el mito de casandra
Himbersor
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No ha dicho nada nuevo. El Papa Emérito ha roto su silencio con una carta filtrada por la prensa en la que achaca la crisis de los abusos al relativismo moral que se impuso en la teología tras el Concilio Vaticano II, algo que ya explicó en su libro Luz del Mundo, publicado durante su pontificado.
La noticia es que sea ahora; la noticia es que rompa su singular silencio, que salga de su retiro a propósito de los abusos sensuales que asolan la Iglesia, a poco de celebrarse la cumbre dedicada al problema que con tan pobre resultado se ha saldado, y que lo haga reiterando un análisis de la situación que no es difícil contraponer al que viene siendo el discurso oficial de Roma en los últimos años.
La Revolución sensual de los años sesenta, que significó el “completo colapso” de las normas que regían la sexualidad y que supuso una erosión de toda regla que aún no se ha detenido, coincidió en la Iglesia postconciliar con “el proceso continuo y preparado desde tiempo atrás de disolución del concepto cristiano de moralidad”, marcado por “un radicalismo sin precedentes en los sesenta” que tuvo un efecto de “hundimiento de largo alcance” sobre la formación de los sacerdotes.
Y ahí reside el problema y de ahí ha salido el fermento intelectual que ha permitido la actual crisis. “En diversos seminarios se establecieron clubs gayses que actuaban más o menos abiertamente y cambiaron de forma significativa el clima de los seminarios”.
Mientras, el mundo en el que vivimos, el mismo en el que crecen y se desarrollan quienes sienten la vocación e ingresan en esos seminarios donde se imparte el relativismo moral como doctrina asentada, se descristianiza a marchas forzadas. “La occidental es una sociedad en la que Dios está ausente de la esfera pública y a la que no le queda nada por ofrecer. Y esa es la razón de que sea una sociedad en la que la medida de la humanidad se está perdiendo cada vez más”.
Y aquí es donde, para Su Santidad el Papa Emérito entra el problema de los abusos. “¿Por qué alcanza la pedofilia tales proporciones? En última instancia, la razón es la ausencia de Dios”, esta plaga refleja “la situación en Occidente, donde Dios se ha convertido en el asunto privado de una minoría”.
¿Solución? “Lo que se necesita es en primer lugar y sobre todo una renovación de la fe en la realidad de Jesucristo como se nos ofrece en el Santísimo Sacramento”, afirma Benedicto. “Es muy importante oponerse a las mentiras y medias verdades del diablo con la fe en su integridad. Sí, hay pecado y mal en la Iglesia. Pero incluso hoy es la Santa Iglesia, que es indestructible”.
Acaba su carta el Papa Emérito con una referencia a su sucesor: “Al final de mis reflexiones me gustaría agradecer al Papa Francisco por todo lo que hace para mostrarnos siempre la luz de Dios que no ha desaparecido, incluso hoy. ¡Gracias, Santo Padre!”.
Y, sin embargo, ese final tiene un extraño sabor a interpolación, a cortesía casi obligada, porque lo que hace verdaderamente noticioso algo que, por otra parte, ya escribió más por extenso en un libro, no es solo la ocasión o el hecho de que hable quien tanto parece apreciar el silencio, sino que su análisis contrasta poderosamente con la línea oficial del actual pontificado, al menos, en dos puntos importantes.
El primero se refiere específicamente a los abusos sensuales -gayses, en la abrumadora mayoría de los casos- de los clérigos. En ninguna parte de su extensa carta leerán una palabra sobre el ‘clericalismo’, la oscura causa dada por el Santo Padre Francisco para explicar esta plaga. Por el contrario, no leemos en las referencias de Su Santidad a la crisis mención alguna a esta quiebra de la doctrina moral que afectó de modo muy especial a los seminarios y, por tanto, al clero, en las postrimerías del Concilio Vaticano II.
Y ese es el segundo punto: el relativismo moral convertido en eje de la enseñanza dominante en el postconcilio, hijo espurio pero innegable del concilio. En este caso el contraste no solo es más flagrante, sino de mucho mayor peso, porque las críticas que mayoritariamente ha suscitado la actuación de Francisco en estos seis años de pontificado se han centrado, precisamente, en la ambigüedad, la falta de claridad en cuestiones doctrinales clave.
Francisco no celebra meramente el concilio y sus inmediatas consecuencias, sino que no ha desperdiciado ocasión para declarar que considera su principal misión llevar a término ese “acercamiento al mundo” del que Benedicto nos alerta contra sus peligros.
Benedicto achaca la crisis de los abusos a la teología moral del postconcilio | InfoVaticana
La noticia es que sea ahora; la noticia es que rompa su singular silencio, que salga de su retiro a propósito de los abusos sensuales que asolan la Iglesia, a poco de celebrarse la cumbre dedicada al problema que con tan pobre resultado se ha saldado, y que lo haga reiterando un análisis de la situación que no es difícil contraponer al que viene siendo el discurso oficial de Roma en los últimos años.
La Revolución sensual de los años sesenta, que significó el “completo colapso” de las normas que regían la sexualidad y que supuso una erosión de toda regla que aún no se ha detenido, coincidió en la Iglesia postconciliar con “el proceso continuo y preparado desde tiempo atrás de disolución del concepto cristiano de moralidad”, marcado por “un radicalismo sin precedentes en los sesenta” que tuvo un efecto de “hundimiento de largo alcance” sobre la formación de los sacerdotes.
Y ahí reside el problema y de ahí ha salido el fermento intelectual que ha permitido la actual crisis. “En diversos seminarios se establecieron clubs gayses que actuaban más o menos abiertamente y cambiaron de forma significativa el clima de los seminarios”.
Mientras, el mundo en el que vivimos, el mismo en el que crecen y se desarrollan quienes sienten la vocación e ingresan en esos seminarios donde se imparte el relativismo moral como doctrina asentada, se descristianiza a marchas forzadas. “La occidental es una sociedad en la que Dios está ausente de la esfera pública y a la que no le queda nada por ofrecer. Y esa es la razón de que sea una sociedad en la que la medida de la humanidad se está perdiendo cada vez más”.
Y aquí es donde, para Su Santidad el Papa Emérito entra el problema de los abusos. “¿Por qué alcanza la pedofilia tales proporciones? En última instancia, la razón es la ausencia de Dios”, esta plaga refleja “la situación en Occidente, donde Dios se ha convertido en el asunto privado de una minoría”.
¿Solución? “Lo que se necesita es en primer lugar y sobre todo una renovación de la fe en la realidad de Jesucristo como se nos ofrece en el Santísimo Sacramento”, afirma Benedicto. “Es muy importante oponerse a las mentiras y medias verdades del diablo con la fe en su integridad. Sí, hay pecado y mal en la Iglesia. Pero incluso hoy es la Santa Iglesia, que es indestructible”.
Acaba su carta el Papa Emérito con una referencia a su sucesor: “Al final de mis reflexiones me gustaría agradecer al Papa Francisco por todo lo que hace para mostrarnos siempre la luz de Dios que no ha desaparecido, incluso hoy. ¡Gracias, Santo Padre!”.
Y, sin embargo, ese final tiene un extraño sabor a interpolación, a cortesía casi obligada, porque lo que hace verdaderamente noticioso algo que, por otra parte, ya escribió más por extenso en un libro, no es solo la ocasión o el hecho de que hable quien tanto parece apreciar el silencio, sino que su análisis contrasta poderosamente con la línea oficial del actual pontificado, al menos, en dos puntos importantes.
El primero se refiere específicamente a los abusos sensuales -gayses, en la abrumadora mayoría de los casos- de los clérigos. En ninguna parte de su extensa carta leerán una palabra sobre el ‘clericalismo’, la oscura causa dada por el Santo Padre Francisco para explicar esta plaga. Por el contrario, no leemos en las referencias de Su Santidad a la crisis mención alguna a esta quiebra de la doctrina moral que afectó de modo muy especial a los seminarios y, por tanto, al clero, en las postrimerías del Concilio Vaticano II.
Y ese es el segundo punto: el relativismo moral convertido en eje de la enseñanza dominante en el postconcilio, hijo espurio pero innegable del concilio. En este caso el contraste no solo es más flagrante, sino de mucho mayor peso, porque las críticas que mayoritariamente ha suscitado la actuación de Francisco en estos seis años de pontificado se han centrado, precisamente, en la ambigüedad, la falta de claridad en cuestiones doctrinales clave.
Francisco no celebra meramente el concilio y sus inmediatas consecuencias, sino que no ha desperdiciado ocasión para declarar que considera su principal misión llevar a término ese “acercamiento al mundo” del que Benedicto nos alerta contra sus peligros.
Benedicto achaca la crisis de los abusos a la teología moral del postconcilio | InfoVaticana