Ah, Soria, uno de mis rincones favoritos de España. Una gran provincia, muy desconocida, muy despoblada y con un clima duro. Cuando te ves a ti mismo caminando por la meseta que ocupa el pueblo abandonado de Peñalcázar, un día nuboso de tormenta, con el viento azotando las rasas y muelas de roca, esa tierra parda que alterna las quebradas con colinas y montañas en el horizonte, el olor a tierra, los relámpagos cayendo en los valles lejanos y el aire frío y húmedo azotando el risco de Peñalcázar. Las amapolas azotadas por el aire entre la hierba dorada y esos lugares en los que se percibe que la tierra fértil no es más que una frágil y ligera capa sobre la roca, esas aldeas oscuras y chaparras, pegadas al suelo y agonizando de abandono desde hace siglos. Tierras altas de una belleza inde******ible, casi mágica, donde una persona puede encontrarse con aquel con el que más odia encontrarse, consigo mismo.
Por lo demás, Soria capital, vive del funcionariado y los pensionistas, es el centro de servicios y comercio de la provincia, con que los pocos provincianos que quedan, hacen sus compras y gestiones en la capital. Un cierto mercado inmobiliario sostenido por la gente de los pueblos, como en toda Castilla y León es costumbre que los campesinos compren casa en la capital, sea para que sus hijos estudien, sea para pasar en ella los inviernos al jubilarse, sea para alquilarlo. Aunque en Soria hay muchos que han hecho eso mismo en Zaragoza. También hay una cierta cantidad de estudiantes en su universidad (Universidad de Valladolid), creo que con abundancia de carreras femeninas, enfermería, educación, etc y el turismo va creciendo lentamente. Aunque el motor sea, evidentemente, el sector de los servicios públicos y los pensionistas.