El desafío de la Generación Bataclan

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El desafío de la Generación Bataclan
Internacional / La amenaza yihadista
El desafío de la Generación Bataclan

Los jóvenes parisinos demostraban anoche que seguirán con esos hábitos que la intransigencia islamista considera execrables

22 de noviembre de 2015. 03:55h Lucas Haurie - Enviado especial. París.

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Dos jóvenes bailando frente a la plaza de la República de París, lugar donde los parisinos han rendido homenaje a las víctimas de los atentados del pasado viernes
Fernando Pérez

Bataclan, la sala mártir del 13-N, sigue cerrada pero luce un mensaje poderoso en su frontispicio: «La libertad es un monumento indestructible». Para Teddy, un martiniqués que curiosea por los aledaños con la pachorra y el acento inconfundible de los antillanos, la libertad es también «la droja más poderosa que hay. Una vez que la has probado, no puedes prescindir de ella. Y créeme, hermano, porque yo de drojas algo sé». Suelta una carcajada estentórea y señala a una patrulla de Policía. «El mundo está loco, tío, ¿quién iba a decirme que yo iba a respetar a los polis? Salut les flics. Bou courage, les gars (hola, maderos. Suerte, chicos)», les grita.

Pero ya puede filosofar todo lo que quiera Teddy acerca del alma de París que «nunca morirá porque tú puedes apiolar a la gente pero el espíritu es inmortal», pero lo cierto es que la celebérrima vida nocturna parisiense respira miedo. Paco Ruiz Miguel, torero de San Fernando (de donde es oriunda Anne Hidalgo, la alcaldesa parisina), dijo hace mucho que «no sentir miedo es de locos. El valiente es el que tiene miedo pero sabe vencerlo o, al menos, lo disimula».

En la zona de copas más exclusiva de la capital, cerca de los Campos Elíseos, Mathieu admite que siente «miedo y angustia». Este abogado de 33 años recorre la corta distancia entre dos locales de moda, el Duplex y el Baron, explicando que «siento muchas cosas pero entre ellas, desde luego, no está la tranquilidad. Pero lo que sí aseguro es que voy a seguir viviendo plenamente el París nocturno aunque al principio, como me sucede hoy, sea sin demasiadas ganas».

Angéline, una profesora bretona afincada en la capital, se suele mover por el Barrio Latino, lo que ella define como «la nueva zona BoBo (burgués y bohemia)», donde lo mismo degusta crepes de su tierra en La Nantaise que disfruta de una cena tailandesa en la terraza chill out de Madame Shawn. «No tengo ni idea de por qué nos han atacado, si porque representamos la libertad o por complejos motivos geopolíticos. No lo sé. Sólo sé que quiero volver a mi vida cotidiana y dejar de sentir la angustia que siento en este momento». Su amiga Marine entiende «que el miedo se haya apoderado de nosotros pero no podemos desertar de nuestra ciudad. Si nos gusta París es por sus terrazas, sus teatros y sus museos, que visitamos a menudo de madrugada. A partir del próximo fin de semana, volveremos a salir».

El Gibus Club es uno de esos bares de copas en los que atruena la música en la pista pero se puede conversar tranquilamente en las mesas. Está en la zona de Bastilla y es el sector en el que se divierten treintañeros de alto poder adquisitivo. «París no se romperá porque seremos miles los que siempre estaremos dispuestos a sostenerla. No vamos a olvidar nunca a las víctimas pero la vida debe continuar, como Freddy Mercury enseñó a la gente de su generación. Show must go on». Pierre, un ejecutivo de 31 años, asume el discurso del mismísimo presidente Hollande. «Este país no se parecería a sí mismo si renunciase a sus bares o a sus terrazas. Forman parte de nuestra identidad».

La movida lgtb se concentra en Le Marais, el mismo barrio donde reside la mayor comunidad judía de Francia. «Hitler, Bin Laden, que os den por el c...», grita un fornido muchachote con muchísima pluma que saca la lengua en la puerta del Banana Café. No lejos de allí, en bares baratos a los que acuden los estudiantes cuya asignación no da para más, un universitario local, Etienne, ejerce de anfitrión de un trío de extranjeros matriculados este curso en Francia. «Ellos quieren que tengamos miedo, por eso voy a seguir haciendo mi vida normal», explica antes de admitir que lleva «en shock desde el viernes pasado». Su amiga Carmen, española, tampoco las tiene todas consigo porque «la inseguridad sigue» pero anuncia un esfuerzo «para seguir con la misma rutina». El jovenlandés Brahim admite que saldrá «por sitios en los haya menos gente». A él sí le asustan «las amenazas del Estado Islámico», que «hay que tomarse en serio. París es una gran ciudad y nunca es segura del todo, por eso yo siempre intento evitar los sitios muy concurridos».

Para Carlos Arbeláez, un colombiano que estudia Ciencias Políticas, «es imposible no tener miedo. Intentaré evitar el transporte público y los puntos sensibles de la ciudad. El peligro no acaba, por lo que tampoco lo hace nuestro temor e incertidumbre» aunque «la mejor manera de plantar cara a esto sería continuar con nuestra vida normalmente. Así que aunque hoy no estamos del todo tranquilos, hemos venido a brindar».

La afluencia a los locales nocturnos ha sido durante este fin de semana inferior al normal, lo que los optimistas quisieron achacar a la meteorología. Tal vez, o puede que no. Pero incluso si el miedo los atenaza, los jóvenes parisinos planean seguir con esos hábitos que la intransigencia islamista toma por execrables: beber, escuchar música, fornicar con quien se tercie. Pecar, en suma, que es un derecho que las sociedades avanzadas que supieron ganarse cuando separaron el código civil de la norma religiosa.



Generación Erasmus, generación Bataclán


17 de noviembre de 2015. 18:54h Belen V. Conquero.


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Yo también estuve en París el viernes por la noche. No me tomaba una cerveza en una de las apretadas mesitas de la terraza de Le Carillon, ni me emocionaba al ritmo de Eagles of Death Metal, pero estaba allí. Sentí el miedo como uno más.

Una primera alerta saltaba en mi móvil pasadas las diez de la noche. Iba a ser una noche tranquila, de peli y sofá, pero al leer "tiroteo y explosión en un barrio de París" mi mente se trasladó directamente allí. ¿Dónde están Céline, Boris, Victor, Emanuele, Paula y Delphine? El grupo de whatsapp Erasmus se convirtió en la mejor fuente de información. Lo integramos más de 20 personas y, de al menos, tres nacionalidades diferentes. París nos unió hace más de siete años. Creó un vínculo difícil de romper. La conversación no conoce un solo idioma, más bien hablamos una mezcla, algo así como "frañol".

-Sí, fusillades en el 11eme (ha habido un tiroteo en el distrito 11), pero no se qué ha pasado

-Es horrible, en Saint Denis aussi (también en Saint Denis)

-Rehenes en Bataclan

-frutain, j'ai trop peur (jorobar, tengo mucho miedo)

-Mi hermano estaba ahí al lado. Está bien, va camino a casa

-Ya van 30 personas muertas

-Quédate donde estés Celine, el secuestro sigue en Bataclan

-De verdad... tengo mucho miedo

Este no fue más que el inicio de una larga noche en la que se entremezclaban nuevos datos de FranceInfo, el canal 24 horas y la CNN. Desde Londres, Roma, Córdoba (Argentina), Viena, Madrid, Nueva Delhi y París íbamos intentando entender lo que estaba ocurriendo. Victor fue de los últimos en dar señales de vida. Respondía pasada la una de la madrugada: "Estaba en el cine y al salir nos hemos escondido en una portería que nos han abierto". Y las historias de los amigos de los amigos se sucedían.

-Uno de mi grupo de running me acaba de decir por Facebook que estaba en Bataclan con su novia. Por suerte salieron por la salida de emergencia con el primer tiroteo. Ella está en shock.

-Apuntaros en el grupo de "Seguros" que ha creado Facebook.

-Una de mis amigas estaba en uno de los bares cuando han empezado a disparar. Mientras escapaba, una mujer ha muerto delante de ella. Estoy aterrorizada.

-Cierran las fronteras. Personne ne sort, personne ne rentre (nadie sale y nadie entra).

-Estamos en estado de urgencia. Debemos aceptar que estamos en guerra.

Lo mensajes no cesan en toda la noche y a la mañana siguiente la sensación de impotencia sigue, pero empiezan los primeros análisis. Las primeras opiniones encontradas.

-No debemos mezclar la religión islámica con estos terroristas. Es lo que ellos quieres.

-Sí, pero no debemos ponernos un velo. Existe un verdadero problema de adoctrinamiento, de radicalización.

-No todos los fiel a la religión del amores están adoctrinados

Y, entre el terror, la vida sigue. Una foto de varias erasmus en la boda de un tercero intenta poner algo de luz. Otros dos se juntan para participar en una carrera. "Hemos corrido por vosotros, por Francia", pero la mejor noticia llega el domingo.

-Hola chicos, una noticia positiva en este mundo loco. Esta mañana ha nacido nuestra hija Sara.

-¡Bienvenue Sara!



Generación Bataclan: «No tiene sentido tener miedo, si quieren matarme, no puedo hacer nada»


Jóvenes franceses cuentan cómo se sienten después de haber vivido los terribles ataques del pasado viernes. Pertenecen a la misma generación y a la misma ciudad que los asesinos. Hoy, optan por salir adelante, hacerle frente al miedo y tener una vida normal

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Un joven camina cerca de la Sala Bataclan donde murieron 89 personas que asistían a un concierto de hard rock - AFP
Josefina G. Stegmann - @jgstegmann Madrid - 19/11/2015 a las 02:48:34h. - Act. a las 02:48:38h. Guardado en: Internacional

«Just terror» (solo es terror) dice el título de portada del último número de Dabiq, la revista de Daesh. Un mensaje corto, directo pero sobre todo, tremendamente cínico. «Solo es terror». ¿Vendrá algo más? ¿Hay algo más abominable que banalizar la vida de un ser humano?

Desde París, Pierre Lacombe, un joven francés ingeniero de 24 años que trabaja en una «startup» y perdió a compañeros de universidad y a hermanos de amigos en la sala Bataclan, no deja de repetir al teléfono: «Terrible», «terrible»... al recordar el ataque terrorista del pasado viernes en su ciudad.

«Terror», un sustantivo en boca del malo y «terrible», un adjetivo en la de una víctima. Una es usada con fines cínicos, incluso, abominablemente sarcásticos. La otra, usada como expresión de lamento, aturdimiento, aunque no resignación.

Pero no todo son diferencias. Por muy imposible de creer que parezca, entre los asesinos y las víctimas existen similitudes. Los asesinos no superan la treintena, al igual que la mayoría de las personas que murieron aquel fatídico viernes 13, sobre todo en la sala de conciertos Bataclan. Además, los terroristas, por lo menos los identificados hasta ahora, son en su mayoría europeos, concretamente franceses, como las víctimas.

La generación Bataclan, como ha apodado el diario Libération a una juventud que ha vivido y está viviendo el terror en su propia casa, tiene la misma edad y comparte ciudad con aquellos que dispararon y murieron al accionar sus cinturones explosivos.

Attentats de Paris : la jeunesse assassinée #AFP pic.twitter.com/EruLsQO5PU
— Agence France-Presse (@afpfr) noviembre 18, 2015

«El objetivo de estos ataques era la gente joven, que iba a un concierto a divertirse, a pasarlo bien, a tomar una copa y bailar. Yo no estaba lejos de la sala Bataclan, también había salido con mis amigos cuando, de repente, notamos la situación de pánico y la cantidad de policías y fuerzas especiales que había en la calle. Tratamos de salir corriendo a casa lo más rápido posible», narra Pierre casi sin respirar, dando la sensación de que sus pensamientos y sobre todo, las imágenes se suceden en su cabeza mucho más rápido que sus palabras.


«En blanco y neցro»

«Parece una pesadilla, como cuando te tapas los ojos en una película. No reconoces tu ciudad, es terrible. Los atacantes tenían entre 20 y 30 años y algunos eran franceses y es muy soreprendente que encima los ataques se hayan organizado en Bélgica. Es terrible», lamenta. Sin embargo, y con lógica, Pierre no siente con ellos lazos en común e intenta buscar explicaciones. «Creo que tengo suerte de haber crecido en un ambiente seguro, en una casa llena de amor y conocimiento, he viajado mucho. Pero esta gente cree que el mundo es en blanco y neցro», sentencia.

La generación de Pierre está viviendo por primera vez un ataque de Daesh en territorio europeo. Las bombas ya no se oyen en los telediarios, sino al lado de sus casas. El presidente Hollande, aseguró, contundente el pasado lunes en Versalles, que el país está en guerra. Ya no son los relatos de sus abuelos, ya no es la televisión, ya no son kilómetros de distancia. El país de la llamada «Generación Bataclan» está en guerra.

A juicio de Pierre, es una guerra en la que está inmersa Francia pero también el resto del continente. «Es un conflicto de todos, ya que toda Europa también se siente atacada». «Pero no tengo miedo y es importante no tenerlo. Porque ese es el objetivo de Daesh».

«Volverán a hacerlo»

La casa de Pierre está a solo diez minutos de Bataclan. Dice que ve gente rezando, devastada. Aún así, reconoce la entereza del pueblo francés. «Veo determinación en las miradas de la gente, no quieren tener miedo, hay que enfrentar esto con fuerza y coraje, simplemente, hay que continuar».

Deseo de continuar muestra Sophie Halliot, una joven francesa de 26 años que trabaja desarrollando aplicaciones móviles y que conoce muy bien algunas de las zonas de los ataques. «Si es que hace apenas unas semanas celebrábamos en la cafetería La Belle Equipe el cumpleaños de mi mejor amiga», lamenta.

Sophie habla con firmeza y dice sin titubear que «nos van a volver a atacar». Pese a sus afirmaciones, es difícil percibir en su mirada resignación: «Da igual que nos protejamos, volverán a hacerlo», repite una y otra vez.

Ha decidido hacer vida normal aunque también es plenamente consciente de que sin llegar a la treintena el paisaje de su ciudad no es el que quisiera. «Pensábamos que esta era una época de paz pero no es así. Jamás olvidaremos este día, quedará marcado para siempre». Aún así, y en la misma línea que Pierre, asegura: «Tenemos que ser valientes».

Sarah Lou-Lepers es periodista. Móvil en mano y con la cámara del Skype encendida camina por la calle Francois 1st, en el distrito 8, con tranquilidad mientras cuenta su impresión. «Míralo, la gente está tranquila, sale a la calle, hay coches que van y vienen, incluso se ven turistas», dice. Sarah ha estado sumergida en el trabajo, en una radio de París todos estos días. «No lo he visto directamente, necesito ir a los sitios de los ataques, todavía no me lo creo», asegura. Cuenta que hay diferentes reacciones entre sus amigos. «Una amiga se fue unas semanas de París porque tiene miedo; otra me contó que el día de la estampida pensó aterrorizada que moriría, que era un objetivo seguro por el hecho de llevar una cacheta de un rojo chillón. Pero también hay otros que hacen vida normal. Se creó en Twitter el hashtag #JeSuisEnTerrasse (algo así como: estoy fuera, en una terraza) para demostrar que podemos seguir saliendo, que no tenemos miedo».

«Tenemos que vivir»

Cree que sus «compatriotas» asesinos no han recibido buena educación, que se criaron en ambientes diferentes, con menos oportunidades y que, pese a que muchos de los familiares de los atacantes reconozcan avergonzarse de ellos, cree que no han tenido contactos con sus familias y que todo ello ha podido ejercer algún tipo de influencia en estos terribles ataques.

Sarah reconoce que incluso la presencia policial también le da tranquilidad, aunque opta por no temer, sencillamente, porque para ella, no tiene sentido. «No tiene sentido tener miedo, si quieren matarme, no puedo hacer nada», dice tajante.

Esta joven periodista parece dormir tranquila, su generación también. Y aunque sabe todo el mundo se da la vuelta en la calle al escuchar algún sonido extraño insiste en la necesidad de seguir adelante. «Tenemos que vivir», sentencia.



Generación Bataclan


Francisco J. Poyato - Pretérito imperfecto
Generación Bataclan Francisco J. Poyato

Los jóvenes asesinados en París eran como tu hijo, o como los de tus amigos: soñaban despiertos

- 22/11/2015 a las 09:40:08h. - Act. a las 09:40:53h. Guardado en: Andalucía , Córdoba

Fueron a beber esa noche un trago de la vida que ya no volverán a sentir. Un sorbo chispeante, largo, loco... en la ciudad posiblemente más maravillosa del mundo. Eran como tu hijo, como tu sobrina, como tus vecinos jaleosos del cuarto, como los hijos de tus amigos o como el intrépido vástago de tu compañero que ha ido a ganarse la vida fuera. Componen una foto social que te es muy familiar. A lo mejor no está puesta en el salón de casa, pero conoces muchas como ésa. Te han contado sus cortas biografías. Veinteañeros y treintañeros que tuvieron la mala suerte el fatídico viernes 13 de encontrarse en la bohemia orilla derecha del Sena. Cenando en locales y terrazas de barrios burgueses. Tomando una copa. Soñando despiertos. Jóvenes profesionales, estudiantes universitarios, erasmus, hipsters, hijos de pagapensiones, trabajadores... viviendo en una armonía pacífica. Una mezcla propia de los tiempos presentes sin mayores afanes que los que el novelista francés André Malraux definió un día como «esa especie de religión a la que uno siempre acaba convirtiéndose». Un estado del espíritu, a fin de cuentas.

La parte más tolerante de nuestra pirámide social, curiosamente. Sabían a por quiénes iban. Como han explicado muchos sociólogos estos días de llanto y duelo, jóvenes que ganan poco, piden ayuda a sus padres para pagar el piso y salir a tomar algo, creativos, con gran sensibilidad cultural, muy bien formados y abiertos. Allí estaban en la Sala Bataclan disfrutando de un concierto cuando se toparon con otros jóvenes coetáneos dispuestos a aniquilar todo resquicio de libertad, de vida y esperanza. En ese punto fatídico del Boulevard Voltaire donde ese 13-N el destino citó a dos generaciones que protagonizarán, desgraciadamente, el mundo que está por llegar. Como la ha definido estos días el diario francés «Liberation», una es la «Generación Bataclan». La fallecida en el brutal atentado terrorista, sanguinaria tarjeta de visita de quienes nos odian y quieren matarnos, y frente a la que no caben equidistancias, ni infundados buenismos ni mantras de bajeza jovenlandesal que pretenden dar, además, lecciones de democracia y valores desde una seguridad construida con los mimbres que erosionan cada vez que lanzan esos discursos hipócritas y dañinos. Basta un minuto para retratarse sin palabras, trazos o música.

Desde esa noche, nace una generación, la que feneció y la que sobrevivió, que ya sabe a lo que su futuro inmediato se enfrenta en esta vida. Y que debe combatir el miedo, resistiendo desde la normalidad de sus días y noches, pero desde la más absoluta defensa de nuestros valores democráticos (que también incluyen el derecho a defenderse), occidentales, europeos y ****ocristianos, nuestra raíz cultural e histórica, por mucho que algunos se empeñen también en denostarla para darle un palmo de hueco a quienes en nombre de una deidad implora la vida eterna con plegarias del calibre 7,62. Una generación que evoluciona frente a otra que involuciona en un estado de guerra santa. Allí estaban esos otros jóvenes de la «Generación ISIS». Un rebaño de kamikazes con una mente secuestrada y entregada a un sacrificio irracional e inhumano. Un terror global convertido en la antorcha a la que seguir desde las tinieblas subjetivas de cualquier punto del mundo. Sin clases sociales ni intelectuales. Y conociendo sus historias, también podrían ser, aunque cueste mucho asumirlo, jóvenes a los que podemos cruzarnos por la calle e incluso haber conocido y que un buen día deciden entregarse al mal como única aspiración y proyecto vital. Estamos ante un nuevo horizonte con dos generaciones que miran a la vida con ojos irreconciliables.



El golpe a la generación Bataclan | Mundo | LA TERCERA
Los ataques en París afectaron directamente a una generación de artistas, músicos, escritores y arquitectos. La mayoría de entre 25 y 40 años.
Constanza Cruz D.
21 de noviembre del 2015 / 21:21 Hrs

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Músicos, artistas, estudiantes y directores de cine. Una generación de entre 25 y 40 años, caracterizada por moverse en los barrios “bobo”-burgueses y bohemios-, sectores repletos de cafés, bares y clubes nocturnos. Algunos hijos de pagapensiones, otros veganos, preocupados de los valores sociales y en general votantes de izquierda, la prensa francesa los ha bautizado como la “generación Bataclan”. Muchos de ellos fueron los principales afectados de la tragedia; gran parte de los 129 muertos y 350 heridos que dejaron los atentados en París integraban esta generación. Y también a los que sobrevivieron.

“Son abiertos, culturalmente activos. En general tienen buenos títulos, defienden valores, tienen mucha vocación por sus trabajos creativos y (...) son considerados como una juventud promesa y exitosa”, explica a La Tercera la socióloga francesa y especialista en juventud, Cécile Van de Velde. A pesar de que no está de acuerdo con que se les denomine de esa forma, ya que quienes se identifican con ese entorno y con los eventos es un segmento más amplio, asegura que es una generación “resistente” porque han peleado contra una gran crisis y lucharán para rechazar el miedo.

El psiquiatra francés Ronan Orio, experto en ataques terroristas, dice a La Tercera que esta generación “es una población egoísta y egocéntrica. Llena de autosatisfacción y que da lecciones en todos los campos”. A su juicio, a los medios que crearon este término se les olvida las otras 19 nacionalidades de los que murieron en París.

No obstante, el lunes, el Presidente Francois Hollande y su gabinete se trasladaron a La Sorbona, una de las universidades más antiguas de Europa, para mantener un minuto de silencio por las víctimas. No es casualidad que lo hayan realizado allí. En ese sitio es donde se reúne gran parte de esta generación: profesores, arquitectos, estudiantes y escritores, entre otros.

Inseguridad

A más de una semana de los atentados, los jóvenes parisinos tienen más preguntas que respuestas. Muchos están conscientes de que podrían haber sido ellos o sus amigos los que murieron, ya que normalmente frecuentan los lugares que fueron objetivos de ataque: los bares Le Carillon, La Belle Equipe, Bonne Biére, Le Petit Cambodge y la sala Bataclan. Por estos días intentan volver a la normalidad, pero la tensión y el miedo se perciben. “Se siente la inseguridad. Todos los días hay avisos de bombas en los metros. Pero no ha cambiado mucho mi modo de vida, quizás no salgo tanto y estoy más vigilante, pero intento tener una actitud positiva y seguir como antes”, cuenta a La Tercera la parisina y arquitecta Marine Winckler (30).

También hay quienes han comenzado a salir en un acto de desafío al terrorismo para “demostrar que no tenemos miedo de vivir nuestra vida (...) nuestra generación está determinada en afirmar su libertad”, dice a este diario la italiana Francesca Sorli (27), quien reside en París hace dos años. Sin embargo, asegura que si es que se encuentra en lugares con mucha gente “me siento más insegura, cuando antes ni pensaba la posibilidad de encontrar terroristas en París”.

En el mensaje que el “Estado Islámico” efectuó luego del ataque, aseguraba que los objetivos fueron “elegidos minuciosamente por adelantado en el corazón de la capital francesa”.

De acuerdo al diario español El País, se buscó atentar para romper a una juventud más tolerante al islam e imponer el miedo. Pero para la mayoría, el objetivo principal no fue la juventud, sino que los lugares. “Para mí, son más decisiones políticas que generacionales”, dice Cécile Van de Velde.



París: La generación Bataclan no claudica | Internacional | EL PAÍS


Álex Vicente París 18 NOV 2015 - 10:58 CET


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Los jóvenes franceses continúan su rutina social y de ocio sin miedo. / ATLAS


Tuvieron la mala suerte de encontrarse en los distritos más jóvenes y festivos de la rive droite parisina, la orilla derecha del Sena, tan distinta de la gauche. Las víctimas de los atentados pasaron la noche del viernes en locales y terrazas de estos barrios entre burgueses y bohemios, poblados por jóvenes profesionales, estudiantes de letras, hipsters veganos, viejos proletarios e hijos de pagapensiones, viviendo en una armonía casi perfecta, aunque más parecida a la convivencia pacífica que a un verdadero melting pot.

Constituyen la “generación Bataclan”, como los acaba de bautizar el diario Libération. De ella forman parte muchos de los fallecidos, pero también los supervivientes, cuyo reto consistirá ahora en seguir comportándose, pese al difícil momento que vive la ciudad, como “neuróticos parlanchines, algo alcohólicos, obsesos sensuales y vagamente cultivados”, como ha ironizado el periódico. Los que han salido ilesos sienten que les podría haber tocado a sus conocidos, o incluso a ellos mismos. Lo confirma Baptiste, periodista de 31 años. “Cuando veo las fotos de los fallecidos, me digo que podrían ser amigos míos”, sostiene. “Es la primera vez que me siento apuntado, porque han atacado lugares que forman parte de mi vida social en París”.


La elección no fue casual. En el mensaje con el que reivindicó los atentados, el Estado Islámico aseguraba haber escogido esos lugares “minuciosamente”, con el objetivo de atacar “la capital de las abominaciones y la perversión” y apuntando a “los idólatras concentrados en una fiesta de perversidad”. Posicionándose contra ese mensaje, los jóvenes parisienses vuelven a ocupar estos días los cafés, bares y bistrós de la capital francesa, como si fuera casi un acto de resistencia. Particularmente, en los distritos 10 y 11, donde se encontraban los lugares asaltados: los bares Le Petit Cambodge, Le Carillon, La Belle Équipe y Bonne Bière, además de la sala Bataclan.

En enero, tras los atentados de Charlie Hebdo, un lema solidario brotó por todo el mundo: “Je suis Charlie”. Desde los atentados del viernes en París, muchos se sirven de un mensaje distinto, que estos días se multiplica en las redes sociales en señal de apoyo: “Je suis en terrasse” (Estoy en la terraza).

Si beber y fumar constituyen la infracción, los parisinos están dispuestos a reincidir en ella. En la noche del lunes, las terrazas abiertas en esos barrios no abundaban, pero estaban llenas. A las nueve en punto, pese a la lluvia intermitente, no quedaba una sola mesa libre en Chez Prune, uno de los bares más concurridos del Canal Saint-Martin, centro neurálgico de la vida nocturna en el décimo distrito. “La terraza está llena desde el mismo sábado”, confirma Adrien, de 25 años, camarero en el local, uno de los pocos que no cerró ese día pese a encontrarse a 300 metros de Le Carillon. “Yo no quería trabajar, por respeto a quienes murieron. Hasta que mi jefe nos dijo que, si no abríamos, Daesh habría ganado”.

En la terraza, la pareja formada por Charles y Caterina, realizador audiovisual y responsable de atención al cliente, de 26 y 24 años, sorben una copa de tinto y un vaso de cerveza. “Rechazamos convertirnos en lo que ellos quieren. Seguimos adelante con nuestras vidas, haciendo lo mismo que antes de los atentados”, responden a dos voces. “Hay que estar locos para no tener miedo. Pero uno debe hacer algo positivo con ese miedo. Por eso estamos aquí”.

Al final del canal, en la frontera con el distrito 11, se encuentra el Bataclan. La mayoría de terrazas están cerradas, excepto la de Le Baromètre, situado a 100 metros de la sala de conciertos. A las 11 de la noche, dos amigos, Adrien y Sarah, apuran sus cervezas. Ambos tienen 28 años. Él es músico y ella está en el paro. “No podemos encerrarnos en casa. Seguiremos escuchando música, bebiendo y fumando, por mucho que les moleste”, dice él. “El sábado caminé por el barrio. Cuando vi las terrazas llenas, me sentí bien”, confiesa ella.

La socióloga Cécile Van de Velde, profesora de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS) y especialista en la juventud, comparte su análisis de este grupo social. “Se trata de una juventud francesa favorecida, pese a no ser hijos de aristócratas. Ganan poco y, a menudo, tienen que pedir ayuda a sus padres para pagar el alquiler, pero tienen trabajos creativos que les gustan, de lo cual se enorgullecen. Cuentan con un gran capital cultural y están altamente diplomados, además de ser abiertos en términos de valores y favorables a la inmi gración”, explica. “La suya es una postura de resistencia, que se apoya en el principio de la movilización en común. Se trata de una manera de sentirse menos solo cuando uno siente miedo”, afirma. “En el fondo, esos jóvenes están quebrantados. Saben muy bien que iban a por ellos”.

¿Qué pretendía el ISIS atacando a esa juventud dorada con la cuenta en números gente de izquierdas? El historiador Pierre-Jean Luizard, especialista en Oriente Medio, también se ha sumado al debate. “El blanco elegido, los hinchas de fútbol y la juventud bobo [bohemia y burguesa] de los barrios del este de París, no ha sido escogido por casualidad”, ha dicho en una entrevista a Mediapart. “Se trata de una manera de atacar la juventud más tolerante con el islam, a una población que reflexiona sobre la situación del mundo, a un público educado que intenta comprender. En los barrios atacados, uno puede ver a jóvenes con cigarros y copas de vino en la mano relacionándose con los que van a la mezquita rigorista del barrio. Eso es lo que el Estado Islámico quiere romper, empujando a la sociedad francesa al repliegue identitario y el miedo al otro”.



La generación Bataclan no se rinde


"Desde luego que no voy a cambiar mi modo de vida porque es lo que los terroristas quieren", dice una estudiante de unos veinte años

Christophe Lehousse - París

17/11/2015 - 22:04h

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Estudiantes sentados en el voladizo de una ventana se suman al minuto de silencio celebrado en la Universidad de la Sorbona en memoria de las víctimas mortales de los atentados del pasado viernes en París EFE


Delante de la Sorbona, una de las universidades más antiguas de Europa, un cartel en la acera, adornado con rosas y velas, luce tres nombres escritos en letras pequeñas: Marion, Suzon y Sahdi. Sus fotos son sólo unas de las caras de los jóvenes que el fanatismo de los terroristas del viernes pasado se llevó por delante.

Un rápido repaso al terrible balance de los atentados deja una conclusión muy clara: después de los ataques contra símbolos de la libertad de expresión como Charlie Hebdo o contra una comunidad en particular como el Hyper Cacher en enero, esta vez el blanco de los terroristas era la juventud parisina.

Tampoco es casualidad que el lunes después de los atentados, el presidente Hollande y su gabinete de ministros eligieran la Sorbona para seguir el minuto de silencio que tuvo lugar en todas las ciudades del país: estudiantes, profesores, periodistas, arquitectos; para esa juventud 'burgués-bohemia' y alegre que sale el viernes por la noche, la hemorragia fue tremenda.

Hasta tal punto que el diario Libération hablaba en sus páginas del lunes de "Génération Bataclan", en referencia a la sala de conciertos donde tres de los siete terroristas mataron a 89 personas en un concierto de heavy metal.

"Es cierto. Los terroristas también quisieron apuntar a toda una generación. Por el mero hecho de que cuando quieres apiolar la vida, matas a la juventud primero", explica Julia cortesanaud, una joven estudiante de historia e inglés que estuvo en el minuto de silencio ayer en la plaza de la Sorbona. "Más que a una generación, yo creo que querían golpear en todos los sectores de la sociedad", subraya Antoine, estudiante de tercer año. "Porque no hay que olvidar que también querían entrar en el Stade de France, donde había muchas familias".

Del lado de los profesores, lo que predomina es la sensación de que esta vez la solidaridad después de los ataques es completa. "Mientras en enero se podían escuchar unas voces que discrepaban de la solidaridad con "Charlie" o que ponían en duda el hecho de que los autores de los atentados fueran terroristas islamistas, esta vez el efecto bloque es total", sostiene Eva Touboul, joven docente en la universidad Paris X-Nanterre. "Todos los estudiantes sienten que los terroristas querían cargarse a buena parte de su generación".

En el corazón de París, en la escuela de élite de Paris-Ulm, el sentimiento es parecido. "Quizás no quisieran destruir una generación, más bien un modo de vivir con bastantes libertades, pero sí, hay algo de eso", aprueba Roland Béhar. Este catedrático de español que todavía no ha hablado con sus alumnos tiene previsto hacerlo este miércoles durante "el tiempo que haga falta". "No les voy a hacer grandes discursos. Pero sí que les voy a incitar a hacer lo que hacían antes, es decir, a salir a los bares, a los teatros. ¿Por qué? Precisamente porque es por eso que nos golpearon. Si lo dejamos de hacer, si vivimos con miedo, habrán ganado".

Juliette Seguin, una estudiante en historia le da la razón. "Desde luego que no voy a cambiar mi modo de vida, porque es lo que los terroristas quieren. Quieren meternos miedo, encerrarnos en nuestras casas. Hay que hacer exactamente lo contrario para demostrarles que no acabaron con nosotros", afirma la veinteañera.

Sin embargo, la catedrática Eva Touboul tampoco se olvida del hecho de que al menos cuatro de los terroristas también eran jóvenes franceses. "No sé lo que hicimos mal en el transcurso de su educación, pero en algo fallamos. Por supuesto que la enseñanza no puede hacerlo todo, pero tampoco supimos darles el sentimiento de que formaban parte de la misma sociedad que nosotros. Y esto duele también".



Generación Bataclan
AL DÍA
Generación Bataclan

Jefa del servicio en español de Euronews en Lyon, 20 de noviembre de 2015. Actualizado a las 05:00 h.

«Mamá, no te preocupes, estoy bien, no he ido al concierto». Era viernes 13 por la noche. A eso de las diez, a mi compañera de trabajo le llegó este mensaje de su hijo veinteañero, residente en París. Fue así como se enteró de la toma de rehenes en la sala Bataclan, de la que su hijo se salvó porque la entrada le pareció cara. El precio de su vida, 89 personas murieron acribilladas en la mítica sala parisina, la mayoría jóvenes en la treintena.

La masacre ha golpeado a una generación cuya única gran preocupación ha sido conseguir un empleo, poder emanciparse de casa y emprender su vida. La generación de sus padres los había protegido no solo de los peligros de la vida cotidiana, sino que les dio una vida confortable y una educación para competir por el preciado empleo.

La paz y la libertad se daban por hechas. Ni siquiera se alertaron cuando los caricaturistas, algo irreverentes, del semanario Charlie Hebdo cayeron bajo las ráfagas de los Kalashnikov el 7 de enero. En las manifestaciones de «Je suis Charlie» la mayoría era de la generación de sus padres.

Ahora ha sido su libertad, esa tan banal de salir a tomar una copa con quien te apetezca o ir a un concierto, la que ha volado por los aires víctima de una violencia de nuevo cuño. Como dice el profesor de Relaciones Internacionales del Instituto de Estudios Políticos de París, Bertrand Badie, es una violencia que emerge desde la profundidad de la sociedad y que es explotada por lo que él llama «empresas especializadas de la violencia», como el EI y Al Qaida.

Es a esa realidad, terrible y temible, a la que acaba de despertar la joven generación del hijo de mi compañera; esa a la que el diario francés Libération se ha apresurado a bautizar como generación Bataclan.
 
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