España no es país para jóvenes

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España no es país para jóvenes - Disidencia

Muchos nombres se han intentado dar a la nueva cultura global que se está forjando en la gente más joven a base de franquicias de productos con demasiado azúcar y series infinitas de Netflix en las que experimentar las vidas que no tenemos. Filtros perrunos de Snapchat, música con autotune de cantantes cuanto más oscuros mejor y viajes a Tailandia para poner la misma foto subida en un elefante maltratado en Instagram. Se busca y rebusca en las últimas letras del abecedario para definir a esa quinta, cuando en realidad existe ya una palabra perfecta -y en castellano- capaz de demarcarla: la generación del desarraigo.

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Y a España, tal y como siempre pasa con las tendencias venidas desde fuera, todo llega más tarde pero con más virulencia. De ser un pueblo orgulloso de su cultura y visión del mundo pasó a caer en la endofobia y el progresismo más ridículo. El que fuera un país extremadamente homogéneo en lo demográfico hizo de la multiculturalidad su bandera. Quien proyectaba su cultura y tendencias a Ultramar ha acabado aceptando con efusividad lo peor llegado de Norteamérica y de Sudamérica.

Hoy los jóvenes españoles han asumido como propios los usos, modos y costumbres americanos. Tendencias venidas de allá como el reggaeton y toda la estética que lo rodea, que hace apenas 10 años aún se consideraban por la mayoría como algo risible y de baja estofa, hoy son la subcultura hegemónica llegando al punto de que ningún tugurio de moda se atreva a poner otra cosa y que el PP saque una versión «latina» de su himno . Los mayores de 20 años lo han hecho por imitación y los menores por haber crecido bajo al influjo cultural sudamericanizante permanente que difunden los medios, que protegen y fomentan las instituciones y que hasta premian profesores.


La Huida

El español joven, sometido a un adoctrinamiento progre desde bien temprano que pretende convertirlo en un eunuco avergonzado de sí mismo y de sus instintos, queda en desventaja frente al tercermundista a quien no se le dirige la propaganda y cuya identidad (rasgos, música, ropa, modo de vida, origen…) es promocionada insistentemente. De esta forma el joven alien, sin castrar y lleno de la seguridad en sí mismo que le da el verse en esa posición, se impone y desplaza al español, así que más y más chicas de su edad -tal y como ha pasado durante tantas veces en la historia- deciden irse con el que consideran ganador y exitoso a la vez que marginan al perdedor. Esto es una realidad visible a pie de calle: un número cada vez mayor de parejas mixtas de alien y española, y de chicas que admiten abiertamente que solo les gustan neցros o marrones.

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La primera reacción de la gente joven al percibir esto es tratar de copiar y adaptarse a la identidad alien y su consiguiente ola de decadencia festivo-pachanguera y globalista, algo que la mayoría hace sin ni siquiera ser conscientes de ello. Es la moda, y las modas se siguen. Imitar su estética, escuchar música protagonizada por tercermundistas y tratar de hacer amistad y entrar en sus círculos, lo que se podría calificar como wiggerismo o en su faceta española, hispanchismo, creyendo que así podrán tener un lugar y recuperar el protagonismo perdido. La realidad es bien distinta: actuando de esta forma automáticamente se ponen en situación de inferioridad, son una simple copia y ellas siempre preferirán el original a la imitación. Ni qué decir que los propios aliens desprecian este tipo de actitud y de personas, y como diría Clint Eastwood en Gran Torino, no les podemos culpar por ello. Ver a un celtíbero que viste como 50 Cent y dice palabras como «pana» o «habibi» mientras escucha a Bad Bunny es una escena ciertamente bufonesca.

Así, los jóvenes desplazados se van poco a poco retirando de todos los espacios que antes ocupaban. Las calles, parques, discotecas e incluso algunos gimnasios pasan a ser territorio alien. Allá crean sus propios espacios, en los que se juntan para entrenar, traficar, beber, fumar o escuchar su música, siempre con su corrillo de amaaliens españolas. Los españoles instintivamente se saben no bienvenidos, no se encuentran cómodos, y pueden ser recibidos con hostilidad. Incluso si algunos consiguen entrar en estos grupos les toca resignarse a ser los eternos secundones. Esto es algo fácilmente observable, especialmente en el mundo de la noche: cada vez se ven menos jóvenes españoles. En cambio, las españolas siguen saliendo como a su ídola Bad Gyal.

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El agujero del Topo

Desterrado del mundo exterior, ya sea porque pese a tratar parte del mismo no ha conseguido sacar de él lo que quería o porque se siente alienado de la cultura dominante, el joven español se refugia en un mundo irreal que las grandes corporaciones van perfeccionando cada año. Plataformas como Netflix proporcionan un número tendente al infinito de series que hagan al espectador sentirse parte de vivencias que otros están viviendo por él, al igual que ocurre con los videojuegos como el Fortnite. El prono, de mayor calidad gráfica, degradación y variedad que nunca, le da la posibilidad de sentir que ama en una triste mezcla de píxeles y luz azul mientras otros lo hacen. Y ahora siempre hay algún partido de fútbol que ver, otra vez para seguir y vitorear las hazañas de otros. Vive en tercera persona.

Las bebidas enérgeticas sirven para mantenerle despierto cuando el chute de insulina provocado por los carbohidratos de la comida sarama le da somnolencia. Por el exceso de cafeína le costará dormir, pero no importa, no tiene que trabajar al día siguiente. La barriga le aumenta, piensa en que quizás debería apuntarse al gimnasio, pero desiste al convencerse de que ni con ésas conseguiría pillar. Y es que ya han caído varias «cinco contra uno» viendo otro video de su pornstar favorita en Blacked, así que su testosterona está por los suelos.

La realidad virtual no le da la satisfacción que necesita. Trata de apaciguar la ansiedad que le causa su vacío vital con los porros. Su escaso dinero -o más bien el de sus padres- va para su camello de confianza, un vecino alien de un piso tutelado del Ayuntamiento que tiene todo un harén de comebolsas (entre ellas sospecha que su hermana pequeña), mientras él vegeta en el sofá aturdido por el THC.

El Niño Rata era el prototipo de la generación joven, hoy es el Niño Topo. Hace unos años era aun posible ver mucha gente haciendo lo posible para conocer chicas o ponerse fuerte en el gimnasio. Las ratas, aunque relegadas a las zonas sombrías y ciertas horas del día, al menos siguen saliendo y tímidamente haciendo vida en el mundo exterior. Los topos en cambio tienen su propio mundo de galerías subterráneas, donde no hay luz (como resultado de esto la evolución los ha vuelto ciegos) y son muy frágiles cuando salen.

El joven español cada vez más hace vida de topo. Su pérdida de contacto con las calles le vuelve ciego a las dinámicas y cambios sociales que se están dando. Sigue aferrando a su visión progresista del mundo y sus vicios globalistas, sin ser consciente de que su situación es consecuencia de ello. Si tiene inclinaciones políticas, seguirá insultando y discutiendo (por internet) con «los Muy de derechas» y pensando que los culpables de sus males son Franco, la Iglesia y Trump. Si no las tiene, caerá en el nihilismo y el hedonismo sin más. Se siente débil cuando sale fuera de su (infra)mundo, y anda cabizbajo y compungido, especialmente cuando se acerca algún grupo de aliens.

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Instagram, amaalienismo y feminismo selectivo (#Habersimemuero)

La propaganda y legislación feminista en España es de las más agresivas del mundo. Se puede ver en colegios, institutos, medios, películas, bares y en la calle. Al contrario que en otros lugares donde queda relegado a facultades de ciertas universidades, aquí es algo tan extendido que alcanza a todas las franjas de edad, clase social y nivel educativo en mayor o menor grado. Por mucho que haya quien insista en lo contrario, eventos como los akelarres del 8 de Marzo o el caso Manada tuvieron un efecto colectivo en la psique femenina. Es innegable que hoy en día el feminismo no es solo algo de «cuatro locas y obesas», y que la histeria colectiva acaba afectando a todas.

Su objetivo está claro, y no es otro que el hombre español heterosexual.

Muchas de las chicas que se declaran feministas, siempre prestas a saltar a la mínima que detecten un comportamiento que identifiquen como machista en un español, salen a bailar reggaeton y mojan ropa interior cuando un alien les suelta un aspaviento. Solo es acoso y machismo si viene de un blanco. No es casualidad que dentro de su edificio ideológico se combine el feminismo con la defensa del islam y de la llegada de pagapensiones de África. Tampoco es extraño que mujeres empoderadas y feministas acaben con un velo que les tape los jovenlandesatones de los golpes y criando cuatro Mohameds. Mientras las élites persiguen y censuran todo comportamiento masculino por parte de un hombre blanco, hacen exactamente lo contrario cuando se trata de tercermundistas. Toda la parafernalia propagandística audiovisual va encaminada a realzar su masculinidad.

Por otra parte, las redes sociales (en especial Instagram) han distorsionado la percepción de la realidad y la atención de las jóvenes españolas. De la misma forma que el prono hace lo propio en el cerebro masculino, el goteo de likes, stories y seguidores hace que estén más pendientes de la pantalla de su smartphone -y de los posibles pretendientes, incluyendo famosos del mundo del entretenimiento o del deporte- que de su entorno inmediato. Un fenómeno global y globalista, que en España ha tenido incluso más pegada que en otras partes por la altísima adicción al smartphone entre la población más joven.

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