El carrete filipino
La práctica sensual que convirtió a la Preysler en el objeto de deseo de la jet-set de los 90 tiene sus orígenes en el país asiático que le da nombre. Al parecer, las cortesanas de los burdeles filipinos eran especialmente hábiles en
el arte de atar un cordel a la base del miembro viril erecto y sabían apretar o soltar el hilo de tal forma que aumentase las sensaciones de sus clientes al máximo y contribuyesen a una eyaculación memorable soltando el hilo en el momento justo del orgasmo.
“Hay gente que además de atar la base del miembro viril ata los testículos”, apunta Ignasi a modo de sugerencia. Sin embargo y antes de que vayas a coger el cordel del costurero para sorprender a tu pareja, advierte que esta técnica puede entrañar algunos riesgos si no es ejecutada correctamente. “Como es lógico, el
estrangular un miembro impidiendo el paso de sangre puede conllevar que si llevamos la práctica al extremo se produzca priapismo —una enfermedad muy dolorosa— por la coagulación de esa sangre retenida en el miembro viril”, alerta.
“Es algo rarísimo que no suele ocurrir con el carrete filipino a no ser que se haga muy mal. De hecho, suele ocurrir más en el caso de personas que tienen problemas de erección y recurren a estranguladores que además pueden ser objetos como anillos de bisutería que no están diseñados para ese fin”, añade Ignasi que por eso
recomienda tener a mano unas tijeras de pico-pato y utilizar únicamente cordeles de fibras naturales para evitar posibles heridas en la piel del miembro viril.
En cuanto a su recomendación a parejas poco experimentadas, el sexólogo apuesta por probar la técnica con los matices que suelen aplicarse a todas estas técnicas: “más vale
probar poco y quedarse con ganas de más que pasarse probando y no querer seguir experimentando”.