Es francés. Tiene la gran nariz caricaturesca del francés y la envergadura del típico policía de las películas de Louis de Funes, aquel español bajito que emigró a Francia siendo un niño. Pero no es de piel blanca sino aún más tostada que la de un español de La Mancha. Siempre desde que lo conozco, y de esto hará ya quince años, he tenido la sensación de un origen argelino.
- Karim -le pregunté esta tarde sentados en la terraza con otra cerveza en la mano, ya solos y relevado del turno en el bar- ¿Tú naciste en Francia?
- Sí, Kufisto -respondió en su perfecto español no exento del característico acento francés. Y enseguida, sin doblez alguna por la impertinencia de la pregunta, me enseñó en su móvil el pequeño pueblo del sur francés en el que nació y en el que aún radica cuando se lo permiten los continuos viajes de su oficio- En ..., el pueblo de Molière, el escritor.
- ¡Vaya! -respondí. Y sin poderlo evitar, automáticamente, añadí la coletilla del "Enfermo imaginario", obra que leí hace tiempo y de la que apenas recuerdo nada, aunque esto no sea tanto culpa de Moliere como de mi incapacidad para zambullirme en algo que no sean cuentos o novelas.
De esa confesión saqué tela para expresar mi admiración por Francia, "su cultura, su revolución, sus mujeres...", esto último a cuenta de Sonia, mi último amor platónico, aquí me explayé, esa chica llena de gracia que algunos domingos aparece por el bar llevando del brazo con extrema delicadeza a su enferma madre francesa junto a su manchego padre, un hombretón del que ha heredado el fuerte carácter que sin duda tiene, no hay más que verla cuando de reojo la ves hablar con él ante la pasividad de la madre mientras andas tirando cañas, una mujer de larga enfermedad, tan larga que no recuerdo conocerla sana. Sonia debía ser una cría cuando empezaron a venir al bar.
Pero era verdad lo que le dije a Karim. Todo. Mi admiración por su cultura y todo lo demás. Él siempre anda hablando bien de España, de la gente, del ambiente, de la fiesta...En sus propia palabras, no ha conocido país en el mundo en el que se viva mejor que en España. Así, sin más. España.
¡Pero como! ¿Un francés hablando bien de España? Es decir, ¿el único francés que conoces hablando de España como el mejor país del mundo? ¿pero los franceses no nos odiaban, no eran taimados y rastreros, secos hasta la nausea, siempre mirándonos por encima del hombro y todo eso? Cuando él vino aquí no era nadie, menos que cero, un franchute de hez, y en cuatro días hizo amigos en nuestro bar y desde entonces.
La ingenua generosidad, por supuesto, ayudó a ello, pues Karim es hombre al que no le duele el bolsillo. Tan extremado era el asunto, tan a gusto se sentía con nosotros, que teníamos que pararle los pies a la hora de seguir pagando, por mucha pasta que manejara. Una cosa es ser español y otra ser un etniano.
Madrugadas de fiesta a puerta cerrada en el bar y amaneceres en garitos inmundos de los que al salir de ellos entre carcajadas no podíamos ni recordar donde habíamos aparcado los coches. Muchas veces llegamos a llorar de la risa mientras alguno de la cuadrilla, ya desesperado, decía no encontrar su puñetero coche a pesar de pasar ante él una y otra vez.
Karim era el mejor en ese estado. Tenía una increíble capacidad para procesar todo lo que le metíamos al cuerpo. Nunca decía nada de parar, de irnos a casa, nada de eso. Siempre había lugar para otra copa, para otro tiro. Tampoco se ponía nervioso cuando alguno mostraba signos de estar empezando a perder el norte. En esos casos siempre había uno de nosotros para soltar un par de cariñosas bofetadas con las que recuperar el equilibrio general. Y él, ahora lo recuerdo con una sonrisa, miraba todo eso como si no pudiera entenderlo.
Hace años que aquellas fiestas pasaron a mejor vida para mi. Más o menos desde que dejé de trabajar por las noches para dedicarme a las mañanas. Con todo, cada vez que Karim viene por La Mancha, siguen celebrándose esas orgías, aunque ya no conmigo entre sus numerarios.
Pero al día siguiente es el único que se pasa por el bar con el sólo deseo de saludarme antes de su marcha y echar unas cervezas conmigo. Su fortaleza sigue siendo tan descomunal como su bonhomía.
Nos despedimos tras acabar con la tercera ronda de cervezas en la terraza, la décima suya y la sexta mía.
- ¿Entonces no vienes con nosotros esta noche, Kufisto?
- No, Karim. Mañana tengo que levantarme pronto.
- Bueno, pues voy a echarme una siesta. La noche va a ser larga, jajaja...
Y sin ningún terqueo más por su parte se subió al coche de matrícula francesa que había pasado toda la noche anterior en la puerta