el “renacimiento de la medicina psicodélica”. Intenta, por otra parte, llamar la atención sobre los posibles beneficios de estas sustancias contra el riesgo que implica utilizalas sin el debido conocimiento, fuera de un contexto apropiado o sin un diagnóstico adecuado (como cuando por automedicarse, se falsifican recetas médicas para obtener fármacos controlados). A veces se olvida que abrir “las puertas de la percepción” es un poco como abrir tu casa (tu cuerpo) en la noche: si bien te permite ver las estrellas y otras delicias del cosmos, también permite que entren todo tipo de entidades desconocidas que navegan los vientos astrales.

PEYOTE/SAN PEDRO/MESCALINA


Aunque no existen muchos estudios sobre las propiedades medicinales de este cactus y su alcaloide principal, hay iglesias enteras y comogonías que giran en torno a sus propiedades visionarias y medicinales. Los huicholes en México llaman a este cactus “hikuri” (transpersonalización del venado azul) y de manera popular cuando hablan en español se refieren a una parte de esta planta literalmente como medicina.

Las tribus nativo americanas que tienen permitido comsumir peyote por razones de tolerancia religiosa lo emplean para quitar el dolor de muelas, el dolor de parto, la fiebre, el reumatismo, la gripe, la diabetes e, ilustratiavmente, para la ceguera (botones de peyote en vez de ojos para ver la luz invisible).

Uno de los pocos estudios sobre el peyote con que contamos (McCleary, J.A.; Sypherd, P.S.; Walkington, D.L., 1960, “Antibiotic Activity of an Extract Of Peyote [Lophophora williamsii]“) sugiere que éste puede ser usado en varias preparaciones para tratar neurastenia, histeria y asma. Un agente soluble en agua antibiótico y antiséptico en contra de distintas bacterias extraído de esta planta fue llamado peyocactin.

Los indígenas raramuri (tarahumaras) aplican peyotes masticados a heridas, quemadas, mordeduras e inflamaciones musculares. Este mismo grupo indígena mastica peyote en su épicas caminatas a lo largo del desierto, en las que llegan a recorrer más de 50 kilómetros, lo que sugiere que el peyote funge como un estimulante anabólico (algo que suena lógico siendo que es parte de la famila química de las feniletilaminas, que incluye al MDMA y a las anfetaminas).

Los indios Kiowa usan peyote para tratar la gripe, la fiebre, la tuberculosis y otras enfermedades (Vestal, Paul A. and Richard Evans Schultes, 1939, The Economic Botany of the Kiowa Indians. Cambridge MA. Botanical Museum of Harvard University).

El peyote y la mescalina han sido usados creativamente por numerosos artistas, místicos y filósofos, entre los que destacamos a Jean Paul Sartre, quien bajo la influencia de la mescalina compuso su novela existencialista La Náusea (y luego fue persegudio por una langosta gigante); Carlos Castaneda, quien popularizó esta sustancia en su saga de aprendiz de brujo con el indio yaqui Don Juan Matos y a quien el peyote se le presentó como una entidad zoomórfica; Aldous Huxley, narrador de su propia experiencia con la mescalina en el libro Las Puertas de la Percepción; y Aleister Crowley, el último gran mago de Occidente, quien fue una de las primeras personas en llevar mescalina a Europa hace más de 100 años, después de obtener el grado 33 de masón en México. Crowley utilizaba la mescalina, así como otras sustancias narcóticas, en sus operaciones erótico-mágicas para entablar comunicación con entidades transdimensionales.

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querido líder habreles un subforo de drojas a los yonkies del foro que hay unos cuantos......
 
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