estadounido
Madmaxista
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El problema de las leyes absurdas es que la gente las acata. Lo que más le gusta al humano medio es obedecer.
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Muchos etnianos rumanos, se ponen en la acera y montan todo un ágape en el mismo suelo lleno de cosa, extienden un mantelito, unas latas y a comer con la mano. Eso lo he visto yo en pleno centro de Madrid. Y da un poco de ardor de estomago que queréis que os diga.
Madrid no descarta prohibir los bocadillos en la calle, como Roma
Aplaudo la medida.
Estoy harto de ver bocadillos abandonados en las calles, que se acaban juntando en manadas y, asilvestrados, pueden acabar por atacar a los transeúntes a poco que se queden sin relleno entre pan y pan. Representan un peligro para la higiene y la seguridad de nuestras vías públicas.
Los de lomo o ternera aún tienen un pase, pues de cuando en cuando dejan entrever un poco de carne, así, en plan pícaro. En cambio los de calamares son un horror, porque en su reptar por la vía pública bien pareciera que van arrastrando los intestinos. Y ya no os cuento los de chaka: diríase que les han pasado la sesera por el turmix. Con todo, eso no es nada comparado con los de Nocilla, cuya descripción y similitudes me abstendré de detallar al ya espantado lector.
Pero en ningún caso debería permitir una capital que aspira a grandes fastos y brillar en la Historia, como la nuestra, el dantesco espectáculo de hordas de almuerzos y merendolas rebrincando alegremente por la acera sin respetar las más mínimas normas de convivencia ciudadana, como si en su delirio se creyeran progresistas rodeando el Congreso.
No obstante, hay que aclarar que entre los bocadillos salvajes también se pueden distinguir clases y etnias. Tome nota el señor vicealcalde, de cara a las posibles medidas a aplicar:
Por un lado tenemos los bocadillos autóctonos, españoles, hechos con chapata o recias hogazas de pueblo. No son lo que eran antes, porque ahora nacen todos en obradores industriales, pero aún conservan algo de su porte e hidalguía. Su abolengo se evidencia en la dureza de su corteza conforme envejecen, su sequedad castellana, su relleno momificado...
Al contrario que los bocatas pagapensiones, descastados, hechos con una masa gasificada, blandengue y dulzona que ni se puede llamar pan, y estará cubierta de moho y verdor así pasen dos días de su abandono. Ni identidad les queda, pues ya han olvidado su origen. ¿Cómo puede concebirse si no que ese retaco abultado y grasiento que viene de Estados Unidos se quiera hacer pasar por "hamburguesa"? ¿Y qué decir de la incontinencia de los kebab, que van soltando sus tripas y jugos poniéndolo todo perdido a su alrededor al compás de la célebre marcha de Mozart? ¿Para esto se habla en Bruselas de dejar entrar a Turquía en la UE? ¿Para que sus más viles criaturas nos barnicen las calles con salsa de yogur?
Hay que tomar medidas con los bocadillos, no se puede permitir que sigan en ese limbo legal, o acabará por haber una desgracia. Quizá un día terminen por perdernos el miedo y devoren a una anciana para reponer sus nutrientes. O provoquen, con su insolencia y falta de respeto por los semáforos, un accidente en el que acabe volcado e incendiado un autobús escolar que llevaba a la flor y nata de nuestros infantes a un buen colegio concertado. O, en el paroxismo de la desgracia, acaben por espantar a los turistas y provocando con ello daños irreparables al estratégico sector de las tiendas de souvenirs.
Y esperemos que no acaben infiltrándose entre ellos bocadillos salafistas o separatistas vascongados. No quiero imaginar de lo que sería capaz una talúa con chistorra suelta por el Metro de Madrid.
Si estuviera Esperanza, sin duda sabría qué hacer. Ella sí que sabe tratar a los bocadillos: tira el pan y se queda con la tortilla. O el chorizo. Pero el caso es que nos ha dejado para que nos hagamos mayores como ciudadanos, así que tendremos que solventar este desafío por nosotros mismos.
Por ello, propongo establecer a las afueras de nuestra ciudad unos campos de internamiento para bocadillos, donde se separe a los nacionales, que serán reelaborados y se les buscará locales de acogida, de los extranjeros, que deberán ser deportados inmediatamente a sus lugares de procedencia. O exterminados, si tal cosa fuera menester. A las palomas con ellos.
Confío, señor vicealcalde, en que no le tiemble el pulso a la hora de tomar decisiones valientes, porque así es como una vez se hizo grande nuestra Nación.
Rezaré por usted. Dios le guíe.
Aplaudo la medida.
Hay que tomar medidas con los bocadillos, no se puede permitir que sigan en ese limbo legal, o acabará por haber una desgracia. Quizá un día terminen por perdernos el miedo y devoren a una anciana para reponer sus nutrientes.
Si estuviera Esperanza, sin duda sabría qué hacer. Ella sí que sabe tratar a los bocadillos: tira el pan y se queda con la tortilla. O el chorizo.