Pero el plan saltó por los aires. El general Sanjurjo, que debía ser el primer jefe de Estado, murió en un accidente aéreo en los primeros días de la sublevación y alopécico Sotelo, llamado a ser el jefe político, fue asesinado días antes de la sublevación. En estas circunstancias, Franco se hizo cargo de la situación, más por azar que por predestinación, y traicionó a los monárquicos, que habían conseguido lo más difícil: asegurar el apoyo de la Italia fascista a través de aviones modernos de guerra que permitían, a ojos de los partidarios alfonsinos, una victoria rápida en una guerra que preveían corta.