Así está la juventud española

Palacete

Madmaxista
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15 Feb 2007
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Columna de ayer en el Ideal de Granada:

Pesadilla estival

jorobar, qué triste que todo sea exactamente así. Y en la tele, más marujeo que nunca.

SÓLO tengo veintisiete años, y ante todo me considero una persona educada, amable y supertranquila. Otros dirán que soy un vulgar pasota por mi aparente mansedumbre, pero lo cierto es que detesto los gritos, los malos modos y las caras largas pues sé que las discusiones airadas acarrean siempre secuelas, y a mí particularmente me dejan muy mal sabor y un peor concepto de mí mismo. Sin embargo anoche pasé por un tremendo trance. Tuve una pesadilla que me dejó marcado, deprimido, y no sé como quitarme de encima esa mala sensación, ese horrible regusto que me ha quedado.

Tengo que decir que soy licenciado en periodismo y que aparte de la licenciatura tengo realizados sendos ciclos formativos de técnico de realización audiovisual y de montaje. He estado trabajando como cámara en Canal Sur y TVE (de becario, por supuesto). He sido también realizador de programas de deportes de riesgo en las islas Azores y en Alborán grabando programas en los que me he jugado la vida tanto como los deportistas que filmaba; también redactor de periódicos locales en las provincias de Cádiz, Huelva y Sevilla, y cámara en Oporto, Rabat y Marrakech. En fin, lo que se llama hoy un 'free lance', que es como decir 'búscate la vida como puedas a ver si tienes suerte'. En todos mis trabajos he recibido elogios de parte de mis jefes, pero muy poco sueldo para subsistir. Y ahora, después de todo lo que he contado, estoy de camarero en la costa sirviendo paellas, frituras de pescado y ensaladas mixtas o tropicales a clientes de variada, muy variada índole, catadura y educación (se me entiende, ¿no?). Mis compañeros de trabajo en el chiringuito son pagapensiones sin ninguna cualificación profesional, pero los mil doscientos euros al mes que cobramos más las propinas y la comida, hacen que uno se olvide de casi todo, tal y como están hoy las cosas. Mi relación con mis encantadores colegas Sudamericanos y magrebíes es buena, si no fuera porque sus costumbres y sus gustos (lo que llaman los expertos 'disposiciones psicoculturales') son totalmente distintos a los míos, pero a estas alturas no los voy a cambiar ni ellos a mí.

Aunque hay una inmensa televisión de plasma en el chiringuito los camareros no tenemos tiempo ni ganas de verla ni un solo minuto, pero eso no es óbice para que el incansable bombardeo de rostros del famoseo más insultante y vergonzoso vayan infiltrándose por mi piel hasta llegarme al cerebro, aniden en el rincón más apartado de mi subconsciente, y hieran mi dignidad por esa intromisión profesional tan descarada que hacen en un terreno que no les corresponde, ni por rigor profesional, ni por representar lo más edificante ni ejemplar de la condición humana. Quizás será por eso por lo que tuve la maldita pesadilla que aún hoy tanto me pesa.

Al mediodía había tenido una bronca con el jefe. Quería que los camareros echásemos más de las doce horas de cada día. Yo soy consciente de que las ocho que tenemos firmadas en el contrato son un puro escaparate que no se cree nadie, excepto los inspectores de la Junta, que teóricamente son los que inspeccionan estas cosas, por lo que cada jornada laboral llegamos hasta diez, once o doce horas, que no nos paga como extras, por supuesto, pero más de doce horas lo considero un agravio personal y una forma de esclavitud moderna que traiciona y deja en ridículo todas las conquistas logradas por los trabajadores de antaño. Los magrebíes y sudamericanos entran por todas y aceptan sonrientes cualquier cosa que les proponga el dueño, (éstos van a explotar el mercado), pero yo me he negado. En consecuencia el jefe me ha dicho que me lo piense rápidamente y que: «o acepto las condiciones o se busca otro camarero». (Todo esto gritándome al margen de los clientes, detrás de la puerta de la cocina, entre paellas y ensaladas, y cafés con sacarina y leche templada).

Pues soñé (perdóneseme la osadía de mi subconsciente) que mis antiguos compañeros de universidad, dispersos ahora por los miles de chiringuitos, hoteles y restaurantes de la costa mediterránea; otros, empleados como telepizzeros, o trabajando en el negocio paterno (el que lo tenga), acordamos una concentración nocturna en una playa desierta. Allí sin mediar palabra construimos una gran pira. La alimentábamos con largas tiras de papel de colores estridentes en los que se leía: 'Andalucía imparable', 'Canal sur, tu televisión', 'El mundo contado en andalú', 'Segunda modernización', etc. También echábamos a la pira nuestros títulos de periodistas y de realizadores audiovisuales, nuestras calificaciones de todos los cursos, y finalmente todos los certificados de los masters costeados por nuestros padres en el extranjero. Aquello ardía que daba gusto. Pero lo malo (y aquí radica mi problema de conciencia) es que en la inmensa pira se achicharraban y retorcían intrusos en nuestra profesión como: la de Ubrique, la del Monte, tomateros da repelúsntes, futbolistas y toreros varios, el mariquita de turno, el Imedio, y hasta el director de Canal Sur, un señor de tupé y corbata impecables al que parece que todo le va siempre bien, incluso cuando estaba allí ardiendo. Pronto acudieron al reclamo del fuego grupos de personas que venían avanzando desde la profunda oscuridad de la playa. Al acercarse a la zona iluminada vimos que eran personas mayores y enfermos impedidos, jubilados, gente humilde venidas de pueblos de la montaña y de la costa. Parecía que nos iban a atacar por lo que estábamos haciendo porque nos rodeaban por todos lados. Pero para nuestra sorpresa, al llegar junto a nosotros arrancaron en aplausos y vítores y nos daban besos y palmadas de felicitación en la espalda. «Por fin. Ya era hora -nos decían jubilosos- de que alguien tomara la iniciativa y diera la cara por nosotros. ¿Es que acaso nos han tomado por simples o fulastres?», y se pusieron a añadir más leña al fuego con lo que encontraban por allí. «Mejor que nos den el dinero que despilfarran en los programas que nosotros lo emplearemos mejor», gritaban eufóricos.

Cuando aquello acabó de arder cada uno de nosotros cogió su moto de telepizza, o la bandeja del restaurante y volvimos a nuestros cotidianos lugares de trabajo. El resto de personas se quedó allí calentándose al rescoldo y refocilándose con euforia de su nueva conquista.

Y ahora estoy aquí viendo las sardinas atravesadas y retorcidas en los espetos y las cigalas ahí cruzadas en la paella y me sugieren las imágenes de anoche en la llama de mi pesadilla De fondo oigo a la de Ubrique diciendo las mismas sandeces de cada día en Canal Sur pero no quiero ni mirarla por si vomito encima de la paella.

Pues a ver si es verdad y llega ese día.
 
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¿Intrusismo?
A ver por donde empiezo:
Albañiles rumanos o portugueses a 6 €/hora o por m2, osease, a destajo puro y duro.
Informáticos que nos son informáticos... los q se hacen llamar autodidactas.
Odontólgos y/o anestesistas Sudamericanos con títulos de universidades dominicanos.
Economistas q tras previo pago obtienen sin hacer un examen un título de la Universidad de ....
Dueños de boticas que han sido incapaces de sacar la carrera y heredan la farmacia y mediante contrato privado usan el título de un licenciado q no puede pagar el traspaso...
no sigo...
AH! y los inspectores ¿onde están? En el despacho q fuera hace mucho frío
 
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