Stalin no estaba esperando pasivamente tocando la balalaika. Si acaso la tocarían algunos de los soldados soviéticos en los trenes que desplazaban a los contingentes de los 16 ejércitos rusos de los primero y segundo escalones estratégicos que iban a atacar a los alemanes 15 ó 20 días después.
¡Los que viven en casas de campo junto a los ferrocarriles de Bielorrusia y de Riga se quejan de que no pueden dormir por las noches de tantos convoyes que pasan, cargados de tanques y cañones! (Ózerov, G. A., La trena de Túpolev, Frankfurt, Posev, 1971, pág. 90).
Pero si ustedes creen que estas fuentes no son fidedignas, hay una prueba absolutamente irrefutable: la propia historia de la guerra. Tras romper la defensa y derrotar al Primer Escalón Estratégico, las unidades alemanas de repente se encontraron con nuevas divisiones, cuerpos y ejércitos (por ejemplo, con el 16.º ejército en las inmediaciones de Shepetovka a finales de junio de 1941), de cuya existencia los jefes militares alemanes no tenían ni la menor idea. Según el plan de la Blitzkrieg, las tropas soviéticas situadas en la frontera iban a ser aplastadas durante los primeros días de la guerra, pero, después de cumplir con este objetivo, el ejército alemán chocó contra un nueva oleada de ejércitos provenientes de más allá del Volga, del Cáucaso Norte, de los Urales, de Siberia, de Transbaikalia y del Lejano Oriente.
Victor Suvorov. El rompehielos