+18 España y sus naciones

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España y sus naciones


Joan Romero
Catedrático emérito en la Universitat de València y autor de España inacabada







11.04.2024


Si nos aproximarnos a la compleja realidad política e institucional española, deberíamos asumir que España es un Estado plurinacional que hasta ahora ha sido incapaz de entender y gestionar esa realidad. Y, de otra parte, que responde al modelo de Estado compuesto que no ha explorado todas las posibilidades que ofrece el Título VIII de la Constitución de 1978 sin necesidad de modificarla.

El resultado, a día de hoy, es que nos encontramos ante un conflicto político profundo, consecuencia de la confrontación entre nacionalismos, un modelo de gobernanza incompleto y disfuncional que dificulta la formulación de políticas públicas coherentes y un progresivo alejamiento de la Unión Europea si atendemos a los indicadores de PIB regional. En definitiva, ante un riesgo de bloqueo político e institucional como nunca antes hemos afrontado desde la aprobación de la Constitución de 1978 y un cierto ensimismamiento ante una realidad europea y global que no espera.

Parafraseando a Joseph Nye, asistimos a dos partidas simultáneas de ajedrez que se dirimen en tableros superpuestos: en el primero, tiene lugar el enfrentamiento entre nacionalismos, más la presencia de identidades regionales fuertes. En el segundo tiene lugar el despliegue de políticas propias de un Estado compuesto, con tres niveles de gobierno que son Estado, con parlamentos regionales con poderes legislativos, y con una distribución de competencias que, de hecho, no son propiamente exclusivas de ninguno de esos niveles, sino que obligan a la coordinación y cooperación entre ellos.

Mi hipótesis es que el actual atasco político, que condiciona de forma muy importante la gobernabilidad, se debe en gran medida al hecho de que la confrontación que tiene lugar en el primer tablero se proyecta sobre el segundo, hasta el punto de devaluar, desactivar o convertir en irrelevantes dispositivos institucionales fundamentales en un Estado con textura federal. Podría decirse que el artículo 2 de la Constitución de 1978 se proyecta sobre todo el Título VIII hasta el punto de condicionar profundamente la gobernabilidad.

Más allá de visiones esencialistas, de historias y geografías más o menos fabuladas y de referencias a “fechas de nacimiento” de las respectivas naciones, la nuestra es la historia del fracaso de las élites en la construcción de un Estado-nación a imagen de otros países de nuestro entorno. La realidad española no cabía en patrones como el francés, aunque se haya intentado incluso por la fuerza, y tampoco ha alcanzado el patrón de estados federales plurinacionales. Es una historia de desencuentros.

El único momento en el que puede hablarse de voluntad política de acuerdo es el que se inicia años antes de la aprobación de la Constitución de 1978 y que se prologa hasta mitad de los años noventa del siglo pasado. Los pactos de la Moncloa de 15 de octubre de 1977 y la restitución de la Generalitat de Catalunya el 23 de octubre del mismo año, serían el precedente del pacto político de 1978. Un pacto que, visto en perspectiva, puso el acento más en la construcción de un Estado de nueva planta que en la nación. Esto es, resolvió el desencuentro histórico, el debate inacabado de las reformas estatutarias de 1932 y el traumático paréntesis del franquismo (aunque, como diría Pi i Margall, siguió durmiendo el fuego bajo las cenizas con Galeuzca en el exilio), con un artículo 2 de la Constitución que posponía el debate sobre las naciones para centrase en la nueva organización territorial. Porque todos sabían de dónde querían salir, aunque persistiera el desacuerdo sobre la estación término a la que llegar y los caminos por los que transitar.

De ahí, que otro gran acierto, a mi juicio, del texto constitucional fuera el de dejarla voluntariamente abierta, inacabada. Prefigurando distintas vías para ir dando forma a una nueva organización territorial que, fruto de distintos pactos políticos, han ido configurando un modelo de Estado que con el mismo texto constitucional hoy podría ser muy distinto. De hecho, la idea inicial de desarrollo era distinta de la que finalmente se adoptó. El resultado es el de un Estado en el que se ha avanzado mucho en el plano del autogobierno y muy poco en el de gobierno compartido. Se ha ido dando forma a un Estado funcionalmente federal, pero sin cultura política federal.

Pero, como diría Monterroso, el artículo 2 todavía sigue ahí. Y la referencia a nación española, nacionalidades y regiones también. Juan Linz ya advirtió en 1973 que avanzar en el reconocimiento de la diversidad profunda a partir de la distinción conceptual entre Estado y naciones no sería tarea sencilla. Él afirmaba ya entonces que “para la mayoría de los españoles España es un Estado-nación, para importantes minorías España es su Estado, pero no su nación y por lo tanto no su Estado-nación. Puede que esas minorías que se identifican con una nación catalana o, especialmente vasca, sean pequeñas, pero demuestran el fracaso de España y sus elites a la hora de construir una nación, sea cual sea el éxito en la construcción del Estado”. Y ahí seguimos. Si acaso, cabría añadir ahora que, para una parte indeterminada de esas comunidades, España no solo no es su nación, sino que aspira a que tampoco sea su Estado. Sea como fuere, las naciones seguirán ahí. Los sentimientos de pertenencia no remitirán, y eludirlo, negarlo o combatirlo, de nada servirá. Si bien, la existencia de esas naciones no necesariamente ha de canalizarse por la vía de la secesión, sino que pueden encontrarse formas que contribuyan a acordar un tipo de Estado que les proporcione el «techo» del que hablaba Juan Linz, y así sea reconocido por una mayoría suficiente.

Desgraciadamente, hemos regresado a la estación de salida. Tal vez incluso con menos perspectivas de alcanzar acuerdos que hace medio siglo. Un recurso político y una sentencia política sobre el Estatuto de Catalunya en 2010 contribuyeron mucho a degradar el diálogo entre naciones. Pero el proceso es muy anterior y el desencuentro entre nacionalismos se agudiza desde mediada la década de los noventa. Debilitando no solo la cultura de la negociación y el pacto permanentes, que había sido elemento esencial hasta el momento, sino deteriorando el pilar fundamental del pacto político: la lealtad institucional. La discusión sobre el artículo 2 ocupa ahora casi todo el espacio y es argumento fundamental en la estrategia de polarización que ha desbordado el ámbito de la política para politizar gran parte de las instituciones del Estado. Y es el mayor obstáculo para la formulación de políticas que se ocupen de los problemas concretos de una ciudadanía atrapada en un presente continuo, afectada por la inseguridad y en gran parte por la pobreza en un contexto de creciente complejidad e incertidumbre.

Casi mediada la tercera década del siglo XXI, como afirma Núñez Seixas, idea que comparto, se mantiene un delicado equilibrio entre un nacionalismo español que no es hegemónico y unas naciones internas que tampoco lo son en sus respectivos territorios de referencia. Y resulta aventurado sugerir posibles escenarios. Porque la tentación recentralizadora o la obstrucción por la vía judicial de la existencia de esa diversidad profunda no son una opción; las soluciones asimétricas para reconocer determinadas identidades nacionales ya no son aceptables por actores políticos que han conformado identidades regionales fuertes y que quieren ocupar el lugar que les corresponde, sin privilegios, pero sin agravios; la vía de la secesión o la tentación confederalizante no parece que sean fácilmente transitables.

Esta es nuestra ecuación histórica ahora. Más compleja que en 1978. Unos consideran excesivo el actual desarrollo del Estado Autonómico, y otros hace mucho tiempo que ya no están ahí y apuestan por el reconocimiento de un “estatus” diferente.

Queda muy poco espacio para el acuerdo entre las distintas visiones de las Españas. Pero, aunque sean acuerdos precarios, siempre será mejor opción que la quiebra de lealtad institucional, la ausencia de negociación y la confrontación permanente. Tal vez sea el momento de volver a revisitar el artículo 2 de la Constitución y explorar vías normalizadoras para este tiempo. Eso el tiempo lo dirá, aunque el actual contexto no lo permite. Nuestro desafío colectivo ahora debería empezar por definir, entender y asumir el momento histórico presente, recuperar la cultura del pacto y de los “consensos superpuestos”, en palabras de John Rawls, y mejorar la vida a una mayoría ciudadana que hoy asiste entre perpleja, irritada y desafecta al espectáculo de la crispación y la corrupción y que percibe la política como un problema. Combustible ideal para la abstención o para canalizar ese malestar difuso hacia posiciones extremas.

 

Covaleda

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El presunto conflicto es artificial, construido por unas élites cateto-periféricas por motivos puramente egoístas, basado en mentiras históricas graves y sustentado en continua manipulación y flujo multisentido de pasta e intereses.

Ya el propio Arzallus creo que fue, en su día reconocía que "Esto, sin ETA, es España en una semana".

Que engañen a quien se deje o a quien viva de ello, que no son pocos.

Y se avisa, ningún Sistema Político es eterno. Antes o después habrá baile o habrá lo que que sea, pero lo habrá. El humo se disipará y el país seguirá estando ahí, como siempre. Que ni lo duden.
 

klopec

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Más allá de visiones esencialistas, de historias y geografías más o menos fabuladas y de referencias a “fechas de nacimiento” de las respectivas naciones, la nuestra es la historia del fracaso de las élites en la construcción de un Estado-nación a imagen de otros países de nuestro entorno. La realidad española no cabía en patrones como el francés, aunque se haya intentado incluso por la fuerza, y tampoco ha alcanzado el patrón de estados federales plurinacionales. Es una historia de desencuentros.

En el año 1975 no existía ninguna tensión plurinacional, excepto algunos sectores muy minoritarios. Ni el pueblo pedía resucitar idiomas muertos ni el pueblo pedía la descomposición de España en 18 "nacioncitas" carísimas de mantener y que no aportaban al ciudadano más que sostener con sus impuestos unos nuevos niveles administrativos que sólo favorecián a la clase poco trabajadora que los sustentan.

Es la chapuza histórica de la Constitución del '78 la que pone las bases de la destrucción nacional.
 

skan

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Lo que no entienden los supremacistas indepes es que ni Cataluña ni País Vasco son naciones ni son homogéneas.
Son regiones diversas en las que gran parte de la población se siente española además de vasca o catalana.
Eso les joroba y quieren erradicar esa diversidad.
 

Xanna

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... Un recurso político y una sentencia política sobre el Estatuto de Catalunya en 2010 contribuyeron mucho a degradar el diálogo entre naciones. Pero el proceso es muy anterior y el desencuentro entre nacionalismos se agudiza desde mediada la década de los noventa...
Aznar, lo peor que le ha pasado a España desde Franco.
 

Howitzer

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Lleva razón.

España es ahora mismo un estado disfuncional fracturado territorial,social, moral y económicamente.

En 20 años será el país mas pobre de Europa con Bulgaria. Lo dice el FMi y el BCE.

Su futuro se decide en reuniones clandestinas en Suiza con prófugos de la justicia y un mediador salvadoreño.

El que no vea que esto esta acabado es que esta ciego.

Estado fallido de manual.
 

BGA

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El "problemillas" consiste en que el término nación moderno requiere de un estado. Si por nación se entiende la especificidad de una región con costumbres, lenguas y climas específicos, no hay ningún problema.

El problema es que mientras se disputa la antigüedad de la "nación española" se ofrecen todo tipo de argumentos para demostrar que todas las regiones españolas no solo fueron naciones en sentido étnico sino estatal, es decir, "naciones" independientes que alcanzaron un nirvana histórico que la nación española destruyó por su intolerancia.

Luego tenemos que la amalgama étnico-cultural que se ha formado en España con el concurso de todas las regiones y reinos no da para nación singular a pesar de que somos distintos del resto de naciones políticas incluso de Portugal y entonces es menester "redescubrir" lo específico de cada reino o región de manera que lo común sea percibido como un engrudo artificial impuesto.
 

Juan Palacios

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Tampoco es algo objetivo. Cada uno puede hacer su lista.
¿Y cuál sería la lista "buena" de naciones en España, aquella que deberíamos utilizar para definir el "modelo de estado" y sustituir al modelo actual basado en "la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, que reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas" (Artículo 2 de la Constitución Española de 1978). Porque no tendremos 40 millones de "listas de naciones" y "modelos de estado" por tanto, digo yo.
 

Xanna

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confederación de repúblicas ibéricas
la derecha monárquica / fuerista siempre ha entendido España como un chiringuito para enriquecerse mientras que la derecha nacionalista / fascista sigue sin entender el "ethos" plurinacional de España.

Con semejantes derechas, arreglados estamos :rolleyes:
 

Juan Palacios

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¿Quieres decir que España es un estado plurinacional formado por 5 naciones que son las del Reino de Castilla, el Reino de León, la Corona de Castilla, el Reino de Navarra y el Reino de Granada? No creo que muchos españoles piensen eso. Me quedo con el artículo 2 de la Constitución.