Sociedad: El HILO de PADRES y MADRES burbujeros (nuestros hijos, el papeleo, el acoso, las clases extraescolares, los colegios, la administracion etc)

Lady_A

Madmaxista
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28 Ene 2021
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Espero poder contestar entre hoy y mañana, porque al trabajo de los niños, se me ha juntado que mi madre se ha roto un brazo y no quiere que nadie de fuera la cuide. Por lo que me toca bañarla, vestirla, la comida...

En fin, yo la entiendo, no debe ser facil que un desconocido te bañe o vista, y aun así yo estoy mentalizada que es probable que a mi me pase, pq mi cuidad paco no tiene salidas y los pollitos volaran fueran de este lugar sin vida
 

Lenina

Charizard
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3 Ene 2016
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Bueno, te voy a dar un consejo, aunque dudo que lo aproveches.

Estoy cansada de ver como madres acaban odiando (y no es exageración) a sus hijos y a su papel como madre, porque no han sabido pararles los pies en su mal comportamiento, y se acaban convirtiendo en esclavas de un acondroplásico que las trae por la calle de la amargura, y que tampoco es feliz porque carece de límites.

Toda la propaganda new age sobre dejar a los niños hacer lo que les dé la real gana, no ponerles límites, no castigarles cuando lo merecen, es una basura. Una basura de niveles colosales. Una basura que hace daño, y mucho.

Te voy a poner un ejemplo:

Mi hijo un día, cuando rondaba el año de edad, me metió un mordisco en la berza mientras estaba mamando. Inmediatamente recibió una buena palmada en el trastero (con el pañal puesto) y un grito bien claro de su madre: "¡Eso no se hace!" Por supuesto me guardé la berza y se la negué. Pilló un berrinche de la leche, nunca mejor dicho, y estuvo llorando desconsolado un buen rato mientras yo lo ignoraba. Si venía hacia mí, rebotado, pidiendo berza, lo rechazaba. Al rato, el rebote se le calmó, y ya vino pidiendo con cara de lástima. Le dije: "¿Vas a morder más? Me has hecho mucha pupa. A Mamá no se le hace pupa. Si muerdes, te quito la berza." Y él, desconsolado; "¡Noooooo!" Vale, le volví a dar berza, y con la berza en la boca, todo hipos de desconsuelo, se quedó frito.

Ese ha sido mi episodio de mordiscos con mi hijo. Nunca más mordió, ni cuando empezó el colegio se quejó nadie.

Mi hija, un día, año y poco, todavía no andaba bien sola. Yo estaba sentada en una silla, agarrándole los brazos mientras ella estaba de pie, y yo hablaba con una amiga. Se inclinó sobre mi muslo y me dio tremendo bocado a traición. De los que dejan morado. Mismo procedimiento, palmada en el trastero, grito de su madre, y me niego a hacerle caso. Mismo berrinche, mismo rebote, hasta que se le pasa y viene contrita, le digo que hace mucha pupa, le enseño la herida, y le digo que no lo vuelva a hacer.

Primer y último episodio de mordiscos.

Así con todo. Primer día en el parque que le digo a mi hijo que recoja que nos vamos a casa y me empieza a montar el número de que no quiere. Me niego a empezar a gritos con él, o a correr como una loca con el bombo de mi hija por todo el parque. Le digo alto y claro: "Mamá se va a casa, si no vienes te quedarás aquí tú solito". Y me giro y me voy. Sin mirar atrás. Y cuesta. Cuesta horrores. Pero hay que hacerlo. Cuando pasaba un árbol, me giraba un poco para mirar qué hacía de reojo, sin que él lo notara. Cuando llegué a la puerta del parque, ya lo tenía a mi lado llorando como un loco, gritando "¡No te vayas, Mamá!", al más puro estilo de la serie Marco.

Nunca más me quiso hacer la envolvente en el parque. A veces me pedía cinco minutos más, por favor. Yo se los concedía, pero al minuto 6, ya me estaba levantando. Y venía detrás.

Mi hija, sobre dos años y medio, vamos por la calle y llegamos a un semáforo. Le cojo la mano y se suelta y empieza a chillar que quiere cruzar sola. Sin decir nada le agarro la mano con la fuerza de una boa constrictor, mientras ella berrea como una posesa. Y la llevo todo el camino agarrada diciéndole que la nena tiene que cruzar sí o sí, las calles cogida de la mano. Sigue berreando todo el camino y en casa como si la hubieran dado de baja de la suscripción de la vita. Estos berreos los hacía siempre que no se salía con la suya en algo. Y yo siempre le hacía el mismo procedimiento: la sacaba de la habitación donde estaba yo, o el resto de la familia, le decía que los demás no teníamos que aguantar sus berreos ni hacerle caso mientras estaba así, y que volviera a entrar una vez que se hubiera calmado. Recuerdo que lo hizo en cuatro o cinco ocasiones, en una de ellas estuvo dos horas de reloj berreando sola en el pasillo. Una vez lo hizo en casa de la abuela, que decía: "Cógela, pobrecita, que está llorando mucho", y le dije: "Nadie le está haciendo daño, no le pasa nada malo, si le hago caso ahora, volverá a berrear una y otra vez cada vez que quiera salirse con la suya". El motivo de aquella vez es que había pescado para cenar. Al rato entró, sin llorar, y se comió el pescado (por cierto, ahora le encanta el lenguado). Si entraba en la habitación donde estábamos los demás a berrear, calmada pero firme, la volvía a devolver al pasillo o a su habitación, diciéndole: "Cuando te calmes, Mamá te hará caso". o "Vuelve cuando estés calmada".

Cuando entendió que los berreos no le daban ningún poder sobre mí, desistió y nunca más se puso así.

Si dejas que tus hijos hagan cosas que no te gustan, acabarás alimentando rencor contra ellos. Su mal comportamiento es, la mayoría de veces, un reflejo de nuestra laxitud. Su premio más grande es nuestra atención. No dejes que la obtengan nunca por su mal comportamiento.
 

Sociopata integrado

Misantropía pura.
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La vida es muy corta para andar con preocupaciones. Le paso suficiente dinero a las madres de mis hijos, para pagar colegios internacionales, extraescolares y lo que necesiten.

Bendiciones.
 

Yomismita

Madmaxista
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12 Ene 2011
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Bueno, te voy a dar un consejo, aunque dudo que lo aproveches.

Estoy cansada de ver como madres acaban odiando (y no es exageración) a sus hijos y a su papel como madre, porque no han sabido pararles los pies en su mal comportamiento, y se acaban convirtiendo en esclavas de un acondroplásico que las trae por la calle de la amargura, y que tampoco es feliz porque carece de límites.

Toda la propaganda new age sobre dejar a los niños hacer lo que les dé la real gana, no ponerles límites, no castigarles cuando lo merecen, es una basura. Una basura de niveles colosales. Una basura que hace daño, y mucho.

Te voy a poner un ejemplo:

Mi hijo un día, cuando rondaba el año de edad, me metió un mordisco en la berza mientras estaba mamando. Inmediatamente recibió una buena palmada en el trastero (con el pañal puesto) y un grito bien claro de su madre: "¡Eso no se hace!" Por supuesto me guardé la berza y se la negué. Pilló un berrinche de la leche, nunca mejor dicho, y estuvo llorando desconsolado un buen rato mientras yo lo ignoraba. Si venía hacia mí, rebotado, pidiendo berza, lo rechazaba. Al rato, el rebote se le calmó, y ya vino pidiendo con cara de lástima. Le dije: "¿Vas a morder más? Me has hecho mucha pupa. A Mamá no se le hace pupa. Si muerdes, te quito la berza." Y él, desconsolado; "¡Noooooo!" Vale, le volví a dar berza, y con la berza en la boca, todo hipos de desconsuelo, se quedó frito.

Ese ha sido mi episodio de mordiscos con mi hijo. Nunca más mordió, ni cuando empezó el colegio se quejó nadie.

Mi hija, un día, año y poco, todavía no andaba bien sola. Yo estaba sentada en una silla, agarrándole los brazos mientras ella estaba de pie, y yo hablaba con una amiga. Se inclinó sobre mi muslo y me dio tremendo bocado a traición. De los que dejan morado. Mismo procedimiento, palmada en el trastero, grito de su madre, y me niego a hacerle caso. Mismo berrinche, mismo rebote, hasta que se le pasa y viene contrita, le digo que hace mucha pupa, le enseño la herida, y le digo que no lo vuelva a hacer.

Primer y último episodio de mordiscos.

Así con todo. Primer día en el parque que le digo a mi hijo que recoja que nos vamos a casa y me empieza a montar el número de que no quiere. Me niego a empezar a gritos con él, o a correr como una loca con el bombo de mi hija por todo el parque. Le digo alto y claro: "Mamá se va a casa, si no vienes te quedarás aquí tú solito". Y me giro y me voy. Sin mirar atrás. Y cuesta. Cuesta horrores. Pero hay que hacerlo. Cuando pasaba un árbol, me giraba un poco para mirar qué hacía de reojo, sin que él lo notara. Cuando llegué a la puerta del parque, ya lo tenía a mi lado llorando como un loco, gritando "¡No te vayas, Mamá!", al más puro estilo de la serie Marco.

Nunca más me quiso hacer la envolvente en el parque. A veces me pedía cinco minutos más, por favor. Yo se los concedía, pero al minuto 6, ya me estaba levantando. Y venía detrás.

Mi hija, sobre dos años y medio, vamos por la calle y llegamos a un semáforo. Le cojo la mano y se suelta y empieza a chillar que quiere cruzar sola. Sin decir nada le agarro la mano con la fuerza de una boa constrictor, mientras ella berrea como una posesa. Y la llevo todo el camino agarrada diciéndole que la nena tiene que cruzar sí o sí, las calles cogida de la mano. Sigue berreando todo el camino y en casa como si la hubieran dado de baja de la suscripción de la vita. Estos berreos los hacía siempre que no se salía con la suya en algo. Y yo siempre le hacía el mismo procedimiento: la sacaba de la habitación donde estaba yo, o el resto de la familia, le decía que los demás no teníamos que aguantar sus berreos ni hacerle caso mientras estaba así, y que volviera a entrar una vez que se hubiera calmado. Recuerdo que lo hizo en cuatro o cinco ocasiones, en una de ellas estuvo dos horas de reloj berreando sola en el pasillo. Una vez lo hizo en casa de la abuela, que decía: "Cógela, pobrecita, que está llorando mucho", y le dije: "Nadie le está haciendo daño, no le pasa nada malo, si le hago caso ahora, volverá a berrear una y otra vez cada vez que quiera salirse con la suya". El motivo de aquella vez es que había pescado para cenar. Al rato entró, sin llorar, y se comió el pescado (por cierto, ahora le encanta el lenguado). Si entraba en la habitación donde estábamos los demás a berrear, calmada pero firme, la volvía a devolver al pasillo o a su habitación, diciéndole: "Cuando te calmes, Mamá te hará caso". o "Vuelve cuando estés calmada".

Cuando entendió que los berreos no le daban ningún poder sobre mí, desistió y nunca más se puso así.

Si dejas que tus hijos hagan cosas que no te gustan, acabarás alimentando rencor contra ellos. Su mal comportamiento es, la mayoría de veces, un reflejo de nuestra laxitud. Su premio más grande es nuestra atención. No dejes que la obtengan nunca por su mal comportamiento.
Lo de quitarles la berza al primer mordisco es mano de santo, doy fe.

Un consejo muy obvio es no empeñarse en enseñarles a hacer lo que acabarán haciendo por sí mismos (andar, dejar el pañal...). También irles dejando comer solos, en función de la edad.
 

heinlein74

Madmaxista
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10 Jun 2017
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Bueno, te voy a dar un consejo, aunque dudo que lo aproveches.

Estoy cansada de ver como madres acaban odiando (y no es exageración) a sus hijos y a su papel como madre, porque no han sabido pararles los pies en su mal comportamiento, y se acaban convirtiendo en esclavas de un acondroplásico que las trae por la calle de la amargura, y que tampoco es feliz porque carece de límites.

Toda la propaganda new age sobre dejar a los niños hacer lo que les dé la real gana, no ponerles límites, no castigarles cuando lo merecen, es una basura. Una basura de niveles colosales. Una basura que hace daño, y mucho.

Te voy a poner un ejemplo:

Mi hijo un día, cuando rondaba el año de edad, me metió un mordisco en la berza mientras estaba mamando. Inmediatamente recibió una buena palmada en el trastero (con el pañal puesto) y un grito bien claro de su madre: "¡Eso no se hace!" Por supuesto me guardé la berza y se la negué. Pilló un berrinche de la leche, nunca mejor dicho, y estuvo llorando desconsolado un buen rato mientras yo lo ignoraba. Si venía hacia mí, rebotado, pidiendo berza, lo rechazaba. Al rato, el rebote se le calmó, y ya vino pidiendo con cara de lástima. Le dije: "¿Vas a morder más? Me has hecho mucha pupa. A Mamá no se le hace pupa. Si muerdes, te quito la berza." Y él, desconsolado; "¡Noooooo!" Vale, le volví a dar berza, y con la berza en la boca, todo hipos de desconsuelo, se quedó frito.

Ese ha sido mi episodio de mordiscos con mi hijo. Nunca más mordió, ni cuando empezó el colegio se quejó nadie.

Mi hija, un día, año y poco, todavía no andaba bien sola. Yo estaba sentada en una silla, agarrándole los brazos mientras ella estaba de pie, y yo hablaba con una amiga. Se inclinó sobre mi muslo y me dio tremendo bocado a traición. De los que dejan morado. Mismo procedimiento, palmada en el trastero, grito de su madre, y me niego a hacerle caso. Mismo berrinche, mismo rebote, hasta que se le pasa y viene contrita, le digo que hace mucha pupa, le enseño la herida, y le digo que no lo vuelva a hacer.

Primer y último episodio de mordiscos.

Así con todo. Primer día en el parque que le digo a mi hijo que recoja que nos vamos a casa y me empieza a montar el número de que no quiere. Me niego a empezar a gritos con él, o a correr como una loca con el bombo de mi hija por todo el parque. Le digo alto y claro: "Mamá se va a casa, si no vienes te quedarás aquí tú solito". Y me giro y me voy. Sin mirar atrás. Y cuesta. Cuesta horrores. Pero hay que hacerlo. Cuando pasaba un árbol, me giraba un poco para mirar qué hacía de reojo, sin que él lo notara. Cuando llegué a la puerta del parque, ya lo tenía a mi lado llorando como un loco, gritando "¡No te vayas, Mamá!", al más puro estilo de la serie Marco.

Nunca más me quiso hacer la envolvente en el parque. A veces me pedía cinco minutos más, por favor. Yo se los concedía, pero al minuto 6, ya me estaba levantando. Y venía detrás.

Mi hija, sobre dos años y medio, vamos por la calle y llegamos a un semáforo. Le cojo la mano y se suelta y empieza a chillar que quiere cruzar sola. Sin decir nada le agarro la mano con la fuerza de una boa constrictor, mientras ella berrea como una posesa. Y la llevo todo el camino agarrada diciéndole que la nena tiene que cruzar sí o sí, las calles cogida de la mano. Sigue berreando todo el camino y en casa como si la hubieran dado de baja de la suscripción de la vita. Estos berreos los hacía siempre que no se salía con la suya en algo. Y yo siempre le hacía el mismo procedimiento: la sacaba de la habitación donde estaba yo, o el resto de la familia, le decía que los demás no teníamos que aguantar sus berreos ni hacerle caso mientras estaba así, y que volviera a entrar una vez que se hubiera calmado. Recuerdo que lo hizo en cuatro o cinco ocasiones, en una de ellas estuvo dos horas de reloj berreando sola en el pasillo. Una vez lo hizo en casa de la abuela, que decía: "Cógela, pobrecita, que está llorando mucho", y le dije: "Nadie le está haciendo daño, no le pasa nada malo, si le hago caso ahora, volverá a berrear una y otra vez cada vez que quiera salirse con la suya". El motivo de aquella vez es que había pescado para cenar. Al rato entró, sin llorar, y se comió el pescado (por cierto, ahora le encanta el lenguado). Si entraba en la habitación donde estábamos los demás a berrear, calmada pero firme, la volvía a devolver al pasillo o a su habitación, diciéndole: "Cuando te calmes, Mamá te hará caso". o "Vuelve cuando estés calmada".

Cuando entendió que los berreos no le daban ningún poder sobre mí, desistió y nunca más se puso así.

Si dejas que tus hijos hagan cosas que no te gustan, acabarás alimentando rencor contra ellos. Su mal comportamiento es, la mayoría de veces, un reflejo de nuestra laxitud. Su premio más grande es nuestra atención. No dejes que la obtengan nunca por su mal comportamiento.
Bravo. Si todos los padres aplicasen un poquito de lo que usted dice todo iría sobre ruedas.
Esto no excluye estar atento a sus necesidades y entender que también tienen días buenos y malos y a veces el hambre y la sed o un pequeño dolor que les hace ponerse como pequeños micos malhumorados. Ahí viene muy bien la empatía y saber que les pasa y por qué, a veces un vaso de agua es mano de santo. Pero una cosa es que estén irritables o de mal humor y otra que hagan barrabasadas sin ninguna consecuencia.
Cariñosa firmeza
 

Lenina

Charizard
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3 Ene 2016
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Bravo. Si todos los padres aplicasen un poquito de lo que usted dice todo iría sobre ruedas.
Esto no excluye estar atento a sus necesidades y entender que también tienen días buenos y malos y a veces el hambre y la sed o un pequeño dolor que les hace ponerse como pequeños micos malhumorados. Ahí viene muy bien la empatía y saber que les pasa y por qué, a veces un vaso de agua es mano de santo. Pero una cosa es que estén irritables o de mal humor y otra que hagan barrabasadas sin ninguna consecuencia.
Cariñosa firmeza
Ok, pero ¿tienes algún trauma con la palabra berza?