Asomado al abismo de las grandezas, el hombre pierde su equilibrio y cordura, el poder lo transforma en algo inhumano, una bestia feroz que anhela la censura.
El personaje, envuelto en su propia grandeza, se condena a un aislamiento fatal, protegido materialmente de sus enemigos, pero destruido como hombre en su totalidad.
Nadie puede acercársele a menos de tres metros, encerrado en un círculo que sus edecanes trazan, en el suelo, dondequiera que él se encuentre, su aislamiento alimenta el terror y la muerte.
La advertencia del coronel Gerineldo Márquez, resuena en su mente como una campana, "Cuídate el corazón, Aureliano... Te estás pudriendo vivo", dice con saña.
El poder lo ha consumido por completo, ha perdido el amor, la empatía, la compasión, se ha convertido en un ser irreconocible, una criatura sin alma, sin razón.
Así termina el hombre que anhelaba el poder, encerrado en su círculo, solo en su desdicha, perdió su humanidad en la búsqueda de la grandeza, condenado a la soledad, su castigo eterno en la vida.