BROOOOOTAAAAAL: Juan Manuel DE PRADA se mea en los VERIFICADORES de bulos | Escribe "banderilla" con comillas y habla de TERAPIAS GÉNICAS

Katakroker

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ANIMALES DE COMPAÑÍA

Bulos y versiones oficiales

JUAN MANUEL DE PRADA



Sábado, 26 junio 2021, 10:19
En algún artículo anterior hemos señalado la incongruencia fundamental que lastra e imposibilita esa pretensión de ‘perseguir los bulos’ que proclaman los jenízaros sistémicos. La democracia, como nos enseña su paladín Hans Kelsen, es por naturaleza escéptica y relativista y, por lo tanto, descree de la posibilidad de hallar la verdad (es decir, descree de que el intelecto pueda adecuarse al ser de las cosas). Su objeto no es determinar lo que es mejor para los individuos, sino «lo que una mayoría de individuos cree, con razón o sin ella, que es lo mejor». Así que la democracia, al considerar –seguimos citando a Kelsen– que el conocimiento de la verdad es imposible, tiene que conformarse con aliñar ‘consensos’ entre gentes que, después de negarse a adecuar el intelecto a la realidad de las cosas, elaboran ‘lucubraciones’ sobre la realidad.​
Mediante la estigmatización de toda disidencia, las versiones oficiales se convierten en instrumentos más peligrosos que los bulos

Pero las ‘lucubraciones’ sobre la realidad (o sea, lo que vulgarmente denominamos ‘ideologías’) acaban generando simulacros de verdad opuestos entre sí en multitud de cuestiones, que hacen cada vez más frágiles los ‘consensos’. Cada facción ideológica ‘lucubra’ una versión distinta de la realidad y nutre a sus adeptos con una propaganda que trata de imponerla; una propaganda compuesta de bulos que entran en liza con los bulos de las facciones adversas, en su afán por imponerse como versión hegemónica (oficial) de las cosas. Una versión oficial que deberá preocuparse de halagar las preferencias, los anhelos, los caprichos de las masas; y también, por cierto, de ser fácilmente inteligible y hasta simplista. Además, como toda ‘lucubración’ que aspira a suplir la realidad de las cosas, estas versiones tratan de teñir de ideología cualquier ámbito, incluido el científico (o sobre todo el científico, cuyo método exige el estudio de la naturaleza).​
Así que, cuando los jenízaros sistémicos persiguen los bulos lo que en realidad pretenden es hacer hegemónica su versión de las cosas y debilitar la versión ajena, para que cualquier posibilidad de ‘consenso’ futuro tenga que armarse en torno a sus ideaciones (que así se convierten en postulados indiscutibles). Para lograr que sus bulos se conviertan en versión oficial, los jenízaros sistémicos necesitan, sin embargo, conceder mucho protagonismo a los chiflados más variopintos y a sus delirios más estrambóticos; de tal modo que luego puedan identificar como bulo cualquier otra versión de la realidad que desafíe su hegemonía. Así, por ejemplo, los jenízaros sistémicos ridiculizan a quienes defienden una lectura literal del primer capítulo del Génesis para después poder desacreditar a quienes se atrevan a mencionar la intervención divina en el origen y desarrollo de la vida. La misma técnica se emplea utilizando como señuelo a los llamados ‘terraplanistas’ o a los llamados ‘conspiracionistas’. Una vez desacreditadas estas desviaciones chirriantes, la calificación como bulo de cualquier tesis que se aparte de la versión oficial resulta sencillísima.​

Este procedimiento se ha utilizado a mansalva durante la crisis desatada por la plaga coronavírica. Bastó con estigmatizar como ‘conspiracionistas’ a quienes afirmaban que el bichito había sido creado artificialmente con la pretensión de diezmar a la Humanidad para que los jenízaros sistémicos pudieran colar tranquilamente la estrafalaria versión del pangolín. Y este mismo procedimiento se sigue en la actualidad con las llamadas ‘banderillas’: se ridiculiza a los chiflados que sostienen que las cucharillas se les pegan al brazo después de vacunarse para así estigmatizar más fácilmente cualquier voz discrepante o sólo reticente. Así, imponiendo su versión oficial, los jenízaros sistémicos han logrado evitar el debate sobre la naturaleza de las llamadas ‘banderillas’ (que en realidad, son terapias génicas), sobre los efectos que una vacunación masiva en una población altamente expuesta al bichito pueda tener en el surgimiento de nuevas variantes más virulentas o contagiosas, sobre las consecuencias cardiovasculares de introducir ácido ribonucleico patógeno en nuestro organismo, sobre el riesgo (por mínimo que sea) de integración del ácido ribonucleico viral en el genoma humano, etcétera. Cualquier científico que se atreva a plantear estas espinosas cuestiones será de inmediato comparado con los chiflados que afirman que las cucharillas se les pegan al brazo después de vacunarse. Así, mediante la estigmatización de toda disidencia, las versiones oficiales se convierten en instrumentos infinitamente más peligrosos que los bulos; pues, a la vez que se extienden, provocan el silencio de los corderos y ciegan la búsqueda de la verdad.​
Tenemos suerte de que por lo menos haya un justo que se atreva a decirlo.
 

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La Verdad, no necesita, para su supervivencia, que yo me la crea; de hecho, se la rezuma que lo haga o no.

La Mentira, sí; si dejo de creérmela, desaparece, se esfuma, en definitiva, MUERE.
Por eso es tan activa y recalcitrante en su supervivencia.

Salud y fuerza.
Muy buena síntesis.
 

meusac

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Bulos y versiones oficiales

JUAN MANUEL DE PRADA



Sábado, 26 junio 2021, 10:19
En algún artículo anterior hemos señalado la incongruencia fundamental que lastra e imposibilita esa pretensión de ‘perseguir los bulos’ que proclaman los jenízaros sistémicos. La democracia, como nos enseña su paladín Hans Kelsen, es por naturaleza escéptica y relativista y, por lo tanto, descree de la posibilidad de hallar la verdad (es decir, descree de que el intelecto pueda adecuarse al ser de las cosas). Su objeto no es determinar lo que es mejor para los individuos, sino «lo que una mayoría de individuos cree, con razón o sin ella, que es lo mejor». Así que la democracia, al considerar –seguimos citando a Kelsen– que el conocimiento de la verdad es imposible, tiene que conformarse con aliñar ‘consensos’ entre gentes que, después de negarse a adecuar el intelecto a la realidad de las cosas, elaboran ‘lucubraciones’ sobre la realidad.​
Mediante la estigmatización de toda disidencia, las versiones oficiales se convierten en instrumentos más peligrosos que los bulos

Pero las ‘lucubraciones’ sobre la realidad (o sea, lo que vulgarmente denominamos ‘ideologías’) acaban generando simulacros de verdad opuestos entre sí en multitud de cuestiones, que hacen cada vez más frágiles los ‘consensos’. Cada facción ideológica ‘lucubra’ una versión distinta de la realidad y nutre a sus adeptos con una propaganda que trata de imponerla; una propaganda compuesta de bulos que entran en liza con los bulos de las facciones adversas, en su afán por imponerse como versión hegemónica (oficial) de las cosas. Una versión oficial que deberá preocuparse de halagar las preferencias, los anhelos, los caprichos de las masas; y también, por cierto, de ser fácilmente inteligible y hasta simplista. Además, como toda ‘lucubración’ que aspira a suplir la realidad de las cosas, estas versiones tratan de teñir de ideología cualquier ámbito, incluido el científico (o sobre todo el científico, cuyo método exige el estudio de la naturaleza).​
Así que, cuando los jenízaros sistémicos persiguen los bulos lo que en realidad pretenden es hacer hegemónica su versión de las cosas y debilitar la versión ajena, para que cualquier posibilidad de ‘consenso’ futuro tenga que armarse en torno a sus ideaciones (que así se convierten en postulados indiscutibles). Para lograr que sus bulos se conviertan en versión oficial, los jenízaros sistémicos necesitan, sin embargo, conceder mucho protagonismo a los chiflados más variopintos y a sus delirios más estrambóticos; de tal modo que luego puedan identificar como bulo cualquier otra versión de la realidad que desafíe su hegemonía. Así, por ejemplo, los jenízaros sistémicos ridiculizan a quienes defienden una lectura literal del primer capítulo del Génesis para después poder desacreditar a quienes se atrevan a mencionar la intervención divina en el origen y desarrollo de la vida. La misma técnica se emplea utilizando como señuelo a los llamados ‘terraplanistas’ o a los llamados ‘conspiracionistas’. Una vez desacreditadas estas desviaciones chirriantes, la calificación como bulo de cualquier tesis que se aparte de la versión oficial resulta sencillísima.​

Este procedimiento se ha utilizado a mansalva durante la crisis desatada por la plaga coronavírica. Bastó con estigmatizar como ‘conspiracionistas’ a quienes afirmaban que el bichito había sido creado artificialmente con la pretensión de diezmar a la Humanidad para que los jenízaros sistémicos pudieran colar tranquilamente la estrafalaria versión del pangolín. Y este mismo procedimiento se sigue en la actualidad con las llamadas ‘banderillas’: se ridiculiza a los chiflados que sostienen que las cucharillas se les pegan al brazo después de vacunarse para así estigmatizar más fácilmente cualquier voz discrepante o sólo reticente. Así, imponiendo su versión oficial, los jenízaros sistémicos han logrado evitar el debate sobre la naturaleza de las llamadas ‘banderillas’ (que en realidad, son terapias génicas), sobre los efectos que una vacunación masiva en una población altamente expuesta al bichito pueda tener en el surgimiento de nuevas variantes más virulentas o contagiosas, sobre las consecuencias cardiovasculares de introducir ácido ribonucleico patógeno en nuestro organismo, sobre el riesgo (por mínimo que sea) de integración del ácido ribonucleico viral en el genoma humano, etcétera. Cualquier científico que se atreva a plantear estas espinosas cuestiones será de inmediato comparado con los chiflados que afirman que las cucharillas se les pegan al brazo después de vacunarse. Así, mediante la estigmatización de toda disidencia, las versiones oficiales se convierten en instrumentos infinitamente más peligrosos que los bulos; pues, a la vez que se extienden, provocan el silencio de los corderos y ciegan la búsqueda de la verdad.​
Este hombre da algo de frescura en contra de la hez de lo políticamente correcto. En la COPE habla los lunes y viernes (este mes no , por vacaciones) a las 6 de la tarde. Si no fuese por él sería un bodrio el programa denominado Gabinete. Una de las contertulias da vomitera oírla, para ella todo es violencia de género
 

Juanchufri

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Hoy he leído en una entrevista suya que casi le echan por este tipo de artículos, y como a día de hoy sigue en esa línea, le terminarán kickeando.

Reparte estopa que da gusto. Pena que con tanto analfabeto funcional no llegue a más audiencia.

 
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Este hombre da algo de frescura en contra de la hez de lo políticamente correcto. En la COPE habla los lunes y viernes (este mes no , por vacaciones) a las 6 de la tarde. Si no fuese por él sería un bodrio el programa denominado Gabinete. Una de las contertulias da vomitera oírla, para ella todo es violencia de género
El Gabinete es en Onda Cero

También aparece de vez en cuando en la Cadena SER para ser sonorizado por guano del régimen:

BRUTAL humillación colectiva a JUAN MANUEL DE PRADA en la CADENA SER por atreverse a decir que la eficacia de AstraZENECA es MENOR que la de SPUTNIK
 

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Hoy he leído en una entrevista suya que casi le echan por este tipo de artículos, y como a día de hoy sigue en esa línea, le terminarán kickeando.

Reparte estopa que da gusto. Pena que con tanto analfabeto funcional no llegue a más audiencia.

¿Tiene el enlace a dicha entrevista? Sería interesante leerla
 

Gurney

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Es por tu bien. No vivas. Corres el riesgo de morir. Quédate en casa. No pises la calle. Si lo haces, como muy lejos, dentro de los límites de tu provincia.

Obedece a tu presidente autonómico, aunque no sea nadie para dictar dónde ni cuándo te puedes mover. A su hora en casa. Acata cada arbitrio escrito en piedra, por muy ilegal que sea. Nadie los cuestiona. No lo hagas tú.

Obedece al policía que abre de una patada tu puerta y asalta tu domicilio con la excusa de que estás pasando un buen rato. Obedécele también cuando te pregunte a dónde vas, cuando te ordene volver a casa, cuando te siga hasta el portal. Cuando transgreda la ley. Son normas. No las ha puesto él.

Cubre tu rostro. Es por tu bien. Con lo que sea. Con algo quirúrjico, aunque lleve semanas en tu bolsillo. No muestres tu sonrisa. No veas las de los demás, si es que te cruzas con alguna. No te reconozcas en los escaparates de las tiendas que aún no han cerrado para siempre. Acepta la desaparición de los paisajes de tu infancia. No serían esenciales.

Es por tu bien. Calla. Sospecha. Recela del vecino. Teme al amigo. Incrépale llegado el caso. Delátale orgulloso. Cuanto más solo, más sano. Cuanto más lejos, aunque al lado, más seguro. Sé buen ciudadano. Ignora los hechos. Desconfía de la falta de síntomas. No los necesitas. Cumple las normas. Cualesquiera. Son normas. No las has puesto tú.

No corras. No saltes. No hables en el transporte público. De casa al trabajo. Olvida el ocio. Es cosa de un pasado en el que la vida no estaba reducida a supervivencia, en el que la Verdad no permanecía secuestrada por la percepción. No reces. Produce. Si te dejan. Y regresa. Del trabajo a casa. En silencio. Por el camino más corto.

Mira la tele. Otra vez los informativos. Cambia de canal. No importa. El programa de siempre. A cualquier hora. Sigue mirando. Conoce la jerga. Repítela. Memorízala. Asúmela. Difúndela. Repítela. Otra vez.

Saldremos más fuertes. Mejores. Dos semanas. La curva. Un último esfuerzo. Los héroes. La guerra. La inmunidad. De rebaño. La pauta.

Es por tu bien. No los abraces. No los visites. No te despidas. No los entierres.

Obedece. Corres el riesgo de vivir.
 

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Es por tu bien. No vivas. Corres el riesgo de morir. Quédate en casa. No pises la calle. Si lo haces, como muy lejos, dentro de los límites de tu provincia.

Obedece a tu presidente autonómico, aunque no sea nadie para dictar dónde ni cuándo te puedes mover. A su hora en casa. Acata cada arbitrio escrito en piedra, por muy ilegal que sea. Nadie los cuestiona. No lo hagas tú.

Obedece al policía que abre de una patada tu puerta y asalta tu domicilio con la excusa de que estás pasando un buen rato. Obedécele también cuando te pregunte a dónde vas, cuando te ordene volver a casa, cuando te siga hasta el portal. Cuando transgreda la ley. Son normas. No las ha puesto él.

Cubre tu rostro. Es por tu bien. Con lo que sea. Con algo quirúrjico, aunque lleve semanas en tu bolsillo. No muestres tu sonrisa. No veas las de los demás, si es que te cruzas con alguna. No te reconozcas en los escaparates de las tiendas que aún no han cerrado para siempre. Acepta la desaparición de los paisajes de tu infancia. No serían esenciales.

Es por tu bien. Calla. Sospecha. Recela del vecino. Teme al amigo. Incrépale llegado el caso. Delátale orgulloso. Cuanto más solo, más sano. Cuanto más lejos, aunque al lado, más seguro. Sé buen ciudadano. Ignora los hechos. Desconfía de la falta de síntomas. No los necesitas. Cumple las normas. Cualesquiera. Son normas. No las has puesto tú.

No corras. No saltes. No hables en el transporte público. De casa al trabajo. Olvida el ocio. Es cosa de un pasado en el que la vida no estaba reducida a supervivencia, en el que la Verdad no permanecía secuestrada por la percepción. No reces. Produce. Si te dejan. Y regresa. Del trabajo a casa. En silencio. Por el camino más corto.

Mira la tele. Otra vez los informativos. Cambia de canal. No importa. El programa de siempre. A cualquier hora. Sigue mirando. Conoce la jerga. Repítela. Memorízala. Asúmela. Difúndela. Repítela. Otra vez.

Saldremos más fuertes. Mejores. Dos semanas. La curva. Un último esfuerzo. Los héroes. La guerra. La inmunidad. De rebaño. La pauta.

Es por tu bien. No los abraces. No los visites. No te despidas. No los entierres.

Obedece. Corres el riesgo de vivir.
¿Lo ha escrito Juan Manuel?