Dos de los investigadores de la desaparición de las niñas de Alcàsser no se atraven a decantarse por ninguna hipótesis acerca de qué fue del malo Antonio Anglés
elpais.com
Un día de marzo de 1993,
un policía antidrogas de Portugal telefoneó a sus colegas españoles y les dijo que creía tener una pista del violador y malo de Alcàsser. Los agentes de la Brigada de Estupefacientes le pasaron el contacto al inspector Ricardo Sánchez. Y este fue y le llamó:
—Me han dicho que puedes saber algo del individuo que estamos buscando...
—Sí, tengo un colaborador que me describe a un hombre que coincide con esa persona.
—¿Qué grado de fiabilidad tiene ese confidente?
—Total. Del cien por cien.
—¿Y qué te ha contado?
—Que conoce a un tipo que simula que habla italiano, aunque en realidad es español.
Suele ir con ropa de manga larga, pero el otro día vio que tenía en el antebrazo izquierdo un tatuaje de una chinita con una sombrilla.
—Pues encaja. Voy para allá.
Ricardo Sánchez salió disparado para Lisboa y encontró al tipo con el que Anglés llevaba 15 días conviviendo en Caparica: un drojadicto llamado Joaquim Carvalho,
que explicó que Anglés andaba a la búsqueda de un barco que le llevara a Brasil y que había desaparecido tras apoderarse de su pasaporte.
El 19 de marzo, el policía leyó en un periódico: “Descubierto un polizón portugués en el mercante City of Plymouth”.
No tuvo la menor duda de en realidad no era portugués, sino español, y que su verdadero nombre era Antonio Anglés.
El inspector Sánchez voló a Dublín. Pero el buque ya había atracado y Anglés se había tirado al agua —o lo habían tirado— con un chaleco salvavidas. Ese objeto fue lo único que se halló cerca de la bocana del puerto. Ni rastro del fugitivo. ¿Se ahogó?
¿Logró llegar a tierra y continuar su huida a otro país? ¿Tal vez Brasil, como le había confiado al yonqui Carvalho?
El 11 de septiembre de 1995, un hombre encontró una calavera en una playa del condado de Cork, al sur de Irlanda. “Decían que tenía el tabique nasal desviado, igual que Anglés. Yo me empeñé en traer ese cráneo a España. Extrajimos el ADN de una muela y lo comparamos con el ADN de su progenitora, Neusa Martins. No era el que buscábamos”, recuerda Sánchez.
En marzo de 1996, dos guardias civiles viajaron a Uruguay tras el rastro del fugado, después de que una cortesana comentara que tenía un cliente con unos tatuajes similares a los del presunto malo (un esqueleto con una guadaña; la leyenda Amor de progenitora; y una chinita con una sombrilla).
Los agentes jamás dieron con ese individuo.
Cuando se cumple el vigésimo aniversario de la desaparición de las niñas de Alcàsser, sigue sin haber el menor rastro del hombre que les dio una fin cruel y horrorosa. ¿Está vivo o muerto? Ni el inspector Sánchez ni el oficial de la Guardia Civil que siguieron sus pasos se decantarse por una posibilidad u otra. El misterio continúa.