Como cada año desde 2015, las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk conmemoraron ayer el aniversario del referéndum que oficializó la voluntad de lucha política y posteriormente militar de unas…
slavyangrad.es
El día del referéndum
12/05/2024
Como cada año desde 2015, las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk conmemoraron ayer el aniversario del referéndum que oficializó la voluntad de lucha política y posteriormente militar de unas entidades entonces aún prácticamente inexistentes, pero que se consolidarían, con ayuda de Moscú, a lo largo de la guerra que libraron contra Ucrania. “Estoy seguro de que recuperaremos la paz para Donbass”, afirmó Vladimir pilinguin en su mensaje de conmemoración de los diez años de lo que fue un acto político masivo de rechazo a la deriva que había tomado Ucrania desde febrero de ese año.
“Los rebeldes declaran la victoria en la votación de autogobierno en el este de Ucrania”, titulaba hace exactamente una década la agencia
Reuters en un texto que se reproducía rápidamente en cientos de medios de comunicación. Tras la rápida anexión de Crimea, Donbass se había convertido rápidamente en foco informativo mundial ante la posibilidad de que tropas rusas apoyaran las protestas de Donetsk, Lugansk y, en los primeros momentos, también Járkov y Odessa contra el Gobierno e Kiev. Con menor fuerza en las dos últimas ciudades, en las que la violencia política de la extrema derecha fue herramienta suficiente para derrotar a los movimientos anti-Maidan, la rebelión política y militar se produjo únicamente en las dos regiones que permanecieron durante los ocho años anteriores a la entrada de las tropas rusas en 2022 como entidades separadas de Ucrania.
Repúblicas de apenas unos edificios, aún con presencia de las autoridades políticas nombradas a dedo desde Kiev sin interés por presentar a personas con una mínima voluntad de diálogo, la RPD y la RPL quisieron realizar ese 11 de mayo de 2014 un acto similar al que se había celebrado en Crimea el 16 de marzo. “Los rebeldes pro-Moscú declararon una rotunda victoria en un referéndum sobre el autogobierno del este de Ucrania, y algunos dijeron que eso significaba la independencia y otros la eventual unión con Rusia, mientras estallaban los combates en un conflicto cada vez más fuera de control”, añadía
Reuters. Como en Crimea, el proceso de organización del en ocasiones caótico referéndum se produjo en un contexto de alta tensión política, polarización social e incertidumbre, a lo que en Donbass había que añadir el factor militar.
Ucrania había mostrado ya su intención de utilizar la fuerza contra un movimiento principalmente civil y político al que se habían unido los primeros grupos armados. El 14 de abril, el presidente en funciones Turchinov había anunciado oficialmente el inicio de la
operación antiterrorista que Ucrania mantendría en vigor durante años y con la que evitaría en todo momento admitir que el conflicto político interno se había convertido en una guerra civil. Coincidiendo con la masacre de Odessa, donde las autoridades se habían aprovechado de la celebración de un partido de fútbol para favorecer la llegada de grupos de extrema derecha que atacarían el campamento anti-Maidan del Campo de Kulikovo, en Slavyansk habían comenzado ya los primeros combates. Se enfrentaban allí un pequeño grupo de apenas unas docenas de personas con experiencia militar lideradas por Igor Strelkov y con importante apoyo popular y el entonces deficiente ejército ucraniano apoyado por grupos de extrema derecha como el Praviy Sektor de Dmitro Yarosh, que se jactaba de haber provocado la primera batalla de la guerra al atacar un puesto de control rebelde.
Sin embargo, gran parte de la ira mostrada por la población de Donbass ante las cámaras de la prensa internacional en las largas colas del referéndum se debía a lo ocurrido dos días atrás en Mariupol. “En el puerto suroriental de Mariupol, escenario de encarnizados combates la semana pasada, sólo había ocho centros electorales para una población de medio millón de habitantes. Las colas alcanzaron los cientos de metros bajo un sol radiante, y los ánimos se caldearon cuando uno de los centros se desbordó y las urnas salieron a la calle”, escribió
Reuters sobre la votación en la ciudad. El artículo no incidía sobre qué había ocurrido en 9 de mayo, Día de la Victoria, cuando la población trataba de realizar su rutina anual de homenaje a quienes dieron su vida por liberar a Europa del fascismo. Al contrario que la prensa, que siempre vio actos ambiguos en lo hechos, la población había observado blindados con la bandera de Ucrania irrumpiendo a través de las improvisadas barricadas de sacos de arena en dirección a una comisaría y había sido testigo de la forma en que, en la retirada, aquellas tropas, entre las que posiblemente se encontraban miembros del batallón Azov, constituido cuatro días antes, habían disparado a quemarropa a varios civiles.
“Al menos siete personas murieron el viernes en Mariupol cuando el ejército ucraniano entró en la ciudad en vehículos blindados, al parecer para recuperar el control del cuartel general de la policía de la ciudad, donde los combatientes separatistas estaban intercambiando disparos con la policía atrincherada. El asalto terminó con el edificio de la policía en llamas, muertos en ambos bandos y una precipitada retirada por la ciudad, en la que civiles desarmados fueron tiroteados por las fuerzas ucranianas”, escribió Shaun Walker en The Guardian el 11 de mayo de 2014. Era todo lo que entonces se decía sobre un incidente en el que participaron las tropas del Ministerio del Interior -donde estaba incluido el grupo de Biletsky, fuerzas de choque del entonces ministro Avakov- y que, como Odessa, nunca ha sido investigado por Ucrania.
Respondiendo a la habitual acusación de
agentes rusos que Ucrania había utilizado durante semanas para deslegitimar a los manifestantes y a las figuras políticas y militares emergentes en aquel momento, miles de personas mostraban sus pasaportes ucranianos mientras esperaban durante horas para ejercer ese voto que, en realidad, era de protesta. Leídas diez años después, las crónicas y artículos de la cobertura occidental de lo que desde entonces se conoce en Donetsk como Día de la República sorprenden por la relativa moderación. La prensa mostró aquellos días las diferentes opiniones que existían en esos momentos incluso entre quienes habían votado favorablemente, una inmensa mayoría de quienes acudieron a las urnas. La pregunta, lo suficientemente ambigua para no causar necesariamente una ruptura con Ucrania, pero también abierta al escenario de Crimea, provocaba la pregunta de la prensa, que encontraba diferentes respuestas ante la cuestión de qué significaba el voto positivo al “autogobierno” de la Repúblicas Populares. Adhesión a Rusia, independencia tanto de Rusia como de Ucrania y permanencia en Ucrania con mayor autonomía eran las tres opciones manifestadas por la población a la prensa, aún dispuesta a escuchar las opiniones de Donbass, algo que hace tiempo ha dejado de ocurrir. Las tres opciones mostraban el rechazo a la presente Ucrania y el camino tomado por el Gobierno nacido de Maidan y ninguna obtenía la comprensión de la prensa, que pese a su voluntad de escuchar, se implicaba abiertamente en la misión ucraniana de deslegitimar la votación.
“El ambiente festivo que se respiraba en los colegios electorales improvisados en algunas zonas desmentía las implicaciones potencialmente graves del acontecimiento”, escribía
CNBC alertando de la posibilidad de una ruptura que, en realidad, se había producido ya. Ucrania no solo había mostrado su voluntad de usar la fuerza, sino también de rechazar todo diálogo que buscara una solución negociada de acomodo de las regiones molestas con el golpe de estado de Kiev y las implicaciones políticas nacionalistas y centralistas que implicaba. “El referéndum fue celebrado por grupos armados que ocuparon edificios en todo el este de Ucrania en protesta contra el gobierno de Kiev, respaldado por Occidente. Estados Unidos, la Unión Europea y el gobierno ucraniano afirmaron que el referéndum era ilegal debido a la presencia generalizada de grupos armados y al fraude electoral”, añadía el artículo, que sintetizaba los argumentos que esos días se repetían en toda la prensa.
Representativo tanto por la extensión, como por el intento de detallar por qué el referéndum no había de ser tenido en cuenta y por su autora, vicepresidenta y editora jefe del medio, el texto de Daisy Sindelar en el propagandístico
RFL/RL, propiedad del Gobierno estadounidense, fue, sin duda, el más incisivo en términos de deslegitimación de la votación. Se detallaban en él todo tipo de irregularidades, reales o percibidas, que Ucrania deseaba imponer en el discurso en su objetivo de ignorar completamente la gran muestra de descontento político de un amplio sector de una región importante del país. Observado desde el momento actual, en el que la opinión de la población de Donbass es algo que ni Ucrania ni sus socios se plantean siquiera, sorprende esa alegación que el referéndum no cumplió con los estándares de la democracia liberal en lugar de negar los motivos del malestar o, como hiciera en aquel momento el Gobierno ucraniano, evitar percibir el malestar mostrado por la población.
Quizá sorprendida por la magnitud del acto político de protesta que, cuando menos, representaban las largas colas del referéndum, la
CNN trató de contrarrestar la percepción de rechazo a Ucrania que habían mostrado las imágenes con los datos de su encuesta. En ella incluía a la región de Járkov, donde el sentimiento proucraniano estaba mucho más presente, como han mostrado los acontecimientos de la última década. En Járkov no se consolidó, derrotada por la violencia del Estado, apoyado por el germen del batallón Azov, el movimiento anti-Maidan, ni tampoco el avance ruso de 2022. La caótica retirada de septiembre de 2022 tras las promesas realizadas a la población, que la dejó a merced de la voluntad de castigo de Ucrania a toda aquella persona que hubiera colaborado con las autoridades rusas, posiblemente haya hecho desaparecer cualquier sentimiento prorruso que perdurara en la región.
CNN encontraba que el 14% buscaban una alianza con la Unión Europea, el 37% con Rusia y el 49% prefería no aliarse con ninguno. El medio trataba de presentar los datos para mostrar que no había un sentimiento mayoritariamente prorruso en el este de Ucrania, aunque tenía que hacerlo a costa de admitir el escaso favor por la Unión Europea de la parte más industrial del país, consciente de que no había nada para ella en la UE.
En aquel momento, la prensa miraba con escepticismo, y en ocasiones incluso burla, las reivindicaciones de la población de Donbass y de los primeros representantes de la RPD y la RPL que se presentaban en las ruedas de prensa. La seriedad con la que se intentó deslegitimar a base de tecnicismos el referéndum del 11 de mayo indicaba que era obvia la existencia de un conflicto político y una brecha creciente entre Kiev, Donetsk y Lugansk, aunque no se daba credibilidad ni capacidad de aguante a personas como Denis Pushilin, quien es encargó, con Andrey Purgin a su derecha, de pedir a Rusia que tuviera en cuenta el resultado de la votación.
Ha pasado desde entonces una década, una guerra que dejó alrededor de 14.000 muertos y que ha sido borrada completamente del relato de lo que ocurre en estos momentos y Donetsk y Lugansk han llegado a este aniversario en medio de una batalla aún más dura y peligrosa. Sin embargo, han logrado también el objetivo de mantener las Repúblicas Populares lejos de Ucrania y ser absorbidas por la Federación Rusa. Hace diez años, Moscú reaccionó al referéndum del 11 de mayo asumiendo “que los resultados electorales serán tenidos en cuenta de forma civilizada con un diálogo entre Kiev, Donetsk y Lugansk”. Esas esperanzas serían tan falsas como las múltiples plegarias rusas por el cumplimento de los acuerdos de Minsk a lo largo de los siete años de proceso de paz.
Todo ha cambiado desde entonces, como puede observarse con la ausencia de grandes actos masivos para celebrar el Día de la República a los que Donetsk y Lugansk se habían acostumbrado en mayo. La necesidad de reafirmar la separación de Ucrania que existía en esos años ya ha desaparecido y, ante todo, cualquier acto masivo implica ahora un peligro adicional. “Esperamos ansiosos el momento en el que seremos capaces de ayudar nosotros a otras regiones rusas, hacer lo que es habitual en Donbass. Ese momento llegará”, afirmó ayer Denis Pushilin tras resaltar el gran esfuerzo en el que contribuyen todas las regiones rusas para reconstruir las infraestructuras de Donetsk, un esfuerzo visible en la construcción de vivienda, carreteras, ferrocarriles o tuberías para garantizar el suministro de agua.
“La base de nuestra economía, como antes, sigue siendo la metalurgia, producción de maquinaria, industrias químicas, el carbón, así como las industrias de construcción y materiales no metálicos”, insistió Pushilin, añadiendo también en potencial agrícola y la pesca en el mar de Azov en su intento de recuperar el potencial económico de Donbass y su capacidad de ser una región importante para Moscú como lo fuera durante todo el siglo XX. Las aspiraciones políticas se han cumplido, al menos parcialmente, pero las económicas siguen aún pendientes y Donetsk y Lugansk dependen ahora de Moscú también en este aspecto, no solo en materia de seguridad.
Sin embargo, es ahí donde Donbass encuentra todavía el principal escollo. Ayer, cuando se celebraban los actos de conmemoración del Día de la República, Ucrania utilizó sus sistemas de precisión HIMARS para atacar el restaurante Paradise, en el distrito Kirovsky del oeste de la capital de la RPD. Según la información preliminar, al menos tres personas murieron en el ataque, una demostración de fuerza de una Ucrania que sigue alegando sufrir escasez de proyectiles, pero que dispone de lo suficiente para bañar de sangre de civiles conmemoraciones de momentos políticos que le resultan inconvenientes.