El porque de nuestra Fe [T.SERIO]

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Consagramos este hilo al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María.

Índice
1. Introducción
• Antes de responder
• Antes de seguir, ¿existe la verdad?

2. Vías de acceso al conocimiento de Dios
- I. Dios
- II. Catecismo de la Summa
- III. La Quinque viae
3. Objeciones contra la existencia de Dios
- 3.1 Presentación de la objeciones
- 3.2 Refutación de las objeciones
4. El ateísmo
• Causas del ateísmo
• Consecuencias del ateísmo
5. Exposición del símbolo de los apóstoles (Santo Tomas de Aquino)
• Prólogo
• Artículo 1
6. Vídeos







1. Introducción
Antes de responder o de leer, conviene aclarar unos puntos:
• Para la historia de la Iglesia, ya abriremos otro hilo.
• Es un tema serio, por lo tanto los insultos, descalificaciones y menosprecios de cualquier tipo serán íntegramente ignorados.
• El post debe de leerse como un todo, y también incluye la visualización de los vídeos. No es posible entender el post por partes, sino como un todo.
• Es conveniente pues, que se busque toda la verdad que pueda haber en los escritos, sin permitir algún prejuicio que inhiba el intelecto.

Antes de seguir, ¿existe la verdad?
En este mundo pos-moderno, el relativismo imperante nos puede hacer dudar de si existe la verdad, o bien, si ya hemos sido devorados por el monstruo relativista, afirmamos que no existe la verdad. Por lo que es necesario demostrar que sí existe, bajo un sencillo argumento:

Es evidente que existe la verdad, pues el que niega que la verdad existe, conoce que existe la verdad. Si, pues, la verdad no existe, es verdad que la verdad no existe.

(Santo Tomas de Aquino, siglo XIII)



2. Vías de acceso al conocimiento de Dios
La Iglesia Católica, en el catecismo, indica casi al inicio los puntos referentes a Dios y al acceso del hombre al mismo. Nosotros creemos y confirmamos las palabras del Catecismo, y por ello, luego de la exposición de los puntos, pasaremos a dar Razones de nuestra esperanza (I Pedro 3, 15)

Ciertamente, no esperamos demostrar la existencia de Dios bajo el método científico, pero si dar preámbulos de la fe, para demostrar que nuestra creencia no es irracional, sino por contra, totalmente razonable.

Catecismo de la Iglesia Católica (CIC)
31 Creado a imagen de Dios, llamado a conocer y amar a Dios, el hombre que busca a Dios descubre ciertas "vías" para acceder al conocimiento de Dios. Se las llama también "pruebas de la existencia de Dios", no en el sentido de las pruebas propias de las ciencias naturales, sino en el sentido de "argumentos convergentes y convincentes" que permiten llegar a verdaderas certezas.

Estas "vías" para acercarse a Dios tienen como punto de partida la creación: el mundo material y la persona humana.

32 El mundo: A partir del movimiento y del devenir, de la contingencia, del orden y de la belleza del mundo se puede conocer a Dios como origen y fin del universo.

San Pablo afirma refiriéndose a los paganos: "Lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad" (Rm 1,19-20; cf. Hch 14,15.17; 17,27-28; Sb 13,1-9).

Y san Agustín: "Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del cielo [...] interroga a todas estas realidades. Todas te responde: Ve, nosotras somos bellas. Su belleza es su proclamación (confessio). Estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza (Pulcher), no sujeta a cambio?" (Sermo 241, 2: PL 38, 1134).

33 El hombre: Con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien jovenlandesal, con su libertad y la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios. En todo esto se perciben signos de su alma espiritual. La "semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia" (GS 18,1; cf. 14,2), su alma, no puede tener origen más que en Dios.

34 El mundo y el hombre atestiguan que no tienen en ellos mismos ni su primer principio ni su fin último, sino que participan de Aquel que es el Ser en sí, sin origen y sin fin. Así, por estas diversas "vías", el hombre puede acceder al conocimiento de la existencia de una realidad que es la causa primera y el fin último de todo, "y que todos llaman Dios" (San Tomás de Aquino, S.Th. 1, q. 2 a. 3, c.).

35 Las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer la existencia de un Dios personal. Pero para que el hombre pueda entrar en la intimidad de Él ha querido revelarse al hombre y darle la gracia de poder acoger en la fe esa revelación. Sin embargo, las pruebas de la existencia de Dios pueden disponer a la fe y ayudar a ver que la fe no se opone a la razón humana.








I. DIOS
La Iglesia nos enseña que Dios es el Ser Supremo, Espíritu infinitamente perfecto, creador y conservador del Universo. Dice, además, que este Dios existe en verdad desde toda eternidad. El manifiesta e impone a los hombres su voluntad que tienen que cumplir. Él decidirá su suerte eterna. Esta doctrina de la Iglesia no puede dejar indiferente a nadie que comprende la importancia de la existencia de Dios para su vida. Pero no solamente la fe la afirma. Si, frente a consecuencias tan decisivas que se derivan de la fe en Dios, preguntamos a nuestra razón: ¿Qué dice al respecto? su respuesta coincide con la de la fe: Dios existe en verdad.


I.I PRUEBAS DE LA EXlSTENCIA DE DIOS

1) Nuestro modo de argumentar.
– Hay 3 caminos para llegar a comprobar la existencia de una cosa.
a) Por propia experiencia. Así nos convencemos de la existencia de nosotros mismos y de los demás hombres que tratamos.

b) Por el principio de causalidad. Este principio dice que todo lo que empieza a existir, debe tener una causa proporcionada. La razón es obvia pues nadie da lo que no tiene. Una cosa que no tiene existencia no puede dársela a sí misma. Debe existir otra que le da la existencia. Así al percibir el humo estamos seguros de la existencia del fuego. Al ver un reloj sabemos que existe un relojero que lo hizo. Luego, por medio del principio de causalidad, podemos inferir con toda seguridad la existencia de una cosa desconocida por ser la causa de otra ya conocida.

c) Por el testimonio de otros. De ese modo conocemos los: hechos históricos que no hemos presenciado y los lugares geográficos que no hemos visto.

Ahora bien, para probar la existencia de Dios no es posible el primer camino. Siendo Dios Espíritu, no podemos verlo. Es inasequible a nuestros sentidos.
El segundo camino es el camino propio de la Apologética. Todo el Universo manifiesta claramente que es obra de una causa suprema.
El tercer camino es el de la fe.

2) División de los argumentos.
– Como punto de partida de nuestros argumentos tomamos el mundo, es decir, la totalidad de los seres que nos rodean. Este mundo se nos presenta bajo un doble aspecto: el mundo material alrededor de nosotros, y el mundo espiritual dentro de nuestra alma, suministrándonos así dos clases de argumentos:

A) Los Argumentos Cosmológicos.– Los sacamos del mundo material que en griego se llama Cosmos.

B) Los Argumentos Psicológicos.– Les tomamos del mundo interior espiritual de nuestra alma. Alma significa en griego Psiqué.


A.– LOS ARGUMENTOS COSMOLÓGICOS

1. Argumento: Por el origen de la vida. En nuestra tierra hay seres vivientes, plantas, animales y el hombre. Pero está científicamente probado que, en una época determinada, esta vida ha empezado a existir. Luego, según el principio de causalidad, ha tenido una causa. Esta causa no pudo ser un germen venido de otro astro. Porque todos los astros pasaron por el mismo estado de incandescencia que nuestra tierra. Además, el frío interplanetario habría destruido cualquier germen que habría podido llegar a esta tierra. Esta causa tampoco podía ser la llamada generación espontánea, o sea el desarrollo de la vida en la materia inorgánica. Esta posibilidad la descartan la ciencia y la razón. La ciencia moderna, especialmente después de los famosos experimentos de Pasteur, universalmente reconocidos, declara imposible el origen de la vida por medio del desarrollo de la materia inorgánica. La razón, basándose en el principio de causalidad, dice que la vida, por tener perfecciones superiores a la materia inorgánica, no puede tener esta materia como causa proporcionada. Por eso no cabe más que admitir una causa fuera de la tierra que produjo la vida. Este Ser tan poderoso que causó la vida en la tierra lo llamamos Dios.

2. Argumento: Por el movimiento en el mundo. Observamos en el Universo un múltiple movimiento. Se mueven los astros, los mares, los vientos y muchísimos otros seres. Pero donde hay movimiento, allí debe haber un ser que sea la causa del movimiento. Según el principio de causalidad, un ser inmóvil no puede darse el movimiento que no tiene. Todo lo que se mueve requiere un . El árbol se mueve por el viento, el viento por los efectos del calor solar, el calor solar se debe a los movimientos de las moléculas del sol, etc. Ahora bien. En este ejemplo se ve claramente que los seres citados dependen en sus movimientos uno de otro. Son causas intermedias que mueven a otro, pero que no tienen la fuerza de mover por sí mismos. Claro está que debía haber una causa que dio el primer movimiento y que, por su parte, no necesitaba otra causa para mover. Debe mover por sí misma, sin ser movida. Una cadena no se puede colgar sin fijar el primer anillo; si uno quisiera aumentar el número de los anillos indefinidamente, siempre se necesitaría que uno de los anillos estuviera fijo. Si no, caería toda la cadena. Así debemos decir, que para explicar el movimiento en el Universo no basta admitir una serie indefinida de causas intermedias. Debe haber una causa primera, tan absoluta y perfecta que ya no necesite otra causa para mover, sino que mueve a las otras cosas por sí misma. Este Ser, que es la causa primera y absoluta de todos los movimientos, lo llamamos Dios.

3. Argumento: Por el Orden y Finalidad en el mundo. En el mundo hay un orden y una finalidad admirables. Pero siendo así que la única causa proporcionada para tal orden y finalidad es un ser espiritual y omnipotente: Luego debe existir tal ser espiritual, que llamamos Dios. Explicando brevemente estas proposiciones vemos que: En el mundo hay orden y finalidad. Los astros recorren sus órbitas con precisión matemática. Las plantas y los animales se desarrollan según normas admirablemente sabias. Todos los inventos de la tan celebrada técnica moderna no son sino débiles imitaciones de las maravillas de la Naturaleza. Hasta podemos afirmar que todas las ciencias naturales: astronomía, física, química, botánica, biología no son otra cosa que el afán humano de conocer las leyes misteriosas y la maravillosa tendencia de los seres, para conservar su existencia y garantizar la propagación de la especie. Basta pensar en el cuerpo humano y sus órganos. La única causa proporcionada para eso es la existencia de un ser espiritual sumamente poderoso e inteligente.

La razón es obvia. Porque ordenar significa distribuir las cosas según un plan premeditado. Finalidad o tendencia hacia un fin significa la aplicación de medios adecuados para la realización de un objeto ideado. P. ej., los órganos en las plantas y en los animales son medios para la conservación del individuo o para la generación de otros de la misma especie. Tal orden y finalidad supone un ser espiritual, porque premeditar un plan (orden) e idear un objeto y buscar y aplicar los medios (finalidad) son actos cognoscitivos y por eso inmateriales, propios de un ser espiritual. Tomando ahora en cuenta la estupenda grandiosidad del orden y finalidad del mundo, cuya realización supone una fuerza fantástica, debemos concluir: El orden y finalidad del mundo suponen como causa un ser espiritual sumamente poderoso e inteligente. Este Ser espiritual lo llamamos Dios.


B. LOS ARGUMENTOS PSICOLÓGICOS

En el alma humana encontramos:
1) Una ley absoluta de obrar el bien.
2) Una exigencia absoluta de que triunfe el bien.
3) Un anhelo absoluto de poseer el bien. Según eso se nos presentan 3 pruebas de la existencia de Dios.

1. Argumento: Por la ley de la conciencia. El hombre, desde que su razón despierta, siente en su alma la ley absoluta de obrar el bien y evitar el mal. Esta exigencia no se manifiesta como consejo o de vez en cuando. Se presenta como obligación absoluta, como deber que siempre ha de cumplirse. No hay ley sin legislador. El legislador, en el caso de la ley de la conciencia, no puede ser el hombre mismo, que haya dado tal ley. La encuentra ya en sí en cuanto despierta la razón. Ni puede ser el pedagogo el legislador, pues, también los salvajes y los niños totalmente abandonados y sin educación, todos conocen esa voz misteriosa de la ley en su interior. Además, si fuera ley de los hombres, no podría imponerse con esa fuerza absoluta e inalterable. Luego debemos admitir: Esa ley viene de un legislador supremo, que la imprimió en la misma naturaleza humana. A ese Legislador Supremo lo llamamos Dios.

2. Argumento: Por la exigencia de una justicia perfecta. En el alma humana hay la exigencia absoluta de que triunfe el bien, de que se haga justicia perfecta. Se rebela contra la idea de que el mal triunfe sobre el bien; reclama justicia. Pero se sabe que en esta tierra y en esta vida en raros casos se alcanza justicia perfecta. Cuántos buenos sufren, mientras tantos malhechores pasan la vida gozando y triunfando. Por eso debe haber un juez supremo y justísimo, que conozca toda la bondad y toda la malicia de los actos, y tenga a la vez el poder de hacer justicia perfecta. Sólo él pudo imprimir en nuestra alma esta misma exigencia absoluta. A ese Juez Supremo lo llamamos Dios.

3. Argumento: Por el anhelo absoluto de felicidad perfecta.
Todo ser humano siente en lo más hondo de su alma el anhelo y deseo de una felicidad perfecta. Y ningún grado de felicidad le deja contento, siempre quiere más, anhelando el bien perfecto. Tampoco puede contentarse con poseerlo por un lapso de tiempo, lo quiere para siempre. Pero nadie niega que tal felicidad perfecta no se alcanza jamás en esta tierra y durante esta vida. Por eso nos queda la alternativa siguiente: O nuestra naturaleza humana, – este milagro de poder y sabiduría – se reduce a mera falsedad y engaño, o existe un ser que nos imprimió ese anhelo y quiere cumplirlo perfectamente después de esta vida, dando a los hombres que así lo merecen, el sumo bien por toda la eternidad. Claro está, no cabe más que admitir esta segunda parte de la alternativa: Existe tal Ser Perfecto y Eterno para satisfacer el anhelo humano de felicidad. A ese Ser lo llamamos Dios.

A esos tres argumentos los podemos proponer también juntos del modo siguiente:
El hombre alcanza su destino y perfección naturales únicamente mediante el perfecto cumplimiento:
1) De la ley absoluta de obrar el bien.
2) De la exigencia absoluta de que triunfe el bien.
3) Del anhelo absoluto de poseer el bien. De otra manera habría que admitir la conclusión absurda de que la naturaleza no tendría sentido y sería falsa. No queda, pues, otra solución para el hombre sensato que admitir la existencia de un Ser, capaz de llevar la naturaleza humana a su cumplimiento natural. Este Ser lo llamamos Dios.








I.II Catecismo de la Suma
1. ¿Hay Dios?
R. Sí señor (II).

2. ¿Por qué lo decís?
R. Porque si no lo hubiese, no podría existir cosa alguna (II, 3).

3. ¿Cómo lo demostraríais?
R. Mediante el siguiente raciocinio: Lo que necesariamente ha de recibir de Dios el ser no existiría, si Dios no existiese. Es así que nada puede ser, excepto el mismo Dios, si no recibe de El la existencia. Luego si no hubiese Dios, no podría existir cosa alguna.

4. ¿Y cómo demostraríais que ninguna cosa puede existir, excepto el mismo Dios, si no recibe de El la existencia?

R. Desarrollando el mismo raciocinio: Lo que existe y puede no existir, depende, en último análisis, de algo que existe necesariamente, y a este algo llamamos Dios. Es así que nada de lo que existe, excepto Dios, existe por sí mismo, esto es, en virtud de exigencia forzosa de su naturaleza. Luego necesariamente ha de recibir de Dios la existencia.

5. ¿Por qué decís que nada de lo que existe, excepto Dios, existe por sí mismo?
R. Porque ningún ser que necesita algo, existe en virtud de exigencias de su naturaleza. Es así que todos los seres excepto Dios, necesitan de alguna cosa. Luego ninguno puede existir por sí mismo.

6. ¿Por qué los seres que necesitan de algo no pueden existir por sí mismos?
R. Porque lo que existe por sí mismo, ni depende, ni puede depender de nada ni de nadie; y el que forzosamente necesita de alguna cosa o persona, de esa cosa o persona depende.

7. ¿Y por qué el ser que existe por sí mismo no depende ni puede depender de nada ni de nadie?
R. Porque en el hecho de existir per se va incluida la posesión actual de todas las perfecciones, por virtualidad de su naturaleza y con absoluta independencia: no puede, por tanto, recibir cosa alguna de afuera.

8. Por tanto, la existencia de los seres contingentes, ¿es prueba evidente de la existencia de Dios?
R. Sí lo es.

9. ¿Qué hacen, en consecuencia, los que la niegan?
R. Sostener la verdad de esta proposición: El ser que todo lo necesita, de nada tiene necesidad.

10. Pero eso es contradictorio.
R. Evidentemente: como que es imposible negar la existencia de Dios sin contradecirse.

11. ¿Es, por tanto, una locura negar la existencia de Dios?
R. De verdadera locura puede calificarse.




I.III La Quinque viae

Aquí se hará un desarrollo por la razón natural para demostrar la existencia de Dios. Se recomienda leer con tranquilidad y paciencia, releyendo varias veces si fuera necesario.

II. I Teología natural
La filosofía es el conocimiento de todas las cosas por sus causas últimas, adquirido mediante la razón. Todos los aspectos de la realidad pueden ser objeto de estudio filosófico, ya que de todos ellos pueden buscarse las explicaciones más profundas y radicales, aplicando el razonamiento a los datos proporcionados por la experiencia. En cambio cada una de las ciencias particulares estudia un aspecto concreto de la realidad, dejando fuera de su consideración los demás, y se limita a la búsqueda de explicaciones dentro de ámbitos restringidos.

La metafísica es la filosofía entendida en su sentido más estricto, ya que estudia la realidad buscando sus causas últimas de modo absoluto; se pregunta por lo más íntimo de toda la realidad, o sea, por su ser, estudiando cuáles son las causas que explican en último término el ser y los diversos modos de ser de los entes.

Es necesario distinguir entre el enfoque metafísico, que es común con las demás disciplinas filosóficas (cosmología, antropología, ética, lógica, etc.), y los temas propios de la metafísica. El enfoque metafísico consiste en el estudio de la realidad a la luz de sus causas últimas. Los temas propios de la metafísica abarcan las realidades que no dependen en su ser de la materia. Las partes de la metafísica son las siguientes:
• La ontología, que se ocupa del ser en cuanto ser y de los modos y estructuras de los entes;
• La gnoseología, que estudia el alcance del mismo conocimiento metafísico y su relación con el ser;
• La teología natural, que es la parte más elevada de la metafísica.

La teología natural es la ciencia que estudia a Dios como Ser Absoluto y Causa Primera de los entes en cuanto es accesible a la razón natural. Se distingue de la teología sobrenatural, que parte de la revelación divina sobrenatural.

A partir del ser de los entes limitados la razón humana puede llegar al conocimiento de la existencia de Dios, de algunos de sus atributos y algunas de sus relaciones con el mundo y el hombre. Desde Leibnitz la teología natural se llama también “teodicea", nombre mal escogido que etimológicamente significa “justificación de Dios".

Esta breve introducción a la teología natural está basada principalmente en Mariano Artigas,Introducción a la Filosofía, pp. 15-59; también he consultado a Jacques Maritain, Introducción a la Filosofía, pp. 81-89, 222-226 (véase el n. 16 - Bibliografía consultada).

II.II La existencia de Dios no es evidente

Para este numeral, cf. Tomás de Aquino, Suma Teológica 1, 2, 1.

Un juicio es evidente (per se notum) si es necesariamente verdadero en todo mundo posible (juicioper se) y si además podemos comprender su verdad con sólo comprender sus términos, sin necesidad de demostración. Esto ocurre por ejemplo si la esencia del predicado está comprendida en la esencia del sujeto y si además comprendemos inmediatamente las esencias del sujeto y del predicado.

La proposición “Dios existe” es un juicio per se porque la existencia de Dios coincide con su esencia. Sin embargo dicha proposición no es evidente (per se notum), porque no conocemos la esencia de Dios. Esto se prueba sencillamente por la existencia de personas cuerdas que son ateas. Por lo tanto necesitamos demostrar la existencia de Dios.

No obstante lo expresado hasta aquí, existe en todo hombre un conocimiento implícito de la existencia de Dios: todo hombre conoce la existencia de la verdad y Dios mismo es la Verdad; además, todo hombre conoce la existencia del bien y Dios mismo es el Bien.

Sin embargo, este modo de conocimiento es muy diferente del conocimiento explícito. Es posible que un hombre no reconozca a Dios como Verdad Primordial y Sumo Bien.

A la doctrina de la necesidad de una demostración de la existencia de Dios se opone el ontologismo, cuyo representante principal fue Malebranche (1638-1715). Según Malebranche, la inteligencia del hombre ve a Dios mismo y ve en Él todas las ideas de las cosas finitas que conoce.

Contrariamente a lo sostenido por el ontologismo, en nuestra condición presente debemos elaborar una idea de Dios a partir de la experiencia. Esto es posible porque existe en el hombre una luz natural distinta de la luz increada, de la que es una participación. “Disminuir la perfección de las criaturas es disminuir la perfección del poder divino” (Tomás de Aquino, Suma Contra Gentiles, 3, 69).

II.III La existencia de Dios es demostrable

Para este numeral, cf. Tomás de Aquino, Suma Teológica 1, 2, 2.

Demostrar una proposición es establecer su verdad a partir de premisas ya conocidas.

Existen al menos dos clases de demostraciones: las demostraciones a priori proceden del conocimiento de la causa al conocimiento del efecto; en cambio, las demostraciones a posteriori proceden del conocimiento del efecto al conocimiento de la causa.

Puesto que Dios es el Ser incausado, es imposible demostrar a priori su existencia. En cambio es posible demostrarla a posteriori, puesto que conocemos por experiencia los efectos de la obra creadora de Dios y podemos remontarnos racionalmente de estos efectos a su Causa Primera. Esto es así a pesar de que no conocemos positivamente la esencia divina, puesto que, como se verá luego, la podemos conocer analógicamente a partir de sus efectos. Dado que dichos efectos son finitos y Dios es infinito, no podemos alcanzar así un conocimiento perfecto de Dios, pero sí demostrar su existencia.

La verdad de la existencia de Dios no es propiamente un artículo de fe, sino un preámbulo de la fe, que puede ser conocido por la razón natural. La fe presupone el conocimiento natural y lo perfecciona. No obstante, un ser humano particular puede conocer esta verdad sólo por la fe (y por el conocimiento no reflejo).

A esta doctrina de la posibilidad de una demostración de la existencia de Dios se opone la corriente filosófica denominada “agnosticismo", cuyo representante principal fue Immanuel Kant (1724-1804). Según Kant, el principio de causalidad es una forma de la razón pura que está destinada a unificar la experiencia posible y no puede ser aplicada legítimamente fuera de esta experiencia, por lo que este principio no nos permitiría llegar a Dios. Kant considera la existencia de Dios como un postulado de la razón práctica. Esta posición kantiana depende de su gnoseología y debe ser refutada en este terreno. O bien la razón sólo puede conocer el “fenómeno” (la “cosa en mí"), no el “noúmeno” (la “cosa en sí"), y entonces no puede conocer la verdad de lo real y debería caer del idealismo al escepticismo; o bien la inteligencia es capaz de conocer la verdad absoluta de lo real en todo el campo del ser (la tesis realista). La crítica kantiana contiene además otros elementos que serán considerados oportunamente (cf. numeral 11).


II.IV El argumento ontológico y su refutación

Además de las demostraciones a priori y a posteriori, existen las demostraciones a simultaneo, que relacionan aspectos ontológicamente simultáneos de una misma realidad.

La demostración a simultaneo llamada por Kant “prueba ontológica” establece una identificación lógica entre la esencia y la existencia de Dios y a partir de allí afirma la existencia de Dios. Este argumento fue planteado primeramente por San Anselmo de Canterbury (1033-1109) en el Proslogion y fue defendido posteriormente por San Buenaventura, Descartes, Leibnitz y Hegel, entre otros. Por otra parte, el mismo argumento fue refutado por Santo Tomás de Aquino (Suma Teológica 1, 2, 1) y por Kant.

San Anselmo razona de la siguiente manera: Dios es el ser tal que nada mayor puede ser concebido. El ser tal que nada mayor puede ser concebido no puede existir sólo en la inteligencia, puesto que en este caso podría pensarse en otro ser que existiera también en la realidad y entonces este segundo ser sería mayor que el primero. Por lo tanto el ser tal que nada mayor puede ser concebido existe en la inteligencia y en la realidad.

Santo Tomás refuta este argumento de la siguiente manera: incluso suponiendo que al pensar en Dios el hombre entiende que la palabra “Dios” se refiere al ser tal que nada mayor puede ser concebido, no se sigue necesariamente de ello que piense que este ser existe realmente, sino sólo mentalmente. Argüir que este ser debe existir también realmente es una petición de principio (es decir, supone lo que habría que demostrar).

El argumento ontológico realiza un paso ilegítimo del orden lógico al orden ontológico, es decir de la existencia mental de Dios a su existencia real. A partir de la idea de la esencia de Dios sólo puede llegarse a la idea de la existencia de Dios, no a su existencia misma. Para llegar al ser de Dios debemos partir del ser de las cosas (del mundo y del hombre).

Las variantes de la prueba ontológica aducidas por Descartes y Leibnitz son muy similares al razonamiento de San Anselmo y pueden ser refutadas básicamente de la misma manera. Estos argumentos no son concluyentes porque nuestro conocimiento de la esencia de Dios es imperfecto; nuestra idea de Dios no puede igualar su objeto.

Un argumento diferente consiste en considerar la idea del Ser Absoluto como un hecho que debe ser explicado. Este argumento se parece al del “consenso universal” (cf. numeral 14).


II.V Las cinco vías. Su estructura general

Las pruebas clásicas de la existencia de Dios son las “cinco vías” expuestas por Santo Tomás de Aquino (1226-1274) en Suma Teológica 1, 2, 3. Son demostraciones a posteriori, puesto que parten de datos experimentales (la existencia de entes con propiedades que denotan contingencia). Kant las llamó “pruebas cosmológicas", aunque son en realidad pruebas metafísicas, basadas en el principio metafísico de causalidad: “Todo ente contingente tiene una causa". Un ser es contingente si es y puede no ser; en cambio, un ser es necesario si es y no puede no ser.

El principio de causalidad depende del principio de razón de ser: “Todo lo que existe tiene su razón de ser". Todo ente que no tiene en sí mismo su razón de ser la tiene en otro ente (su causa).

Aunque Tomás sigue distintos razonamientos en su exposición de cada una de las cinco vías, éstas pueden ser reducidas a la siguiente estructura general:

Primer paso: análisis metafísico del dato empírico

Silogismo 1:

• Mayor 1: Todo ente que tiene la propiedad P es contingente.
• Menor 1: El ente S tiene la propiedad P.
• Conclusión 1: El ente S es contingente.

La Mayor 1 será demostrada más adelante para cada una de las vías.
La Menor 1 es un dato empírico. La propiedad P, que denota contingencia, es diferente en cada una de las cinco vías: movimiento, dependencia causal, contingencia, perfección limitada, sometimiento a leyes naturales.

Segundo paso: núcleo de la prueba

El núcleo de la prueba comienza con el siguiente par de silogismos:

Silogismo 2:

• Mayor 2: Todo ente contingente tiene una causa.
• Menor 2: El ente S es contingente.
• Conclusión 2: El ente S tiene una causa (S’).

Silogismo 3:

• Mayor 3: Todo ente es necesario o contingente.
• Menor 3: S’ (causa de S) es un ente.
• Conclusión 3: S’ es necesario o contingente.

La Mayor 2 es el principio metafísico de causalidad.
La Menor 2 es la Conclusión 1.
La Mayor 3 se deduce del principio lógico de tercero excluido.
La Menor 3 es la Conclusión 2 (reformulada).
La Conclusión 3 ofrece dos alternativas:

• Si S’ es necesario, hemos hallado el ser necesario que estábamos buscando.
• Si S’ es contingente, existe el ente S” que es causa de S’ y debemos volver a aplicar los Silogismos 2 y 3, cambiando S por S’ y S’ por S'’.

La parte final del núcleo de la prueba es la exclusión de una regresión infinita:

Si S’ es la causa de S y S'’ es la causa de S’, entonces S'’ es la causa de la causa de S. Sin S'’, S’ no podría ser la causa de S.

No es posible que la sucesión S’, S'’, S”’… de causas contingentes sea infinita, porque entonces finalmente ninguna de ellas (ni el conjunto infinito formado por todas ellas) podría fundamentar la razón de ser de S. El retroceso al infinito hace retroceder indefinidamente el problema de cuál es la razón de ser de S, pero sin resolverlo y, más aún, haciendo imposible su resolución. Ahora bien, todo tiene una razón de ser. La regresión debe detenerse en un ente D que es necesario y es el primer término de la sucesión de causas de S (es su “causa primera"). Este ente es llamado “Dios".

Contra la posibilidad de una sucesión infinita de causas puede aducirse también que, en dicha sucesión, o bien hay elementos repetidos o bien no hay elementos repetidos. Si los hay, se trata de una cadena circular compuesta por una cantidad finita de entes. En este caso cada eslabón de la cadena sería causa de sí mismo, lo cual es absurdo. Si no hay elementos repetidos, se trata de una cadena lineal compuesta por una cantidad infinita de entes actuales, lo cual es absurdo.

Tercer paso: análisis metafísico del Ser Necesario

Silogismo 4:

• Mayor 4: Todo ente necesario no tiene la propiedad P.
• Menor 4: Existe el ente D que es causa primera de S y es necesario.
• Conclusión 4: El ente D no tiene la propiedad P.

La Mayor 4 se demuestra por el absurdo (las demostraciones por el absurdo se basan en el principio lógico de no-contradicción). Supongamos que un ente necesario tiene la propiedad P. Entonces, por el Silogismo 1 se deduce que ese ente es contingente (o sea, no necesario), lo cual contradice la hipótesis.
La Menor 4 es la conclusión alcanzada en el núcleo de la prueba.

Este análisis permite deducir uno de los atributos divinos. Dios es tal que no admite la propiedad P, que denota contingencia.

Combinando las cinco vías y sus consecuencias, el silogismo global de Santo Tomás es el siguiente: Existe un ser que es Primer , Causa Primera, Ser Necesario, Ser Perfectísimo, Gobernador del Mundo, Simple, Inmaterial, Personal, etc. Ahora bien, un ser así es lo que llamamos “Dios". Luego, Dios existe.

Por lo tanto, en rigor la prueba tomista de la existencia de Dios no termina en el artículo de las cinco vías, puesto que sólo tras la deducción de los atributos de la Causa Primera se puede asegurar que aquello cuya existencia se ha demostrado es el mismo ser que llamamos “Dios".

II.VI La primera vía

La primera vía es llamada también prueba por el movimiento o por las causas eficientes del devenir. Tiene antecedentes en Aristóteles.

El punto de partida de esta vía es el hecho del movimiento: existen cosas que se mueven. El movimiento considerado aquí no se identifica con el movimiento físico, sino que es el movimiento metafísico (el paso de la potencia al acto), que incluye todo tipo de cambios, sustanciales o accidentales.

Para poder aplicar el razonamiento expuesto en el numeral 5 es necesario probar que todo ente que se mueve es contingente. Esto es así porque el ser móvil está en potencia con respecto a la realidad hacia la cual tiende; debe recibirla de un ser que esté en acto con respecto a esa misma realidad. Por lo tanto el ser móvil es contingente. Por el principio de causalidad, el movimiento del ser móvil requiere una causa eficaz (un ): “todo ente que se mueve es movido por otro”. Santo Tomás demuestra esta afirmación de la siguiente manera: moverse es pasar de potencia a acto. La potencia no puede darse el acto a sí misma, porque el acto es más que la potencia. De potencia a acto, luego, nada pasa, si no es por obra de un ser en acto. Por tanto, el ente que se mueve, en cuanto tal, está en potencia, y el , en cuanto tal, está en acto. Nada puede estar en acto y en potencia al mismo tiempo respecto de lo mismo. Luego, no se puede ser a la vez y movido bajo el mismo respecto. Por tanto, todo lo que se mueve, se mueve por otro.

El razonamiento seguido por Santo Tomás en la primera vía es similar al expuesto en el numeral 5. El que mueve al ser móvil puede ser inmóvil o móvil. Si es inmóvil, hemos hallado la causa primera (incausada) del movimiento del ser móvil. Si es móvil, entonces es movido por otro que puede ser a su vez inmóvil o móvil. Pero es imposible remontarse al infinito en la sucesión de es móviles actualmente subordinados, porque en una sucesión infinita todos los es recibirían y transmitirían el movimiento, pero ninguno de ellos (ni el conjunto formado por todos ellos) podría explicarlo. Por consiguiente debe existir un primer inmóvil. Este ser, que es acto puro, sin mezcla de potencia, es llamado “Dios". Esta prueba no depende de una cosmología caducada, porque no se sitúa en el plano científico, sino en el plano metafísico.

Las cosas de nuestro mundo son entes mutables, temporales. Son contingentes porque su ser actual no es metafísicamente necesario. Por ello el Ser absoluto que los hace posibles es inmutable y eterno. Porque Dios es eterno, su acción se ejerce en el instante presente en el cambio que en él se produce. La acción del primer trasciende la acción de los es segundos. Dios no cambia por su acción; es independiente del mundo que cambia. Por consiguiente, el estudio de la acción de Dios no pertenece a la ciencia, sino a la metafísica.

II.VII La segunda vía

La segunda vía es llamada también prueba por la causación o por las causas eficientes del ser. Tiene antecedentes en Aristóteles; posteriormente fue desarrollada por Duns Escoto y Suárez.

El punto de partida de esta vía es el hecho de la causación: existen cosas que dependen de causas eficientes actuales, tanto en su ser sustancial como en sus modos de ser accidentales.

Para poder aplicar el razonamiento expuesto en el numeral 5 es necesario probar que todo ente causado es contingente. Esto es así porque el ser del ente causado depende del ser de su causa. En tanto ésta pueda darse o no darse, aquél puede ser o no ser. Por lo tanto, el ser causado es contingente.

El razonamiento seguido por Santo Tomás es similar al expuesto en el numeral 5. La causa del ser causado puede ser incausada o causada. Si es incausada, hemos hallado la causa primera (incausada) del ser causado en cuestión. Si es causada, entonces es causada por otro ser que puede ser a su vez incausado o causado. Pero es imposible remontarse al infinito en la sucesión de causas causadas actualmente subordinadas, porque en una sucesión infinita todas las causas recibirían y transmitirían el ser, pero ninguna de ellas (ni el conjunto formado por todas ellas) podría explicarlo. Por consiguiente debe existir una causa primera incausada. Este ser, que es el Ser subsistente por sí mismo, es llamado “Dios".

Las cosas de nuestro mundo son entes causados. Son contingentes porque son necesitados de una causa. Por ello el Ser absoluto que los hace posibles es la Causa primera, el fundamento incausado de todo lo relativo. Dios obra en el presente sobre todas las sucesiones de causas para conservar el ser de los efectos. Se sirve de causas segundas y les da una actividad propia, pero sólo Él es la causa principal de la existencia. La causa primera es trascendente y su actividad es de orden metafísico.

II.VIII La tercera vía

La tercera vía es llamada también prueba por la contingencia o por lo posible y lo necesario. Tiene antecedentes en Platón, Avicena y Maimónides.

El punto de partida de esta vía es el hecho de la contingencia: existen cosas que son contingentes, es decir que son pero pueden no ser. Los cambios sustanciales y accidentales son signos de contingencia.

En este caso se aplica directamente el razonamiento expuesto en el numeral 5. Por el principio metafísico de causalidad, todo ente contingente tiene una causa, que le da su razón de ser. El ser contingente es un ser condicionado (relativo), mientras que el ser necesario es incondicionado (absoluto).

El razonamiento seguido por Santo Tomás es parecido al expuesto en el numeral 5. La causa del ser contingente puede ser necesaria o contingente. Si es necesaria, hemos demostrado que hay algo necesario en lo real. Si es contingente, entonces es causada por otro ser que puede a su vez ser necesario o contingente. Pero es imposible remontarse al infinito en la sucesión de causas contingentes, porque en una sucesión infinita todas las causas recibirían y transmitirían el ser, pero ninguna de ellas (ni el conjunto formado por todas ellas) podría explicarlo. Por consiguiente debe existir un ser necesario. Santo Tomás no excluye la posibilidad teórica de que existan seres necesarios causados. Por lo tanto el razonamiento continúa así: El ser necesario hallado puede ser necesario por sí mismo o por otro. Si es necesario por otro es causado. Excluyendo una regresión infinita, se concluye que existe un ser necesario por sí mismo, que es llamado “Dios".

Las cosas de nuestro mundo son entes contingentes. Por ello el Ser absoluto que los hace posibles es necesario; no tiene simplemente el ser en un grado contingente. En los seres creados la existencia es un efecto, que es propio de la causa universal. Dios obra en todas partes para producir y conservar el ser contingente; la más pequeña realidad es signo de su presencia.

II.IX La cuarta vía

La cuarta vía es llamada también prueba por los grados de perfección o por los grados de ser. Tiene antecedentes en Platón, Plotino, San Agustín y San Anselmo; posteriormente fue desarrollada por Leibnitz, Maréchal y Blondel.

El punto de partida de esta vía es el hecho de los grados de perfección: existen cosas con diferentes grados de perfección. Se trata aquí de cualquiera de las perfecciones simples, es decir aquellas que no están necesariamente mezcladas con imperfecciones. Las perfecciones simples son de dos tipos: trascendentales y personales.

Las perfecciones trascendentales son la unidad, la verdad, la bondad y la belleza. Resultan directamente de la noción de ser y por ello convienen a todo ser. Las perfecciones personales son la inteligencia, la voluntad, la justicia, la misericordia, etc. No implican por sí mismas ninguna limitación.

Para poder aplicar el razonamiento expuesto en el numeral 5 es necesario probar que todo ente de perfección limitada es contingente. Esto es así porque una perfección que existe por sí misma es ilimitada, pues no podría ser el principio de su propia limitación. Por lo tanto el ser de perfección limitada es dependiente, ha debido recibir su perfección de otro (su causa).

Se podría aplicar aquí un razonamiento parecido al expuesto en el numeral 5: La causa del ser de perfección limitada es un ser de perfección ilimitada o limitada. Si es de perfección ilimitada, hemos hallado la causa primera del ser de perfección limitada. Si es de perfección limitada, entonces es causado por otro ser que puede ser a su vez de perfección ilimitada o limitada. Pero es imposible remontarse al infinito en la sucesión de causas de perfección limitada, porque en una sucesión infinita todas las causas recibirían y transmitirían esa perfección, pero ninguna de ellas (ni el conjunto formado por todas ellas) podría explicarla. Por consiguiente debe existir un ser de perfección ilimitada, que es llamado “Dios".

Las cosas de nuestro mundo son entes ontológicamente finitos, en desarrollo, perfectibles. Son contingentes porque no poseen toda la perfección. Por ello el Ser absoluto que los hace posibles es infinito, absolutamente perfecto, no necesitado de adquirir perfección. La perfección infinita de la causa primera es finita en sus efectos, pues queda limitada por la capacidad de las esencias que la reciben. Hay una simple participación de las criaturas en la perfección divina.

II.X La quinta vía

La quinta vía es llamada también prueba por la finalidad o por el orden del mundo o por el gobierno del mundo. Kant la llamó “prueba físico-teológica". Tiene antecedentes en Anaxágoras, Platón y los estoicos.

El punto de partida de esta vía es el hecho de las leyes naturales: existen seres no inteligentes que obran en vista de un fin. Las actividades naturales presentan una constancia en la búsqueda del bien, lo cual denota una finalidad intencional.

A este hecho se podría oponer la objeción de los desórdenes naturales. Esta objeción subraya que las actividades naturales no realizan siempre el bien de los seres, sino “las más de las veces", como reconoce Santo Tomás. El “desorden” de la naturaleza es en realidad un orden limitado. El mal físico puede encontrar su lugar dentro de este orden.

Para poder aplicar el razonamiento expuesto en el numeral 5 es necesario probar que todo ente sometido a leyes naturales es contingente. Esto es así porque un ser carente de conocimiento que actúa en orden a un fin no se ha dado a sí mismo la ordenación al fin sino que la ha recibido de otro ser. Un orden intencional supone la acción de una inteligencia. Ni la casualidad ni la necesidad pueden dar cuenta de este orden. Por lo tanto el ser sometido a leyes naturales es dependiente, ha debido recibir sus leyes naturales de otro ser (su causa), éste sí inteligente.

Se podría aplicar aquí un razonamiento parecido al expuesto en el numeral 5. La causa del ser sometido a leyes naturales es un ser inteligente, que existe por sí mismo o por otro. Si existe por sí mismo, hemos hallado la causa primera del orden del mundo. Si no existe por sí mismo, entonces es causado por otro ser inteligente que a su vez puede existir por sí mismo o por otro. Pero es imposible remontarse al infinito en la sucesión de inteligencias ordenadoras que no existen por sí mismas, porque en una sucesión infinita todas estas inteligencias recibirían y transmitirían el orden natural, pero ninguna de ellas (ni el conjunto formado por todas ellas) podría explicarlo. Por consiguiente debe existir una inteligencia ordenadora que existe por sí misma, que es llamada “Dios".

Las cosas de nuestro mundo son entes que operan según una ley natural. Son contingentes porque su contenido ontológico finito las obliga a una determinada acción. Por ello el Ser absoluto que las hace posibles crea libremente, no se apoya externamente sobre una acción determinada.

Esta vía, desarrollada aquí a partir de la causa eficaz, también puede ser desarrollada a partir de la causa final. Dentro del marco de la quinta vía pueden encontrar una fundamentación adecuada los argumentos basados en los conocimientos científico-naturales acerca del orden y la evolución del cosmos y de los seres vivientes. Por ejemplo: Pierre Teilhard de Chardin, en El fenómeno humano, desarrolla una argumentación muy sugerente a partir de datos científicos presentados con gran fuerza expresiva, pero con una pobre fundamentación metafísica.


II.XI Las críticas a las pruebas clásicas

Dado que las pruebas clásicas de la existencia de Dios dependen del principio metafísico de causalidad, las críticas a las mismas se han concentrado principalmente en dicho principio.

Según el empirismo, cuyo representante principal fue David Hume (1711-1776), la idea de una conexión entre la causa y el efecto resulta de un simple hábito. La observación repetida de un objeto seguido de otro produce en nosotros la noción de un vínculo entre ambos; de modo que la aparición del primer objeto nos hace pensar siempre en el segundo objeto. Esta doctrina de Hume depende de su teoría del conocimiento, según la cual todo el poder creador del espíritu se reduce a combinar, trasponer, acrecentar o disminuir los materiales que nos proporcionan los sentidos y la experiencia. Al negar la inteligencia, el empirismo desemboca en un verdadero escepticismo.

El idealismo de Kant, reaccionando contra el empirismo de Hume, se esfuerza por restablecer el valor del concepto de causalidad. Según Kant, las nociones de causa y efecto no se derivan de la experiencia sino que nacen de la razón pura. El principio de causalidad se convierte así en un principio subjetivo, destinado a unificar la experiencia posible, pero sin valor más allá de ella.

Según la teoría tomista, el principio de causalidad tiene un valor ontológico y un valor trascendental. Su valor ontológico queda garantizado por la teoría de la abstracción: en la misma experiencia la inteligencia descubre el ser universal y los primeros principios, abstrayendo las ideas a partir de los objetos percibidos. Su valor trascendental queda garantizado por la teoría de la analogía: los conceptos de ser, de causa y de fin se aplican analógicamente a todos los diversos seres, incluso a Dios.

La otra gran objeción de Kant a las pruebas cosmológicas de la existencia de Dios consiste en que según él estas pruebas se reducen a la prueba ontológica, que puede ser refutada. Sin embargo, no es así. En las pruebas cosmológicas se pasa de la existencia de seres contingentes a la existencia del ser necesario y de allí a la existencia del ser perfectísimo. Todo el razonamiento se mantiene en el plano existencial. En cambio en la prueba ontológica se pasa de la idea del ser perfectísimo a la idea del ser necesario, de ésta a la existencia del ser necesario (éste es el paso ilegítimo) y de allí a la existencia del ser perfectísimo. Sólo el último paso es igual en ambos argumentos.

II.XII Los argumentos fundados en el orden jovenlandesal

Kant llama “pruebas ético-teológicas” a las pruebas de la existencia de Dios fundadas en el orden jovenlandesal. Después del giro antropocéntrico que representó la obra de Kant en la historia de la filosofía, muchos filósofos han pasado a conceder más importancia a esta clase de argumentos que a las pruebas cosmológicas. Por ejemplo, para John Henry Newman (1801-1890) la prueba más importante de la existencia de Dios es la que parte del hecho de la conciencia. Sin embargo, para el propio Kant la existencia de Dios era un postulado de la razón práctica, es decir una suposición sin fundamento racional que le resultaba conveniente para fundamentar su filosofía jovenlandesal. Un postulado de esta clase no es en el fondo más que una opción arbitraria, tan justificada como la opción contraria.

Plantearé brevemente dos argumentos fundados en el orden jovenlandesal, uno basado en la obligación jovenlandesal y otro basado en la sanción jovenlandesal.

El hombre se siente obligado de una manera absoluta a hacer el bien y evitar el mal. Una obligación absoluta implica la tendencia de la voluntad a un bien absoluto. Esta tendencia no proviene de la libre elección del hombre sino de una necesidad natural. Ahora bien, dicha necesidad natural proviene del Creador de nuestra naturaleza. Dios mismo es el bien absoluto y, si crea seres espirituales, necesariamente los obliga a tender hacia Sí mismo. Él es el fundamento de la obligación jovenlandesal.

El hombre que cumple su deber jovenlandesal debe alcanzar la felicidad. La exigencia de una sanción justa es también absoluta. No podemos aceptar que nuestro destino esté finalmente entregado a las contingencias naturales o a una voluntad exterior arbitraria. La existencia de Dios es la única garantía posible de la sanción jovenlandesal justa.

De acuerdo con la filosofía tomista, los argumentos jovenlandesales, en rigor, no son concluyentes, porque parten de hechos de experiencia que pueden ser negados y que habría que justificar ulteriormente.

De acuerdo con el enfoque filosófico-trascendental, seguido entre otros por J. Maréchal, J. B. Lotz y Karl Rahner (1904-1984), los argumentos jovenlandesales tienen tanto valor como los cosmológicos, en tanto todos ellos son desarrollos diversos de la “experiencia trascendental”, única vía de acceso al conocimiento de Dios.

II.XIII El testimonio de los místicos

Según Henri Bergson, el misticismo es el hecho principal que, coincidiendo con otras conclusiones de la experiencia, permite alcanzar el conocimiento de Dios. Dios es experimentado en una intuición cuyos sujetos privilegiados son los místicos. El amor místico llega hasta la misma raíz de la realidad. Sin embargo, Bergson reconoce que la experiencia mística, dejada a sí misma, no puede dar al filósofo la certeza definitiva de la existencia de Dios.

Es un hecho que algunas almas privilegiadas nos declaran haber experimentado la presencia de Dios, no simplemente por inferencia, sino a través de una especie de percepción oscura.

Según el pensamiento tomista, este testimonio puede corroborar nuestra adhesión a la existencia de Dios, pero sólo tiene valor por referencia a la fe, no como argumento de razón. Quien no cree buscará explicaciones naturales de las experiencias de los místicos.

Según el enfoque filosófico-trascendental, las experiencias místicas aquí aludidas no son más que casos particulares de la experiencia trascendental, la cual es en cierto sentido una experiencia de Dios (indirecta, implícita y atemática), que se da en el hombre siempre y en todo lugar.

Estas dos corrientes filosóficas coinciden en que, para dar razón de nuestra afirmación de la existencia de Dios, no tenemos que recurrir a investigaciones especiales de alta ciencia ni tampoco a vivencias extrañas. Nos basta por completo desarrollar metódicamente las referencias a Dios contenidas en la experiencia cotidiana, accesible a todos los hombres.

II.XIV El consenso universal

La demostración de la existencia de Dios denominada prueba por el consenso universal o por el consenso de los pueblos se encuentra por ejemplo en la obra de Cicerón.

Se podría plantear de la siguiente manera: El punto de partida de la prueba es el hecho de que la gran mayoría de la humanidad, a lo largo de la historia y a lo ancho del mundo, ha practicado o practica una religión. Según el principio de finalidad, todo agente obra en vista de un fin. De aquí se puede deducir que un deseo natural de un ser racional no puede ser vano. Aplicando este principio al hecho enunciado, resulta que la religión natural no puede ser vana. De aquí se concluye la existencia de la divinidad.

Según la filosofía tomista, este argumento tiene sólo un valor de probabilidad, por las siguientes razones: El hecho tomado como punto de partida no es evidente. La humanidad actual incluye un porcentaje considerable de personas ateas. Además, no es fácil determinar el contenido común del hipotético consenso universal. Por otra parte, tampoco es evidente que el consenso religioso de los pueblos nos permita hablar de un deseo natural de Dios. Se podría poner en duda que fuese un deseo natural o que su objeto fuese el Dios único del monoteísmo. Podría sostenerse que existe un deseo natural de la trascendencia, es decir de una forma de existencia que vaya más allá de lo temporal y de la fin, de una cierta realidad que exista más allá de lo condicionado y limitado de esta vida.

El análisis tomista se basa en la necesidad de todo ente inteligente de conocer la causa de las cosas. Eso lleva a la inteligencia humana a desear el conocimiento de la Causa Primera. Y como el conocimiento perfecto es el intuitivo, incluso afirma Santo Tomás que ese deseo natural tiene por objeto la visión beatífica, que es sobrenatural. Sólo que es un deseo ineficaz y condicionado, hipotético, dicen los tomistas, para salvar la gratuidad de la ordenación al fin sobrenatural, que no es exigido por la naturaleza humana.

Sin embargo, el “consenso de los pueblos” es un indicio muy importante. Las diferentes convicciones de los seres humanos acerca de la cuestión religiosa, en la medida en que tienen un origen natural, se pueden explicar como desarrollos reflexivos más o menos acertados de la experiencia de lo condicionado (infiriendo la existencia de lo incondicionado por vía de causalidad, según el tomismo) o bien de la experiencia no conceptual de lo incondicionado (que es la condición de posibilidad de la experiencia de lo condicionado, según el enfoque filosófico-trascendental).

II.XV La fundamentación filosófico-trascendental

Para este numeral, cf. Karl Rahner, Experiencia del Espíritu (véase la bibliografía).

Dentro de la corriente filosófico-trascendental, la forma cosmológica de las pruebas clásicas de la existencia de Dios se transforma en una forma que parte del hombre. La existencia de Dios se presenta aquí como la condición que hace posible la vida humana consciente y libre. Con ello se pretende lograr una mayor independencia de las imágenes del mundo condicionadas por los conocimientos científicos del momento y poner de relieve la importancia de Dios como fundamento que posibilita y da sentido a la existencia humana. Según esta postura se debe distinguir entre la experiencia atemática de este fundamento divino y su desarrollo conceptual explícito.

Esta corriente de pensamiento no coincide con el ontologismo, puesto que sostiene que no hay una experiencia directa y explícita de Dios, a la manera de la percepción de un objeto particular. Sin embargo, a la vez sostiene que la experiencia de lo incondicionado, que se da en la experiencia atemática del ser, de la verdad, del valor, de la autoconciencia, de la libertad, etc., es en cierto sentido una experiencia de Dios. El conocimiento explícito de la existencia y de la esencia de Dios no sería entonces nada más ni nada menos que el desarrollo conceptual de esta experiencia trascendental. Este conocimiento explícito de Dios, por la naturaleza misma del asunto, dependería de una decisión personal que no puede forzarse.

La experiencia trascendental se puede captar reflejamente en un amplio conjunto de hechos fundamentales. A modo de ejemplo indicaré aquí el desarrollo metódico de la referencia a Dios contenida en uno de esos hechos, el del hombre en busca del sentido de la vida.

El obrar humano no es posible sin una captación de sentido. Propiamente sólo tiene sentido aquello que apunta por encima de sí mismo. Las actuaciones particulares del hombre sólo tienen un sentido cuando su vida como un todo tiene a su vez sentido. El sentido de la vida entera no necesita de ninguna fundamentación ulterior; es algo incondicional. Estamos profundamente convencidos de la existencia de un sentido de la vida. Una orientación radical hacia algo no puede carecer de objeto. En la medida en que un hombre, en cada uno de sus actos, supone y afirma un sentido absoluto de su vida, reconoce una realidad última que el lenguaje religioso llama “Dios".

La crítica tomista a esta postura incluye los siguientes puntos fundamentales:
• No parece que pueda existir una “experiencia atemática” ni una “experiencia atemática del ser", en el sentido dado a estos términos por la corriente filosófico-trascendental.
• No puede existir una experiencia natural de Dios por parte de un ente finito.
• No todo conocimiento de Dios depende de una decisión personal. Las pruebas de la existencia de Dios, en cuanto tales, tienen una validez intrínseca, que no depende de una decisión personal. Lo que depende de una decisión personal es la aceptación de las pruebas.

II.XVI Bibliografía consultada

• Artigas, Mariano - Introducción a la Filosofía, Libros de Iniciación Filosófica 7, EUNSA, Pamplona 1990.
• Grison, Michel - Teología Natural o Teodicea, Curso de Filosofía Tomista 6, Editorial Herder, Barcelona 1985.
• Maritain, Jacques - Introducción a la Filosofía, Club de Lectores, Buenos Aires 1985.
• Muck, Otto - Doctrina filosófica de Dios, Biblioteca de teología 6, Editorial Herder, Barcelona 1986.
• Rahner, Karl - Experiencia del Espíritu, Narcea, S.A. de Ediciones, Madrid 1978.
• Teilhard de Chardin, Pierre - El fenómeno humano, Historia del pensamiento 14, Ediciones Orbis, Barcelona 1984.
• Tomás de Aquino, Santo - Suma Teológica, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1955.
• Weissmahr, Béla - Teología natural, Curso Fundamental de Filosofía 5, Editorial Herder, Barcelona 1986.







III. Objeciones contra la existencia de Dios
1. Presentación de las objeciones.

Presentación de la objeción materialista.

Todo lo que existe es material.

Dios no es material.

Por lo tanto, Dios no existe.

Presentación de la objeción cientificista.

Todo lo que existe es susceptible de verificación por medio del método científico.

La existencia de Dios no es científicamente verificable.

Por lo tanto, Dios no existe.

Presentación de la objeción lógica.

La noción de "Ser infinito" es absurda, porque implica la predicación simultánea de atributos contradictorios (como P y no-P).

La noción de "Dios" incluye la noción de "Ser infinito".

Por lo tanto, Dios no existe.

Presentación de la objeción cosmológica.

Si Dios existe, entonces no puede existir un mundo imperfecto.

El mundo es imperfecto, porque existe el mal.

Por lo tanto, Dios no existe.

Presentación de la objeción antropológica.

Si Dios existe, entonces no puede existir ningún ser libre distinto de Dios, porque su conocimiento y libertad infinitas anularían la libertad finita del hombre.

El hombre es libre.

Por lo tanto, Dios no existe.


2. Refutación de las objeciones.
En cada uno de los cinco silogismos presentados en el apartado I, la premisa mayor es falsa. Por lo tanto, aunque la premisa menor es verdadera y el silogismo está bien construido, la conclusión es inválida. Para refutar estos silogismos, se deben refutar las correspondientes premisas mayores.

Refutación de la objeción materialista.

El axioma básico del materialismo ("todo es materia") debe ser rechazado, al menos por las siguientes dos razones:

Esta afirmación del materialista acerca del "todo" es completamente infundada, por lo cual se debe aplicar aquí la conocida regla dialéctica de los escolásticos: Gratis asseritur, gratis negatur (lo que se afirma sin prueba, se puede rechazar sin prueba).

Existen muchas realidades conocidas por el hombre (por ejemplo, el conocimiento humano y la libertad humana) acerca de las cuales no se puede alegar con algún sentido que sean realidades materiales. Es decir, no existe ninguna noción inteligible de "materia" que abarque esa clase de realidades.

Refutación de la objeción cientificista.

Debemos tener muy en cuenta que el concepto de "ciencia" utilizado por el cientificista incluye sólo las ciencias particulares (matemática, física, química, biología, etc.), excluyendo las ciencias universales (filosofía y teología).

De la premisa mayor de la objeción cientificista se deduce fácilmente esta otra afirmación: "Sólo el conocimiento científico es verdadero conocimiento". Ahora bien, esta afirmación es autocontradictoria, y por lo tanto falsa. La contradicción está en el hecho de que, al negar la existencia de afirmaciones verdaderas no fundadas en la ciencia, se está haciendo una afirmación no fundada en la ciencia, sino en una falsa filosofía. Es decir, ninguna ciencia particular demuestra ni puede demostrar que el único conocimiento válido es el conocimiento científico. De aquí se deduce la falsedad de la premisa mayor de la objeción cientificista.

Por otra parte, la objeción cientificista puede reducirse a la objeción materialista, que ya hemos refutado en el punto anterior.

Refutación de la objeción lógica.

La premisa mayor de la objeción lógica sólo tiene validez en contra de la noción panteísta del Ser infinito, no en contra de la correspondiente noción cristiana. El Ser infinito de la fe cristiana no es el conjunto de todos los entes, sino la Causa primera (incausada) del ser y del devenir de todos los demás entes (los entes creados). Los entes creados son realmente distintos de Dios, por lo cual no hay ninguna razón para afirmar que Dios sea a la vez (por ejemplo) sabio e ignorante, misericordioso y cruel, poderoso y débil, etc.

Entre el ser de Dios y el ser de las criaturas hay analogía, es decir, semejanza en un sentido y desemejanza en otro. Las propiedades trascendentales del ser (unidad, verdad, bondad, belleza) corresponden también a Dios, pero no conocemos el modo infinito que estas propiedades tienen en Dios. Por estas razones, hay tres vías para el conocimiento de los atributos divinos: causalidad, negación y eminencia. Veamos un ejemplo:

Causalidad: La bondad de Dios es la causa primera de la bondad de las criaturas (hay una semejanza entre la causa y el efecto).

Negación: La bondad de Dios no es igual a la bondad de las criaturas (la desemejanza es mayor que la semejanza).

Eminencia: La bondad de Dios es eminente, infinita.

Refutación de la objeción cosmológica.

Precisamente lo contrario a lo afirmado por la premisa mayor de la objeción cosmológica es cierto: Si Dios existe, entonces no puede crear un mundo absolutamente perfecto, porque un ser absolutamente perfecto (perfectísimo) es un ser divino. Si Dios hubiese creado un mundo perfectísimo, habría creado un segundo Dios. Pero no puede haber dos dioses distintos, porque entonces ninguno de ellos sería Dios, el Ser perfectísimo, ya que a cada uno de ellos le faltaría algo de la perfección del otro. Por lo tanto, si Dios crea un mundo, debe crear necesariamente un mundo con alguna clase de imperfección.

Además, Dios no puede crear otro Dios, porque la misma noción de "otro Dios creado" es absurda, dado que un Dios creado debería ser a la vez incausado y causado. Esto no supone ninguna limitación de la omnipotencia divina, porque ésta abarca todo lo posible, es decir todo lo que en sí mismo no implica contradicción.

Añadiremos unas breves consideraciones sobre el problema del mal:

El mal es una imperfección, pero no cualquier imperfección es un mal. Se denomina "mal" a aquella imperfección que priva a un ser de una perfección que en principio le correspondería según su naturaleza. Así, por ejemplo, carecer de vista no es un mal para una piedra, pero es un mal para un león.

El mal no es un ser, sino una carencia o privación de ser. Existen dos grandes clases de males: Los males físicos (como el dolor y la fin) y los males jovenlandesales (los pecados o actos humanos malos).

Todo lo que Dios ha creado es bueno. Dios no es el autor del mal, pero permite el mal, por razones que Él, en su infinita sabiduría, puede juzgar mucho mejor que nosotros. Carece de sentido que el hombre pretenda erigirse en juez de la obra creadora de Dios.

Podemos intuir algunas de las razones por las cuales Dios permite el mal (físico o jovenlandesal):

En el orden biológico el dolor cumple la finalidad de informar al ser vivo acerca de alguna realidad amenazadora.

La fin de las plantas y de los animales irracionales no frustra el cumplimiento de su función en el cosmos.

La fin del ser humano no es su aniquilación, sino su entrada en la vida eterna, que da sentido a su vida terrena.

Exceptuando el caso particularísimo de Jesús de Nazaret, podemos decir que, tal como las cosas son de hecho, si un hombre, durante su vida terrena, no pudiera pecar (obrar el mal), tampoco podría amar (hacer el bien). La libertad es la grandeza del hombre, pero también su riesgo. Dios no ha querido complacerse en crear robots o esclavos, sino en crear seres hechos a su imagen y semejanza, destinados a ser sus hijos y a participar de la naturaleza divina.

Refutación de la objeción antropológica.

Examinaremos dos posibles intentos de justificación de la premisa mayor de la objeción antropológica:

Dios es omnisciente y eterno; por lo tanto Dios conoce simultáneamente todos los sucesos pasados, presentes y futuros, incluyendo los actos futuros de los hombres. De esta manera los predetermina e impide que sean actos libres.

El error de esta argumentación está en confundir precognición con predeterminación. Dios puede conocer un acto humano futuro sin eliminar su carácter de acto libre.

Dios no sólo conoce los sucesos futuros, sino que es la causa primera de todos ellos. Por lo tanto la determinación última de los actos humanos (buenos o malos) está en Dios, no en el hombre. Por lo tanto, si Dios existe, el hombre pierde su libertad.

El error de esta argumentación está en oponer la libertad infinita de Dios y la libertad finita del hombre y en confundir los modos en que estas dos libertades operan. La libertad de Dios y la libertad del hombre no se oponen ni operan en el mismo plano. Dios es la causa primera de todo lo que existe, incluyendo los actos humanos; pero la causa divina no suprime las causas creadas. Dios ha querido que existan causas segundas y que éstas sean realmente causas, no meras apariencias. En un acto humano no podemos separar una parte que provendría de Dios como Causa primera de otra parte que provendría del hombre como causa segunda. Todo acto humano procede enteramente de Dios y enteramente del hombre, pero de tal modo que los planos de acción de ambas causas no se confunden ni se oponen. El hecho de que no podamos comprender plenamente cómo esto es posible no implica que esta concepción cristiana sea irracional, sino que es un ejemplo de la finitud de la capacidad cognoscitiva del hombre.








IV. El ateísmo

1. Definición literal: - Ateo significa "sin Dios". La palabra se deriva del griego a = sin, theos = Dios.
2. Definición real: - Ateísmo es la doctrina que niega la existencia de Dios.
Está probado rigurosamente que no hay pueblo ni tribu, por salvaje que sea, donde no se tenga a lo menos la idea de Dios. Ateos en el sentido de que no tengan idea de Dios, no hay.
Pero, sí hay y habrá siempre quienes por motivos que explicaremos adelante, niegan la existencia de Dios, y buscan para ello una base teórica o doctrinal. Son ateos teóricos.
Hay otros que no niegan directamente la existencia de Dios, pero viven como si no hubiera Dios> Prescinden de Él en su vida práctica, son los llamados ateos prácticos.


Causas del ateísmo
Si todos los hombres tienen a lo menos idea de Dios, ¿cómo es posible que haya quienes niegan su existencia?
Las causas principales son las siguientes:

a) El placer: - Para los hombres sedientos de placeres, Dios es un estorbo. Él da mandamientos que se oponen a las malas inclinaciones. El que amenaza con castigos los placeres pecaminosos, va a ser un día Juez omnisciente y justísimo. Pero tal Dios no les conviene a los inmorales y cobardes. Por eso lo niegan, tratan, pues, de convencerse a sí mismos, y acaso a los demás, de que Dios no existe, aunque en el fondo creen firmemente en su existencia.

b) La soberbia: - La fe exige la humildad y disposición de aceptar verdades reveladas por Dios y que no puede encontrar el hombre por sí mismo. Entre los modernos hay quienes se jactan de ser autónomos, que quieren confiar sólo en su razón, no en la autoridad ajena. Rechazan lo que no han encontrado ellos mismos por su trabajo intelectual. Y por esa razón rechazan la religión y la fe en Dios.

c) El ambiente social: - No puede negarse que existe un grave desequilibrio en el orden social de los tiempos actuales. Las riquezas del mundo se juntan más y más en manos de unos pocos, mientras la pobreza de las masas se vuelve más y más una verdadera miseria. Hay quienes creen que de este estado de cosas tiene la culpa la religión; por lo cual combatiendo a esta, como causa de la miseria, rechazan también la idea de Dios.

d) La indiferencia: - Hay siempre indiferentes que no se toman el trabajo de pensar más allá de las cosas que perciben sus sentidos. Todo cuanto existe más allá de su experiencia, no existe para ellos. Como Dios no es cognoscible por los sentidos humanos, por la experiencia sensitiva, por esa razón lo niegan sencillamente.

Consecuencias del ateísmo
a) En el orden intelectual: - Dios es la absoluta verdad. La última causa explica los fenómenos de la vida. El ateísmo negando a Dios, niega la Verdad absoluta, niega la última causa del mundo y de la vida. Buscando entonces explicaciones del mundo y de la vida fuera de Dios, y prescindiendo de su existencia, debe llegar, y efectivamente llega, a incontables errores, a veces groseros, a veces ridículos.

b) En el orden jovenlandesal: - Los hombres que niegan a Dios, que no reconocen su autoridad divina, y la ley eterna de Dios, tales hombres al fin y al tabú se guían por el egoísmo y sus instintos. La consecuencia es el salvajismo y la brutalidad, la tiranía y la anarquía.
La humanidad actual padece las terribles consecuencias del ateísmo.

c) En la formación del carácter: - El ateísmo quita al hombre cualquier ideal y lo hace deslizarse más y más hacia el nivel bajo del hombre materializado y embrutecido. El que ya no hace caso de la verdad, la justicia y la felicidad verdaderas, el que no tiene fe en Dios, a ese le falta el empuje ideal, el concepto de lo noble. En una palabra se le apagaron las estrellas, para él no hay más que materia y placer.


Refutación del ateísmo

a) El ateísmo teórico ya está refutado por las pruebas de la existencia de Dios. La fuerza de los argumentos obliga al hombre sincero a reconocer que Dios en verdad existe.

b) El ateismo práctico no se puede refutar por la sencilla razón que sus adeptos no quieren escuchar, no quieren conocer la verdad. Tendrían pues, que cambiar de vida, ajustando sus costumbres a las verdades que se derivan de la existencia de Dios. Eso es lo que no quieren. De modo que no hay dificultad de parte del intelecto, sino de parte de la voluntad. Al respecto, dijo un día Veulillot, dirigiéndose a sus contemporáneos: «hombres, tened el valor de vivir castos, y tendréis el valor de ser cristianos.»
Que no son sinceros los llamados ateos eso lo afirma también San Pablo, hombre (De cultura amplia, instruido en la sabiduría de los judíos, griegos y romanos, que había viajado mucho y que conocía mejor que nadie a los hombres). Escribe de los ateos: «Tienen aprisionada injustamente la verdad de Dios: puesto que ellos han conocido claramente lo que se puede conocer de Dios; porque Dios se lo ha manifestado. Y así tales hombres no tienen disculpa». (Ro. 1, 18 ss.).






V. Exposición del símbolo de los apóstoles (Santo Tomas de Aquino)

Prólogo
La primera cosa necesaria al cristiano es la fe, sin la cual nadie puede llamarse fiel cristiano. La fe proporciona cuatro bienes.

Primero: Por la fe, el alma se une a Dios: pues por la fe el alma cristiana celebra como una especie de matrimonio con Dios: "Te desposaré conmigo en fe" (Os 2,20). Por ello, cuando alguien se bautiza, primero confiesa la fe, cuando se le pregunta: "¿Crees en Dios?": porque el bautismo es el primer sacramento de la fe. Por eso dice el Señor: "El que crea y sea bautizado, se salvará" (Mc 16,16). Pues bautismo sin fe de nada sirve. Nadie es grato a Dios sin la fe: "Sin la fe es imposible agradar a Dios" (Heb 11,6). Y así Agustín , acerca de Romanos 14,23: "Todo lo que no procede de la fe, es pecado", comenta: "Donde no se reconoce la verdad eterna e inmutable, es falsa la virtud incluso en medio de costumbres excelentes".

Segundo: Por la fe se incoa en nosotros la vida eterna: pues la vida eterna no es otra cosa que conocer a Dios. Dice el Señor: "Esto es la vida eterna, que te conozcan a ti único Dios verdadero" (Jn 17,3). Este conocimiento de Dios empieza aquí por la fe, pero logra su plenitud en la otra vida, en la que le conoceremos como El es; por ello se afirma en Heb 11,1: "La fe es fundamento de lo que se espera". Por tanto, nadie puede llegar a la bienaventuranza, que consiste en el conocimiento de Dios, si primero no lo conoce por la fe: "Bienaventurados los que sin haber visto han creído" (Jn 20,29).

Tercero: La fe dirige la vida presente. Para que el hombre viva bien, ha de tener los conocimientos necesarios para vivir bien; y si se viera forzado a adquirirlos todos por medio del estudio, o no lo lograría, o sólo tras largo tiempo. Pero la fe enseña todo lo necesario para vivir bien: que hay un solo Dios, que premia a los buenos y castiga a los malos; que existe otra vida, etc.: todo lo cual nos estimula a practicar el bien y evitar el mal: "Mi justo vive de la fe" (Hab 2,4). Es evidente: ningún filósofo antes de la venida de Cristo, aun con todo su esfuerzo, pudo saber acerca de Dios y de las cosas necesarias para la vida eterna lo que después de su venida sabe cualquier viejecilla por medio de la fe; por eso dice Isaías: "La tierra está llena de conocimiento del Señor" (Is 11,9).

Cuarto: Con la fe venceremos las tentaciones: "Los santos por medio de la fe vencieron reinos" (Heb 11,33). Esto está claro. Toda tentación procede del diablo, del mundo o de la carne. El diablo te tienta para que no obedezcas a Dios, ni te sometas a El. Tentación que la fe elimina. Pues por la fe conocemos que El es Señor de todos, y que por tanto hay que obedecerle: "Vuestro enemigo, el diablo, merodea buscando a quién devorar: resistidle firmes en la fe" (1 Pet 5,8). El mundo tienta o incitando con la prosperidad o amedrentando con las dificultades. Lo vencemos por medio de la fe, que nos hace creer en otra vida mejor que ésta: por ello despreciamos la prosperidad de este mundo, y no tenemos dificultades: "La victoria que vence al mundo es nuestra fe" (1 Jn 5,4); además nos enseña a creer en males mayores, los del infierno. La carne finalmente tienta empujándonos a los gozos momentáneos de la vida presente. Pero la fe muestra que, si los buscamos desordenadamente, perdemos los gozos eternos: "Embrazando siempre el escudo de la fe" (Eph 6,16). De todo lo cual resulta que es muy útil tener fe.

Pero objetará alguno: Es necedad creer lo que no se ve; las cosas que no se ven no deben creerse.

Respondo:
En primer lugar, la misma limitación de nuestro entendimiento resuelve esta dificultad: pues si el hombre pudiese conocer perfectamente por sí mismo todas las cosas visibles e invisibles, sería necedad creer las cosas que no vemos; pero nuestro conocimiento es tan débil que ningún filósofo pudo jamás investigar totalmente la naturaleza de una mosca, y así se cuenta que un filósofo vivió treinta años en soledad tratando de conocer la naturaleza de la abeja. Si nuestro entendimiento es tan débil, ¿no es necedad empeñarse en creer de Dios tan sólo lo que el hombre puede averiguar por sí mismo? Sobre lo cual leemos: "Grande es Dios, y sobrepasa nuestro saber" (Iob 36,26).

En segundo lugar se puede responder que, si un experto afirmase algo dentro de su competencia, y un ignorante dijese que no era como enseñaba el experto porque él no le entendía, sería considerado bastante menso el ignorante. Pero es sabido que el entendimiento de un ángel supera al entendimiento del mejor filósofo más que el de éste al de un ignorante. Por tanto es menso el filósofo que no quiera creer lo que afirman los ángeles; mucho más si no quiere creer lo que dice Dios. Contra esto se encuentra: "Muchas cosas te han sido mostradas que exceden el entendimiento del hombre" (Eccli 3,25).

En tercer lugar puede contestarse que, si uno no quisiera creer más que lo que conoce, ni siquiera podría vivir en este mundo. ¿Cómo podría vivir sin creer a alguien? ¿Cómo creería, por ejemplo, que fulano es su padre? Por consiguiente es necesario que el hombre crea a alguien acerca de las cosas que no puede saber totalmente por sí solo. Pero a nadie hay que creer como a Dios; por tanto, los que no crean las enseñanzas de la fe, no son sabios, sino estúpidos y soberbios, como dice el Apóstol: "Soberbio es, nada sabe" (1 Tim 6,4). Por ello decía: "Sé a quién he creído y estoy seguro" (2 Timoteo 1,12). "Los que teméis a Dios creedle" (Eccli 2,8).

§2 Puede también responder que Dios mismo testifica que las enseñanzas de la fe son verdaderas. Si un rey enviara una carta sellada con su sello, nadie osaría decir que aquella carta no provenía de la voluntad del rey. Ahora bien, todo lo que los santos creyeron y nos transmitieron sobre la fe de Cristo, está sellado con el sello de Dios. Este sello son las obras que ninguna criatura puede hacer, es decir, los milagros, con los que Cristo confirmó las palabras de los Apóstoles y de los santos. Si dijeras que nadie ha visto milagros, te respondo: Es sabido que el mundo entero daba culto a los ídolos y perseguía la fe de Cristo, según narran hasta los mismos historiadores paganos; pero ahora se han convertido a Cristo todos, sabios, nobles, ricos, poderosos y grandes, ante la predicación de unos sencillos, pobres y escasos predicadores de Cristo. O se ha realizado esto con milagros, o sin ellos. Si con milagros, ya tienes la respuesta. Si sin ellos, diré que no pudo darse milagro mayor que el que el mundo entero se convirtiese sin milagros. No necesitamos más.

En conclusión, nadie debe dudar acerca de la fe, sino creer las cosas de fe más que las que puede ver, porque la vista del hombre puede engañarse, pero la sabiduría de Dios jamás se equivoca.


Artículo 1
§1 Creo en un solo Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra

Entre todas las cosas que deben creer los fieles, la primera que debemos creer es que existe un solo Dios. Y ¿qué significa esta palabra "Dios"?
Gobernador providente de todas las cosas. Por tanto, cree que existe Dios quien cree que todas las cosas de este mundo caen bajo su gobierno y providencia.

En cambio, quien piensa que todo procede del acaso, no cree que existe Dios. Nadie hay tan menso que no crea que la naturaleza está sometida a
un gobierno, providencia y ordenación, puesto que se desenvuelve según un orden y ritmo fijos. Vemos que el sol, la luna y las estrellas, y el resto de la
naturaleza, observan un curso determinado, cosa que no ocurriría si proviniesen del acaso. Por consiguiente, si alguien negara la existencia de Dios, sería menso: "Dijo en su corazón el insensato: Dios no existe" (Ps 13,1).

Pero algunos, aunque crean que Dios organiza y gobierna la naturaleza, sin embargo no creen que ejerza una providencia sobre los acontecimientos
humanos: piensan que los acontecimientos humanos no caen bajo la tutela de Dios. La razón es que ven que los buenos sufren en este mundo,
mientras los malos prosperan, lo cual parece eliminar toda providencia divina en torno al hombre. Por este tenor se dice: "Se pasea por los ejes del cielo sin preocuparse de nuestros asuntos" (Iob 22,14).

También esto es bastante simple. Les ocurre lo que al que no sabe medicina y ve al médico recetar a un enfermo agua y a otro vino, según sus
conocimientos le sugieren; al no saber medicina, pensará que hace al azar lo que dispone con conocimiento de causa, dando vino al segundo y agua al
primero.

Así pasa con respecto a Dios. El, con conocimiento de causa y según su providencia, dispone las cosas que necesitan los hombres; aflige a algunos
que son buenos, y deja vivir en prosperidad a otros que son malos. A quien piense que esto acontece casualmente, se le considera insensato, y lo es,
pues esto sólo ocurre porque ignora el modo y motivo de la disposición divina. "Para mostrarte los secretos de la sabiduría, y que su ley es compleja" (Iob 11,6). Por tanto, hay que creer firmemente que Dios gobierna y dispone no sólo la naturaleza, sino también los acontecimientos
humanos. "Y dijeron: no lo verá el Señor, ni lo sabrá el Dios de Jacob. Entended, insensatos del pueblo, y comprended de una vez, estúpidos. ¿Quién plantó la oreja, no oirá? ¿O quien formó el ojo, no ve?... El Señor conoce los pensamientos de los hombres" (Ps 93,7-9 y 11).

Así pues, todo lo ve, incluso los pensamientos y los secretos de la voluntad.
De aquí que también a los hombres de manera especial les alcanza la necesidad de obrar bien, porque todo lo que piensan y hacen está patente a
la mirada divina. "Todas las cosas están desnudas y descubiertas a los ojos de El" (Heb 4,13).

Hay que creer que este Dios que ordena y dirige todo, es un solo Dios. La razón es la siguiente: las cosas de los hombres están bien organizadas
cuando la muchedumbre es dirigida y gobernada por uno sólo, pues la multiplicación de jefes introduce frecuentemente disensión en los súbditos; como el gobierno divino aventaja al gobierno humano, es evidente que el régimen del mundo no está en manos de muchos dioses, sino de uno solo.












VI. Vídeos

La ciencia y la fe cristiana (Padre Carreira)
[YOUTUBE]www.youtube.com/watch?v=-p_qKVdrpks[/YOUTUBE]

Teodicea (Padre Carreira)
[YOUTUBE]www.youtube.com/watch?v=wbTwyDAqAXg[/YOUTUBE]

Fe y razón (Padre P. Dominguez ✝)
[YOUTUBE]www.youtube.com/watch?v=AMkpWv36FtI[/YOUTUBE]

Fe y razón (Obispo R. Barron)
[YOUTUBE]https://www.youtube.com/watch?v=GcH_5Iecu5s[/YOUTUBE]

Entrevista al Pbro. Manuel Carreira
[YOUTUBE]www.youtube.com/watch?v=JpUKVpvuuRU[/YOUTUBE]

Debate y refutación a argumentos ateos (Dante A. Urbina)
[YOUTUBE]www.youtube.com/watch?v=QLFoNdB2axA[/YOUTUBE]




Fuentes
- Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 1992)
- Un tratado clásico de P. Bernardo Siebers y P. Federico Kaiser
- Apologética Católica
- Catecismo de la Suma Teológica de Thomas Pégues
 
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