Un desastre seguramente inevitable en plena agonía de identidad y pérdida de rumbo. Ningún país, por poderoso que fuera, puede garantizar su destino haciendo frente victorioso a tantas circunstancias sobre las que en algún momento dejará de tener control.
Hasta ese momento, de nuestra patria podemos aprender dos lecciones importantes:
-Lo que somos capaces de hacer y de cómo el recurso humano bien orientado, se corona con tanta luz propia.
-Que nada permanece inalterable en el tiempo y que todo sube y acaba bajando cuando las energías, la confianza y la razón de ser disminuyen y cuando otros países encuentran en su propia capacidad y en las ocasiones perdidas de sus rivales, la hora de tener su época de oro.
Pero esto se quedaría cojo sin una tercera lección que se repite insistente como queriendo advertirnos de algo: el deseo, tantas veces expresado en errores por falta de unión y perfecta organización, de volver a ser alguien en una escena mundial en la que si no formamos parte del elenco principal, nos falta el aire y el alimento no nos aprovecha.
El S XIX, que naciera en nuestro país con una invasión oportunista -como tantas veces en nuestra historia- acabó con la pérdida completa del imperio y tres guerras civiles que acentuaron la brecha entre dos modos de ser España: La moderna por la que tantos suspiran sin considerar lo contraproducente del injerto y la antigua, probablemente incapaz de actualizar sus modos y pensamiento al punto de haber hecho frente de manera eficaz al vendaval "cultural" que barría Europa.
En una España llena de carácter, tan personal que casi podría decirse que somos el país más exótico de Europa a ojos del europeo medio, el dilema entre dejar de "ser" y ser otra cosa al estilo de los paises exitosos, no se ha resuelto con satisfacción ni siquiera hoy mismo; seguimos buscando un lugar común en el que las corrientes personalistas y actualizadoras, dejen de verse entre sí como bultos sospechosos.
Esta es una batalla perdida, día a día y desde entonces. Habrá que tener paciencia en sostener la propia visión del "ser" y nunca dejar de contemplar la posibilidad de que una circunstancia, incluso un hecho fortuito de esos que en la historia siempre acaban manifestándose, rompa esa desconfianza tan visceral entre nosotros. Será así o no será. Otro modo distinto, que encontraría su mejor y más acostumbrada manera de expresarse en una guerra civil, debería ser una línea roja tan lejana en nuestro pensamiento como fuera posible o en todo caso, como una referencia tan desastrosa que nos obligase a reconsiderar no tanto lo que el otro tenga que ceder sino lo que uno esté dispuesto a pensar acerca de su pertinaz actitud por el bien de todos.
No trato de ser equidistante pues mi opinión ya es conocida por alguno de ustedes. Últimamente estoy muy "pesadito" con el tema del Amor. No puedo evitarlo; es un descubrimiento que me hace ver las cosas de otra manera. Aplicado a este caso, no podría reprobar a quien estoy seguro que ama lo que yo amo aunque sea de otra manera. Lo que importa es que nos veamos como amantes de una misma "señora" y que si eso da lugar a rivalidades, ese amor conseguirá darnos una pátina de nobleza que al que es noble, no ha de pasarle inadvertida.
Por los demás, orgullosos de este día: un pueblo descabezado se levantó en armas contra el invasor. No todos pueden decir lo mismo, siempre atados en su destino a la voluntad de una élite que cuando no está ni se la espera, no sabe que hacer ni mucho menos organizarse en un objetivo común. Si este objetivo fuera visto equivocado a agua pasada, es lo de menos. Se hizo lo que se debió hacer, enseñando a Europa que el "pueblo" no es un invitado de piedra en los procesos históricos y que no siendo una revolución en sentido estricto, también es el movimiento popular más genuino que yo recuerde, precisamente contra el enemigo formidable que era dueño de Europa.
Una noche como la de esta próxima noche, centenares de nuestros ancestros murieron llevados por una pasión desconcertante para propios y ajenos, esos que no supieron comprender que un pueblo sin otra referencia que su orgullo, fuera capaz de no agachar la cabeza ante los abusos de un ejército revolucionario que no popular. Si hubiera sido tan popular como nos ha vendido este cuento de la Revolución Francesa, hubieran sabido comprender en su propio beneficio, la reacción de este otro pueblo que aún conservaba el orgullo de su imperio e idiosincrasia. Hoy no tenemos lo primero y lo segundo, sigue despertando demasiados complejos.
Nuestra élite sigue secuestrada y porque nos hemos mal acostumbrado o hemos decidido que el futuro no nos pertenece rompiendo todo lazo emocional con aquellos a quien hoy recordamos, somos hoy un reflejo difícil de definir en el que se mezclan con disparar alternancia el pesimismo más alienante con accesos de genio mal enfocado.
Nuestra patria somos nosotros y es en nuestra actitud de cada día, en cómo reaccionamos ante los canallas de todo pelo que encuentran en nuestro perdimiento existencial, un campo ancho para sus tropelías, que podremos construir un hogar para todos.
Ser español es una responsabilidad. No esperen que "otros" hagan sus deberes.